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Helmut Bellingrodt

Para los colombianos mayores de 40 años y que gusten del deporte, hay un hecho que no admite dudas: Helmut Bellingrodt Wolf es el responsable directo de que el historial olímpico de nuestro país se haya partido en dos.

Ricardo Ávila Palacios
29 de noviembre de 2008 - 10:00 p. m.

Gracias a él hay un antes y un después, una ruptura en nuestra memoria histórica, por la cual este barranquillero debe ser señalado con el dedo acusador por rebelarse ante las potencias internacionales del deporte en una época en que para los países tercermundistas era –más que hoy– una auténtica utopía que uno de los suyos se subiera al podio olímpico a compartir la gloria con los grandes.

Y aunque, como en el renombrado episodio bíblico, seguimos siendo una especie de David cuando se trata de Juegos Olímpicos, la historia de Bellingrodt nos enseña que el talento y la técnica, si están acompañados de una férrea disciplina, se convierten en una poderosa mezcla capaz de dinamitar la sempiterna cadena de fracasos en esas justas.

Cadena que fue rota en la alborada del primero de septiembre de 1972 en Munich (Alemania), sede de los Olímpicos de ese año. Quiso el destino que este hombre, por cuyas venas corre sangre alemana, llegara a tierras teutonas a representar a nuestro país. Sesenta y cuatro años antes, sus abuelos habían llegado a Colombia para echar raíces en el puerto barranquillero.

Ese día, hacia las 5 de la mañana (hora de Colombia) Bellingrodt, entonces un estudiante de arquitectura de 23 años de edad, conquistó la primera medalla olímpica para Colombia, al quedar segundo en la modalidad de tiro al jabalí.

Para lograr su hazaña, Bellingrodt disparó 60 tiros y alcanzó 565 puntos sobre un máximo posible de 600. El soviético Lakov Zhelezniak, ganador de la medalla de oro, fue el único que lo superó con 569 puntos.

Nuestros deportistas, dirigentes, periodistas y aficionados debieron esperar 40 años -pues participamos en los olímpicos de Los Angeles en 1932- para que, ¡por fin!, un colombiano –con nombre y apellidos alemanes– subiera al podio olímpico en aquel primer viernes del mes de septiembre del 72.

A su llegada a Colombia, el 6 de septiembre, dijo a los periodistas: “Nunca sentí nervios pero sí responsabilidad. Acepto que las manos me sudaban...”.

Entre lágrimas por la nostalgia que provoca recordar la conquista de su primera medalla de plata olímpica, este barranquillero dice que llamó a su padre  para decirle: “Misión cumplida papi...”, quien fue su entrenador.

Al conocer su designación para el premio a  la ‘Vida y Obra de un Deportista’ que este año le concedió El Espectador, Bellingrodt afirmó: “Me siento alegre porque aún se acuerdan de mí. Muchas gracias”.

Por Ricardo Ávila Palacios

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