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Los primeros cien días de Raúl

El hermano de Fidel Castro no se consolida. Los cubanos se están desesperando porque no ven cambios en la isla.

Mauricio Vicent / Especial de El País. La Habana
03 de junio de 2008 - 09:53 p. m.

La vieja carretera central que cruza Cuba está cargada de consignas revolucionarias y nombres de patriotas muertos, pero fuera de las vallas de propaganda apenas se ve tráfico de camiones, ni campesinos sembrando la tierra. En el camino hacia oriente, gran parte de las fincas del Estado están infestadas de marabú.

Debido al abandono del campo cubano, este arbusto fiero y espinoso se ha convertido en una plaga que inutiliza cientos de miles de hectáreas buenas para la ganadería y la agricultura, un lujo en un país que importa el 84% de los alimentos que consume.

Rodar por los 740 kilómetros que separan La Habana de Holguín es un buen ejercicio para tomarle el pulso al país. También para calibrar la magnitud del reto a que se enfrenta el nuevo gobierno de Raúl Castro, abocado al cambio después de medio siglo de revolución.

En los 100 días que lleva de presidente, el hermano menor de Fidel Castro eliminó algunas prohibiciones hirientes, como las que impedían a los cubanos acceder a los hoteles, adquirir computadoras o teléfonos móviles. Además, y más relevante, Raúl Castro levantó el veto ideológico al enriquecimiento que es fruto del trabajo esforzado y honesto, una herejía hasta hace poco, e inició una reforma agrícola de corte descentralizador. Incrementar la producción de alimentos es hoy asunto de seguridad nacional.

Otras transformaciones se avecinan. A sus 77 años recién cumplidos, celebró su onomástico ayer, 49 que actuó como número dos de Cuba y ahora se tiene que poner metas que lo acerquen a la población, que pide un cambio a gritos. Raúl tiene como objetivo principal elevar el nivel de vida de la población y traspasar un modelo de socialismo viable a sus herederos, y eso, admiten algunos de sus seguidores, sólo es posible con una revolución dentro de la revolución, no con parches.

Cae la tarde en las fértiles llanuras de Ciego de Ávila y un grupo de jornaleros trabaja a destajo. “Veinticinco pesos por cordel limpio de marabú”, dice Onelio Rodríguez, uno de los campesinos. Calcula a ojo: un cordel son aproximadamente 400 metros cuadrados de tierra y 25 pesos no llegan a un euro; un hombre puede hacer dos cordeles diarios, no mucho más, pero eso no es “lo peor”, dice. “Uno desbroza un campo entero y si después la empresa no mete los tractores y echa herbicida, entonces no ha hecho nada. Mírelo allá retoñando”.

Cambio de imagen

Las últimas apariciones públicas de Raúl Castro han proyectado la imagen de que Cuba se adentra en un nuevo momento político. Y muchos cubanos esperan que, poco a poco, en la isla empiecen a producirse cambios.

Las expectativas e incógnitas alrededor de lo que puede hacer el Gobierno de Raúl, sobre todo en el terreno económico, son tan grandes como el misterio que envuelve la salud de Fidel Castro. Aunque ya muchos se desesperan y quieren ver los cambios. “Paciencia”, piden los cubanos viejos, que ya conocen de vieja data la forma de actuar de Raúl Castro.

Un economista cubano recuerda cómo en el pasado Raúl impulsó el denominado “perfeccionamiento empresarial” dentro de las empresas militares a su cargo.

“A mediados de los años ochenta, cuando el país por iniciativa de Fidel estaba inmerso en el Periodo de Rectificación de Errores, que supuso una vuelta a los estímulos morales, el cierre de mecanismos económicos de mercado que habían resurgido en la isla y en definitiva el regreso a la economía centralizada, Raúl ensayó fórmulas que iban en una línea totalmente opuesta dentro de las Fuerzas Armadas”, señala el economista.

Siempre se ha dicho que Raúl ve con interés las experiencias socialistas de China y Vietnam, países en los que estuvo por última vez en 2005. Y son bastantes los cubanos que apuestan porque su gobierno propiciará una paulatina apertura. En este momento todo son incógnitas. Dicen que Raúl está dispuesto a los cambios, pues conoce el estado de ánimo en la calle y es sensible a las expectativas populares.

Por Mauricio Vicent / Especial de El País. La Habana

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