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La muerte imparable

Cerca de la mitad de las muertes violentas en el país se registran a diario en Ciudad Juárez.

Pablo Ordaz / Especial de El País de España
01 de marzo de 2009 - 10:00 p. m.

Hasta hace 20 minutos tenía 14 años y se llamaba Raúl. Estaba parado en la esquina de su casa, charlando con dos amigos. Un coche apareció muy lentamente por el final de la calle llena de gente. Cuando estuvo a su altura, dos hombres –ni jóvenes ni viejos, ni guapos ni feos, nunca nadie ve nada en Ciudad Juárez– se bajaron y apuntaron sus armas sobre él. Un tiro, dos, tres...

Ahora ya no tiene 14 años ni se llama Raúl. Sólo es el último muerto de esta ciudad maldita, donde el único negocio que florece es el de las funerarias. Un tiro, dos, tres... Así hasta 25. Los perros ladrando. El padre de Raúl escuchando los disparos, bajando a la calle, descubriendo justo lo que el presentimiento le iba diciendo al oído. Su hijo de 14 años, estudiante de bachillerato, desplomado entre la acera y un Ford Thunderbolt de color crema. Con la cabeza destrozada a balazos.

Los perros no han dejado de ladrar ni la gente ha abandonado la calle. Jóvenes muchachos de la edad del difunto siguen charlando y comiendo helados mientras los agentes van poniendo un triángulo amarillo por cada casquillo encontrado. Veinticinco triángulos amarillos. Ninguno a más de dos metros de distancia de donde está el cadáver. Un fusilamiento perfecto. Ni la vieja chapa del Ford color crema ni las paredes de la calle Calexico han resultado dañadas. Raúl quiso huir, pero le dieron caza. Con la misma precisión que a sus dos amigos, que yacen al final de la calle, también rodeados por la curiosidad y los triángulos amarillos.

El parte, frío, escueto, que un funcionario municipal redactará horas después sobre la “triple ejecución”, hablará de un joven “que en vida respondía al nombre de Raúl Alberto Rubio Ochoa”. Tiene razón. Los muertos no tienen nombre. No desde luego en Ciudad Juárez, donde un sábado de febrero ocho jóvenes fueron asesinados por las oscuras mafias de la droga. Ocho. No son demasiados; tres días después morirán 21. Ni demasiado jóvenes; una semana más tarde caerán seis niños bajo los disparos de tipos que siempre tienen tiempo de huir.


Ocho muertos son sólo ocho líneas en cualquier periódico mexicano. Sólo si el muerto respondía en vida a un nombre famoso –un general condecorado o el jefe de un cartel principal– o si las causas de su muerte resultaron extraordinarias –lo cocinaron después de asesinarlo o lo ejecutaron tras construir un túnel para pasar droga...–, sólo entonces puede optar el difunto al raro honor de un titular en la portada de un periódico nacional.

Un país donde el narcotráfico se lleva por delante a más de 6.000 personas al año –más de 16 cada día– no tiene más remedio que ir apilando tanto sufrimiento en la fosa común de las medias columnas, un pequeño trozo de papel escondido en una página par de un periódico de provincias. O hace eso –sin indagar por qué mataron a Raúl, casi un niño, sin investigar por qué su padre bajó las escaleras con el presentimiento envenenándole el aliento– o se arriesga a perder la sonrisa para siempre.

Nadie se fía de nadie

El policía municipal parece nervioso. Es un tipo bajito, mal uniformado. La cartuchera que lleva alrededor del cinturón está medio vacía. Un cartucho sí, uno no. Todavía hoy muchos policías tienen que pagar de su bolsillo la munición que gastan. Y si por la mañana no llegan pronto al reparto de los escasos chalecos antibalas, deben salir a patrullar a cuerpo gentil, un blanco perfecto.

Va de un lado para otro. Apunta en una pequeña libreta los nombres de todos los que, policías o no, rebasan por un motivo u otro el cordón de seguridad. No llega a cruzar palabra con los agentes de otros cuerpos. Es una constante de Ciudad Juárez. Nadie se fía de nadie. Menos aquí, un lugar tristemente célebre por las decenas de mujeres que fueron asesinadas sin que aún hoy se conozcan los motivos ni los culpables.

Hay además datos muy claros de que el narcotráfico tiene voluntades compradas entre los policías, jueces, políticos y periodistas. Las miradas dicen: sabemos a quién pertenece tu uniforme, pero no a quién perteneces tú. No es nada personal. Sólo cuestión de supervivencia.

Nada personal. Sólo eso: nadie se fía de nadie.

Ciudad Juárez se arma para defenderse


Cerca de 1.800 militares arribaron este fin de semana a Ciudad Juárez. Su llegada completa el contingente de 5.000 soldados y policías federales que a partir de hoy patrullarán día y noche para proteger a la población civil de los constantes ataques violentos del narcotráfico.

De acuerdo con el diario mexicano ‘El Universal’, la Fuerza Aérea de ese país colaborará en las operaciones con seis helicópteros Mi-17, MD-530 y Huey, además de un avión Hércules C-130 y varias aeronaves para el transporte de tropas.

Se calcula que en todo el estado de Chihuahua, al que pertenece Ciudad Juárez, están apostados unos 8.000 hombres.

Portavoces militares le dijeron a esa publicación que el objetivo principal es sitiar la ciudad, concentrar fuerzas y adelantar operaciones diarias que contrarresten los continuos ataques.

En los últimos 14 meses han muerto al menos 2.750 personas por la violencia de los carteles de Juárez, Sinaloa y Michoacán.

 De lograr resultados positivos con este despliegue de fuerza, la Secretaría de Defensa Nacional repetiría la estrategia en los estados de Guerrero, Baja California y Sinaloa, dominados por el poder de los carteles de la droga.

Por Pablo Ordaz / Especial de El País de España

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