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Años 80: la década del olvido

Margaret Thatcher y Ronald Reagan marcaron los años dorados del neoliberalismo y la paranoia nuclear. El recuerdo de sus últimos años es una terrible ironía.

David Mayorga
29 de agosto de 2008 - 10:17 p. m.

Todo es culpa del whisky con soda. Según la cadena BBC, esa es la causa de la demencia senil que padece la ex primera dama británica Margaret Thatcher. Así lo sostiene en Margaret, una serie de televisión que será emitida en 2009 y narra sus últimos años de estadista en el poder. Según el guión, basado en una biografía del escritor John Campbell, Thatcher acudía al licor en momentos de extrema tensión.

La otrora Dama de hierro ha vuelto a ser noticia gracias a su hija. Desde que Caroline Thatcher reveló la semana pasada los conflictos de su madre con la memoria, toda Gran Bretaña ha vuelto a acordarse de la ex mandataria. Ahora el Gobierno debate si en su funeral recibirá honores de Estado.

Hace medio siglo las cosas eran a otro precio. Entonces, combinaba sus días de investigadora en una fábrica de helados con la política. Los periódicos de la época la señalaban como el futuro del Partido Conservador. Fue en 1953 que dejó atrás su carrera como química y se centró en las leyes tributarias; seis años más tarde llegaría al Parlamento, donde votaría por descriminalizar la homosexualidad masculina, legalizar el aborto y suspender la pena capital.

Y fue allí donde se hizo popular por criticar el programa económico del primer ministro, el laborista Harold Wilson. “Estas medidas no sólo conducen al socialismo, sino al comunismo”, dijo Thatcher en 1966. Los rusos se convertirían en un as bajo la manga: diez años después, tras ocupar varios ministerios y regresar al Legislativo para liderar la oposición, decidió atacarlos. “Los soviéticos no tienen que preocuparse por la desconfianza y el cambio en la opinión pública. Ellos apuestan a las armas antes que a la mantequilla, mientras nosotros anteponemos todo a las armas”, dijo en una intervención. El diario moscovita Estrella Roja abrió la edición del día siguiente con el titular “La dama de hierro”. Los publicistas del partido vieron en el término el eslogan perfecto para consolidar su imagen, la misma que encontró eco en los británicos durante el “Invierno del Descontento”, la crisis social que, en 1979, le costó el puesto al primer ministro James Callaghan. Laborista, por supuesto.

Una vez en el poder, Thatcher le sacó el jugo a su eslogan publicitario. Reformó la economía bajo los mandatos del neoliberalismo, redujo la influencia de los sindicatos, respondió a la invasión de las Malvinas y apoyó las tácticas de disuasión utilizadas por su homónimo estadounidense, Ronald Reagan, con quien coincidió en que el mundo sería un mejor lugar si la Unión Soviética desapareciera del mapa, preferiblemente tras un ataque nuclear.

La fama y el olvido

“Compatriotas: me complace anunciarles que acabo de firmar la orden para proscribir a Rusia por siempre. Comenzamos a bombardear en cinco minutos”. Esta broma, al comienzo de una alocución presidencial en 1984, es prueba del ambiente político estadounidense bajo la presidencia de Reagan.

Este actor, tras interpretar a 77 personajes de cine y televisión, decidió lanzarse a la política. Fue gobernador de California entre 1967 y 1975 antes de postularse a la Presidencia por el Partido Republicano. Reagan llegó a la Casa Blanca en 1981, dispuesto a cambiarle la cara a la economía del país. Sus medidas neoliberales (conocidas como reaganomics: bajos impuestos, recorte de programas sociales, aumento del gasto de Defensa) contrastaron con su fuerte intervencionismo internacional: la invasión a Granada, la incursión en Líbano, el apoyo a los contras en Nicaragua, entre otros.

Ante la Unión Soviética, el enemigo imperial asumió una postura férrea y beligerante, encaminando a su país en una carrera armamentista que encendía las alarmas de una inminente guerra atómica. El miedo del planeta se traducía en votos electorales: fue reelegido en 1984, barriendo en 49 de los 50 estados.


Al otro lado del Atlántico, Thatcher gobernaba fiel a su apelativo, tanto que trascendió más por su testarudez que por lo acertado de sus reformas. Sobre todo en su especialidad: la ley tributaria. Hacia 1987 introdujo un impuesto per cápita (todos los contribuyentes pagan una misma suma) que aumentó el descontento existente por las altas tasas de interés y el aumento en las cifras de desempleo. Este detalle hizo que la oposición se uniera y los conservadores conspiraran contra su líder. El 22 de noviembre de 1990, la dama entendió que su Gobierno ya no era de hierro.

Mientras, en Washington, el escándalo Irán-Contra erosionó la popularidad de Reagan y su avanzada edad le restó más puntos aún. Antes de entregarle el cargo a su vicepresidente, fue autor intelectual de la desaparición del comunismo soviético, el monstruo de antaño. Él y Thatcher le vendieron a la desprestigiada dirigencia del Politburó la fórmula de la salvación política: el libre mercado. La idea había sido de la dama en 1985, tras conocer a Mijail Gorbachov: “Es un hombre con quien podemos hacer negocios”.

En 1994, Reagan les dijo a sus conciudadanos que padecía Alzheimer. Esta vez no bromeaba. Junto a su esposa trató de vencer la desaparición de los recuerdos, pero perdió la batalla el 5 de junio de 2004. Estados Unidos lloró su muerte.

La semana pasada, Gran Bretaña leyó que la dama se había oxidado. “Perder a papá fue horrible. Tuve que darle las malas noticias una y otra vez”, escribió su hija en un libro donde revela que la demencia senil atacó a la estadista hacia el año 2000.

Ambos pertenecen a una época que se presume olvidada.

Y el legado soviético se hizo trizas...

Tras el colapso del sistema comunista, en Rusia apareció una figura que prometía nuevos años de gloria: Boris Yeltsin.

Siendo fiel a la burocracia comunista, Yeltsin escaló posiciones: de supervisor de obra en 1955 pasó a presidente de la República Socialista de Rusia en 1991, el mismo año en que se convirtió en autor material de la desaparición de la Unión Soviética.

Como Presidente de la nueva Federación Rusa puso en práctica las recetas neoliberales: precios libres, reducción del gasto estatal y privatizaciones. El impacto de estas reformas devastó la economía.

Su gobierno arrastró serias acusaciones de corrupción. Hacia la mitad de su mandato (1991-1999) surgió la nueva élite de multimillonarios que hoy en día controlan casi la totalidad del PIB ruso: los oligarcas.

El 31 de diciembre de 1999, al mediodía, anunció su renuncia a la Presidencia y dejó encargado del poder a Vladimir Putin; pidió perdón por los errores cometidos en su función.

Murió el 23 de abril de 2007, a los 76 años, víctima de una insuficiencia cardíaca. Ese día se suspendieron todos los programas de entretenimiento en la televisión rusa.

Por David Mayorga

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