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Se acabó la tormenta política

Mientras Uribe se fortalece con los últimos golpes a las Farc, Chávez sufre varias derrotas.

Ibsen Martínez / Especial para El EspectadorCaracas
12 de julio de 2008 - 03:12 a. m.

La “cumbre” protagonizada por los presidentes Uribe y Chávez en la ciudad de Coro puso fin al período más tenso que las relaciones entre nuestros dos países hayan registrado en mucho tiempo.

Pero si se considera que hace apenas ocho meses, a fines de noviembre pasado, el siempre hablador Chávez afirmó tajantemente que “mientras el presidente Uribe sea el presidente de Colombia, yo no tendré ningún tipo de relación ni con él ni con el Gobierno de Colombia”, es forzoso reconocer que tan firme resolución duró en verdad muy poco, pues Álvaro Uribe sigue siendo cabeza del Gobierno colombiano y no hay, en rigor, nada que haya cambiado en la política de este último respecto de las Farc.

Aquí en Caracas se hablaba hoy con sorna de la escogencia de Coro como escenario del encuentro.

A casi seiscientos kilómetros al occidente de Caracas, Coro no ofrece mayores facilidades para un encuentro de este tipo que  las que pudieran hallarse en la mismísima capital, pero muchos advierten aquí que Chávez simplemente no quiso que, arriba de tener que tragarse el sapo vivo de  hacer las paces con el abominable doctor Uribe, ocurrieran manifestaciones callejeras en las cercanías que mostraran a la prensa extranjera el grado de descontento con su gestión que cunde en la población venezolana.

Marchas y protestas

Caracas, al igual que Mérida, se vio perturbada por manifestaciones estudiantiles de oposición, en protesta por la muerte el jueves pasado de un estudiante, acaecida en el curso de una pacífica marcha antigubernamental brutalmente reprimida por la policía de la ciudad andina.

Nadie esperaba, en verdad, los inopinados histrionismos con que Chávez suele “regalar” a la prensa luego de las cumbres a que suele convocar a los mandatarios de países amigos o “satélites”, según se los vea.

Al contrario, la entrevista que, como pocas, fue breve y concluyó sin mayor ceremonia, se vio en Venezuela como el fin de una prolongada pelotera entre Chávez y Uribe que el presidente de Colombia ha ganado de modo indiscutible y como el triunfo de este último en el prolongado pulso a propósito de los rehenes cautivos de las Farc.

El titular de portada de una muy leída revista política Zeta, dirigida por el periodista Rafael Poleo que esta semana, contra lo habitual, demoró su aparición hasta hoy viernes, rezaba “El Paisa Vino a Cobrar”.

La portada muestra un fotomontaje en el que Uribe sostiene en las manos —con la carátula mirando al lector— una copia del informe forense de Interpol sobre los ordenadores y equipos informáticos de las Farc obtenidos por Colombia en marzo  pasado.


Ciertamente es elocuente el modo como Chávez ha afrontado las secuelas del rescate a Íngrid Betancourt, logrado en el curso de una audaz e incruenta acción militar colombiana, en lugar de en virtud del ascendiente, real o imaginario, que, sobre las Farc llegó a pensarse que tenía el presidente venezolano.

Como para subrayar el fin de ese ascendiente, las Farc rompieron hoy su prolongado silencio justo durante el transcurso de la entrevista entre Chávez y Uribe.

Si bien el contenido de la declaración, atribuida a los altos mandos de las Farc, no hace alusión directa a la reunión de Coro, y más bien se limita a declarar como despreciables traidores a César y Gafas, incurre nuevamente en el cruel despropósito de llamar “prisioneros de guerra” a los rehenes que aún mantienen en cautiverio. Más llamativamente aún, al declarar las Farc que sostienen su política de concretar acuerdos humanitarios, el comunicado no menciona entre los factores internacionales llamados a colaborar en él, al presidente venezolano.

Si atendemos a la simbología del encuentro, sobresale la visita guiada al complejo refinador de petróleo de Amuay, el más grande de Occidente, y en la que Chávez sirvió de amable Cicerone al Presidente colombiano.

Atrás quedaron las rupturas del flujo comercial con las que, en noviembre de 2004, Chávez quiso castigar al gobierno de Bogotá por la “exfiltración” desde Caracas a Bogotá del llamado “canciller” de las Farc, Rodrigo Granda.

Aquella bravata, que tuvo un costo de miles de millones de dólares para un país que, no sólo es nuestro vecino, sino que es el segundo socio comercial venezolano después de los Estados Unidos, quedó chiquita frente a la  bufonada de pretender trasladar a la frontera colombo-venezolana 10 divisiones mecanizadas enteras, a raíz del ataque al campamento de Raúl Reyes, ocurrido en territorio ecuatoriano a comienzos de marzo.


Como se recordará, los tanques de guerra venezolanos resultaron estar en su mayoría descompuestos y debieron ser transportados al “teatro de operaciones” en camiones fletados a contratistas privados. ¿Qué mueve a Chávez a cambiar diametralmente de actitud?

Es un hecho histórico que durante décadas, algunos factores de poder mediático venezolano, así como muchos de nuestros políticos, agitaron ocasionalmente la xenofobia y avivaron sentimientos anticolombianos cada vez que las cifras de circulación de sus diarios o de aprobación de su gestión bajaban alarmantemente.

Prédica anticolombiana

Así, tanto la aquí llamada “Cadena Capriles” verdadero emporio de prensa amarillista, como el ex canciller venezolano José Vicente Rangel, recurrieron a la prédica anticolombiana en más de una ocasión durante los últimos cuarenta años. Pero la actitud de Chávez respecto de Colombia debe apreciarse con tino, pues no representa un avatar más del mismo reflejo demagógico que vengo describiendo.

En el pasado, el oportunista anticolombianismo de los factores de poder venezolanos fue siempre de tipo “cartográfico” y se limitaba a cuestionar con buenas o malas razones las aspiraciones colombianas sobre la plataforma submarina del Golfo de Venezuela, por ejemplo.

Tenía, pues, como toda disputa fronteriza, un cariz técnico que no hacía de la política doméstica colombiana el centro de su argumentación ni aspiraba a influir en ella.

Con Chávez, los venezolanos y los colombianos por igual, hemos vivido la exacerbación de una esquizofrenia que, al mismo tiempo que exaltaba el sueño integrador de Bolívar, pasaba por sobre la sempiterna disputa fronteriza para abordar de lleno el prolongado, complejo y sangriento conflicto armado colombiano y más grave aún, tomando partido por uno de los factores de ese conflicto: las Farc.


El 11 de enero de  2008, Hugo Chávez se dirigió a Uribe en términos perentorios: “Le pido que comencemos reconociendo a las Farc y el Eln como fuerzas insurgentes de Colombia y no como grupos terroristas y así lo pido a los demás gobiernos del continente y del mundo".

Apenas seis días más tarde, el 17 de enero, Chávez declaró a Uribe  “guerrerista” que “busca cualquier pretexto para justificar su lógica militarista”. Añadió que (Uribe) “no está comprometido con el intercambio humanitario”,  “es cínico e hipócrita”, “maltrata al pueblo colombiano”, “es débil” y tiende cortinas de humo para “protegerse de los escándalos”,  y no dejó de apostillar que “decenas de personeros del más alto nivel, vinculados al presidente Uribe, hoy se encuentran tras las rejas por delitos de terrorismo, paramilitarismo y narcotráfico”.

Se impone la pregunta: ¿por qué tal viraje de 180 grados en la postura de Chávez ante Uribe? La respuesta no tarda en resplandecer para quien haya vivido en Venezuela los últimos 18 meses. “La leche aquí se llama ‘Alpina’ ”, dice un chusco comentarista radial, sin que le falte razón al aludir la insuficiencia productiva venezolana.

Las opciones drásticas se han venido agotando para el demagogo con chequera que hasta ahora ha sido Chávez. La globalización, que es calle de doble vía, le ha hecho sentir duramente que el boom de precios de crudo, de la mano con el de los alimentos, no le permiten ya repetir un  bloqueo comercial contra Colombia semejante al del año 2005.

Para colmo de males, el creciente descontento que la violencia criminal, la desbocada inflación, el desabastecimiento y la corrupción suscita en las filas de sus propios electores poco a poco comienzan a surtir efecto en el ánimo del Bolívar redivivo que debe, pese a sus delirios de dominación continental, ganar unas elecciones estadales y de alcaldías dentro de cuatro meses.

Se insiste en Venezuela que el laptop de Raúl Reyes está “envenenado” y que, en manos del taimado Uribe, surte mejor efecto como amenaza creíble que como prueba efectiva ante un tribunal internacional. Eso por sí solo vendría a explicar el viraje radical de la política exterior de Chávez.

Sea como fuere, a Chávez le urge ahora consolidar su frente interno al precio que sea. Las Farc no sólo han perdido en Íngrid Betancourt a un invalorable rehén, sino que también, al parecer, a su mejor aliado.

 * Escritor venezolano. Publica artículos en The Washington Post, El Nacional y Foreign Policy, entre otros.

Por Ibsen Martínez / Especial para El EspectadorCaracas

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