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El timonel de Benedicto

De cómo el prelado colombiano Darío Castrillón Hoyos terminó con la responsabilidad de la turbulencia papal.

Juan Camilo Maldonado T.
06 de febrero de 2009 - 11:00 p. m.

“¿Quién está manejando el barco de Benedicto durante lo que se está convirtiendo en la más turbulenta crisis de su papado?, se preguntaba esta semana el periodista Jeff Israely, en la revista Time.

El rostro del cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, acompañando el artículo, anticipaba la respuesta.

Han sido 10 días intensos en el Vaticano. La decisión de reintegrar a las filas católicas a cuatro obispos lefebvristas que se niegan a reconocer el Concilio Vaticano II entre ellos al obispo Richard Williamson, que no reconoce la existencia del Holocausto judío ha convertido al Sumo Pontífice en el blanco de los serios reproches de israelíes y alemanes, teólogos y sacerdotes moderados, y hasta de la canciller alemana, Angela Merkel.

Con el paso de los días el nombre de Castrillón Hoyos ha aflorado y con cada vez más fuerza recaen sobre él todos los señalamientos por lo que se considera un “grave e histórico error”, como lo dijo el presidente del Partido Socialdemócrata alemán, Franz Müntefering.

Monseñor Castrillón había sido encargado, en el año 2000, de comenzar los acercamientos del Vaticano con la comunidad San Pío X, fundada por Marcel Lefebvre. Este obispo francés se opuso desde los años setenta a principios moderados del Vaticano como la libertad religiosa y el acercamiento a otras tradiciones, y fue excomulgado en 1988, junto con cuatro obispos, cuando los ordenó sin autorización papal.

Desde entonces se creó la comisión Ecclessia Dei, una suerte de oficina del alto comisionado para la Paz, que buscó acercamientos con los sectores integristas de la Iglesia. Allí estaba desde 2000 Castrillón, quien logró reunirse en varias ocasiones con Bernard Fellay, líder de la congregación, y realizó gestos de acercamiento, cual proceso de paz, como la misa que celebró en latín en el año 2003, y el decreto papal de 2007, que permitió a cualquier sacerdote celebrar la misa en este idioma, una de las condiciones que ponían los obispos para acercarse al Vaticano.

“Castrillón es un buen hijo de Dios”, dijo a El Espectador Mary Kraychy, directora de la Organización Eclessia Dei, en Estados Unidos. “Es el obispo Williamson quien ha sido un problema para la congregación San Pío X. Cree que el mundo está equivocado y que sólo él tiene la razón”.


A través de una carta a monseñor Castrillón, Williamson se disculpó por las declaraciones emitidas semanas antes del decreto papal, en las cuales negó que seis millones de judíos murieran en el Holocausto.

Pero las disculpas no han bastado. Y los reproches continúan. Algunos sostienen que Castrillón falló al obviar que Williamson (al que hoy la prensa de Argentina, donde reside, lo llama el Obispo Nazi) había hecho ese tipo de comentarios negacionistas en varias ocasiones. Y dentro de la curia, ciertos sectores sienten malestar porque se hayan integrado a obispos “que no han hecho un esfuerzo considerable por abandonar sus posiciones extremas”, confesó un alto prelado colombiano.

El Vaticano le ha pedido a Williamson que se retracte públicamente. Pero hasta ahora, el obispo se resiste.

¿Por qué divide a la Iglesia el Concilio Vaticano II?

Durante la primera mitad de la década del sesenta,  el papa Juan XXIII convocó a cientos de sacerdotes para realizar una profunda reflexión y transformación de la Iglesia católica. Tras cuatro sesiones, llevadas a cabo durante cinco años, se produjeron los 16 documentos que componen el Concilio Vaticano II.

 El documento ‘Nostra Aetate’ declara de principios conciliadores con las religiones no cristianas; y el ‘Dignitatis Humanae’ reafirmó el derecho a la libertad religiosa.

 Estos principios han molestado a sectores ultraconservadores del catolicismo, entre ellos al representado por el obispo francés Marcel Lefevbre, quien rechazó el Concilio y fue excomulgado en 1988.

Por Juan Camilo Maldonado T.

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