Irak está perdiendo la guerra contra el terror. A pesar de los esfuerzos de Estados Unidos para que en el país haya estabilidad política y social, la violencia no da tregua. El viernes, 24 horas después de que dos atentados mataran a más de 80 personas, dos atacantes suicidas provocaron otra tragedia, que se saldó con 60 muertos y cientos de heridos.
Esta vez fue un santuario chií en Bagdad, fuertemente custodiado, el blanco de los terroristas. El primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, ordenó una investigación sobre la seguridad del lugar, que permitió el ingreso de los atacantes. La violencia en el país había caído a su mejor nivel en los últimos meses, pero de repente se registró un aumento en los ataques.
Laith Ali, de 35 años, propietario de un comercio cercano, dijo que la seguridad en el momento de los ataques parecía firme. “Nos sentíamos seguros porque había controles en las entradas principales al santuario”, relató. Pero de repente todo quedó a oscuras.