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La democracia del combustible

En Venezuela se vende la gasolina más barata del mundo. Un galón cuesta centavos de dólar. El Estado ahorraría grandes sumas si decidiera regalarla, pero le restaría votos en las urnas.

Joaquín Ibarz / Caracas
01 de agosto de 2008 - 09:02 p. m.

Luisa Valero llena el tanque de su Ford modelo 2007 en una gasolinera del barrio caraqueño de Las Delicias. Paga cuatro bolívares por 45 litros de gasolina súper, casi dos dólares. Antes de reemprender la marcha, compra una gaseosa en el pequeño bar de la esquina.

“Con lo que pago por una Coca-Cola tanqueo el carro”, dice. Pero una botella de agua mineral también le costará 15 ó 20 veces más que un litro de combustible. Si pide que le inflen los neumáticos o le laven el parabrisas, la propina superará el valor del combustible.

Para el venezolano, las alzas en el precio del petróleo son noticias de otro planeta. Mientras en Europa se alarman por el costo del combustible, aquí el litro de gasolina más cara (de 95 octanos) cuesta 0,097 bolívares fuertes, 45 centavos de dólar. Los expertos señalan que para el Estado sería buen negocio regalar los carburantes, ya que ahorraría en papeleo y personal. Desde hace diez años, los precios son intocables en Venezuela. Sin embargo, la inflación subió al 30%, la mayor de América.

El subsidio a los 580.000 barriles diarios de gasolina y diésel que consumen los venezolanos cuesta más de 20.000 millones de dólares al año, dinero que podría mejorar carreteras desastrosas y un transporte público propio de un país tercermundista.

Con estos precios, los transportadores del combustible y los dueños de las gasolineras no tienen ganancias. Según los empresarios del sector, mientras desde 1998 la inflación aumentó 508,1% y el salario mínimo subió 699,2%, en ese lapso disminuyó el margen de beneficios de las gasolineras.

La gasolina venezolana es la más barata del mundo, cuatro veces inferior a la de Arabia Saudí, primer productor mundial de crudo. El precio irrisorio genera distorsiones. El consumo no preocupa a la gente. Todo el que puede, compra carro nuevo. Los revolucionarios enriquecidos, los llamados boliburgueses, tienen especial querencia por las camionetas potentes. Las autopistas están abarrotadas de vehículos que apenas movilizan a 20% de la población; el otro 80% se desplaza en un transporte público vetusto.

“Ya es una grosería vender la gasolina como la estamos vendiendo, ¡mejor sería regalarla!”, dijo el presidente Hugo Chávez en el pasado enero. Sin embargo, no se atreve a ajustar el precio.

La gasolina barata se percibe como una especie de derecho adquirido por ser venezolano, por lo que cualquier intento de modificar el precio se transforma en un acelerador de protestas y descontento social.

Por Joaquín Ibarz / Caracas

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