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Pep, símbolo; Pep, mito

El ex jugador y entrenador del Barcelona encarna como pocos el espíritu culé. Quiere lograr un triplete, cuando el  miércoles juegue la final de la Champions, ante Manchester.

Joseba Elola / Especial de El País
23 de mayo de 2009 - 12:26 a. m.

Una sombra de tristeza recorre la mirada de Dolores cuando recuerda la fecha: “El 4 de septiembre de 1984 se lo llevaron”, pronuncia con precisión. Es el día en que el fútbol le arrancó a su hijo de sus brazos, cuando Josep apenas tenía 13 años. El día en que el Barça acogía en su seno a un chico enclenque y pequeño, con escasa pinta de futbolista. El día en que Josep Guardiola Sala ingresaba en La Masía, la fábrica de estrellas blaugrana, colgado de una bolsa que pesaba más que él. El club daba entrada al que con los años, como jugador, se convertiría en símbolo; al que, como entrenador, va camino de convertirse en mito.

Llegó a La Masía acompañado por sus padres y por Pere, su hermano pequeño. Les enseñaron las instalaciones y al llegar a la habitación de literas que le correspondía, su cara se iluminó. Josep miró a su madre y le dijo: “¡Oh, mare, cada día, cuando abra la ventana veré el Camp Nou!”. Allí empezó a gestarse un sueño. Un sueño que se convirtió en 16 títulos con el Barça en su etapa de jugador. Un sueño que, desde el banquillo, ha rescatado al Barça de la crisis total para colocarlo a las puertas de un triplete histórico. Aquel día, Josep, que así es como siempre le llamaron en casa, empezó a convertirse en Pep.

Su llegada al organigrama técnico blaugrana se dio cuando se dejó convencer para sentarse en el banquillo del equipo filial. Ahí fue ganándose la confianza de todo el club, desde el escéptico presidente Joan Laporta hasta el empleado que corta el césped. Su entusiasmo, su ilusión, su dedicación obsesiva y sus interminables jornadas empezaron a crear una huella en la ciudad deportiva Joan Gamper. Para cuando llegó la crisis de la era Frank Rijkaard —y una vez descartado Marco van Basten—, Guardiola se convertía en la opción natural; saltaba del banquillo del filial al del primer equipo. De Tercera División a Primera.

Fue una apuesta de riesgo. Una apuesta por un novato que había devuelto el fútbol al maltrecho Barça B. Guardiola, con tan sólo un año de experiencia, se lanzó a la piscina. “Siempre da un paso adelante, es un tipo que está seguro de lo que hace”, dice Guillermo Amor, su ex compañero de equipo, una referencia para Guardiola. “Afronta los retos con carácter y está preparado intelectualmente”.

A sus 38 años, Guardiola es una aplanadora. Como su equipo. En su entorno le describen como un hombre inteligente, apasionado y obsesivo, un torrente que ha sacudido la institución. “Se tiene que pegar unas dormidas impresionantes”, bromea Xavi, hombre clave de este Barça. “No hay secreto: él lo da todo, no se da un respiro. Es un enfermo del fútbol, no sé si se da cuenta de su intensidad”.

Su autoexigencia viene de lejos. Dolores, la madre de Pep, pasa las páginas del álbum familiar, en la casa de Santpedor. Aparece la imagen del pequeño Guardiola recogiendo un trofeo al mejor jugador del torneo de manos del presidente, año 1986. Pero está llorando. Llora porque ha fallado un penalti. Le puede más la rabia por el fallo que la alegría por el premio. Autoexigencia.

Cuenta Dolores que el pequeño Guardiola iba para futbolista porque daba muchas patadas en el vientre. Valentí, el padre, que trabajaba de albañil, recuerda que rompió la cuna de sus hermanas mayores de las patadas que daba cuando era bebé. Una chica del pueblo, Pilar, cinco años mayor que él, fue con quien Pep empezó a jugar al fútbol.

Los cuatro hermanos Guardiola recibieron una educación honrada, estricta. “Bastante rígida”, dice Pere, el hermano pequeño. “Pep siempre fue muy responsable. Es muy pesado cuando algo se le mete en la cabeza, no para. Es leal, fiel, honesto, un tipo especial”.

Su inclinación por los libros, la música y el cine ya es conocida. El gusto por la ropa chic le viene por parte de su compañera, Cristina Serra, cuya familia tiene una famosa tienda de vestidos. Ella es la mujer que alimentó sus finos gustos, los viajes, la fotografía, la lectura.

“Pep es muy orgulloso —dice su hermano— y por eso el tema de la nandrolona fue un golpe brutal”. Al acabar su etapa de jugador en el Barça, cansado de la presión del entorno, Guardiola se marchó a Italia a probar suerte. Estaba jugando en el Brescia, en 2001, cuando fue acusado de doparse. Se tomó la defensa de su inocencia a pecho porque es obsesivo. Y más si se trata de defender su prestigio. Seis años más tarde, en 2007, ya retirado, la justicia le dio la razón.

Atardece en Santpedor y los niños, con petos naranjas y amarillos, se ejercitan sobre el césped del polideportivo municipal. Como no podía ser de otro modo, las instalaciones llevan el nombre del ídolo local. “Aquí el número cuatro se paga caro; todos los niños quieren llevarlo a la espalda”, dice Isidoro Mata, el presidente del Club de Fútbol Santpedor. El cuatro era el número de Guardiola. Un número que adquirió un nuevo significado en el Barcelona de Dios; perdón, de Cruyff. Milla, Guardiola, Celades... El Barça es una fábrica de cuatros. Siguen saliendo cracks con vocación de cuatros. Xavi, Iniesta, Sergio Busquets. La producción no para.

Xavi explica cómo jugaba Guardiola con una sucesión de veloces movimientos de cuello, mirando de un lado a otro: “Parecía que tenía un ojo en la nuca, todo el tiempo girando la cabeza, como si tuviera retrovisores”. Veía la jugada antes que los demás. Parece que en el banquillo, esa mirada que se anticipa tampoco le da malos resultados. “Nos analiza los partidos, nos dice por dónde podemos entrar, da tres matices, y a jugar”. En su equipo los defensas atacan y los delanteros defienden. Se juega desarrollando el guión que empezó a escribir Cruyff: 4-3-3, atacar, jugar la pelota. Tan sencillo y tan complicado. “El fútbol que propone es un lujo”, resume Xavi.

Guardiola conoce muy bien la casa. Es culé hasta el tuétano. Luchó por tener su propio equipo de técnicos y todos señalan que eso fue un acierto. “Sabía que si tenía el control del vestuario, triunfaría —dice su representante, José María Orobitg—, se rodeó de gente leal”. No es un déspota. Sabe cómo tratar a los jugadores. Horas de trabajo, pasión, exigencia. Y compromiso con una manera de entender el fútbol. Son algunos de los factores que ayudan a explicar su éxito. “Dejó claro que por encima de todas las individualidades está el grupo”, dice Evarist Murtra, ex dirigente del club.

Su amigo David Trueba dice que no lo ve haciendo las maletas para irse el día en que su aventura en el Barça termine. “Lo veo entrenando a niños”, porque esa es su esencia. Un hombre grande que nunca ha dejado de soñar y que ahora cuando duerme dice: “Liga, Copa y Champions”.

Por Joseba Elola / Especial de El País

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