Bonnie Parker y Clyde Barrow, a 75 años de su muerte

La pareja de delincuentes más famosa del siglo XX fue acribillada el 23 de mayo de 1934. El FBI abrió los archivos de la investigación con cerca de mil páginas inéditas.

Fernando Araújo Vélez
02 de junio de 2009 - 06:00 p. m.

El amor que unió a Bonnie Elizabeth Parker y Clyde Barrow jamás murió. Lo mataron. Lo acribillaron a las nueve y quince de la mañana del 23 de mayo de 1934 en una carretera secundaria que, pasados los años, las leyendas, las infinitas versiones y contradicciones, se transformó en un lugar de veneración visitado y rezado por miles de enamorados, desenamorados o solitarios suicidas que buscaban allí, en el recodo mortal que llevaba a Sailes, Louisiana, una fuerza mística, proveniente de los dos enamorados más famosos de los años 30, que le diera sentido a sus vidas. Las peregrinaciones comenzaron el mismo día del asesinato, a las pocas horas. Bonnie aún estaba dentro del Ford-V8 que habían robado semanas atrás, y Clyde, tirado sobre la vía. Les habían disparado 267 balazos. Otros 120 estaban dispersos por los alrededores, dentro del automóvil, incrustados en los troncos de los árboles cercanos o un tanto más lejos.

Al día siguiente la prensa desplegó todo su ingenio y oficio para relatar la historia. Bonnie y Clyde se habían conocido en enero de 1930 en la casa de una amiga de Bonnie que se había quebrado el brazo. Clyde Barrow también fue a visitarla. Hablaron de múltiples temas. Ella le contó de su pasión por la poesía y de un perdido premio que había ganado en el Cement City School. Le dijo que su padre había trabajado como albañil, pero que había muerto cuando ella acababa de cumplir cuatro años. Su madre, Emma Krause, se hizo entonces cargo de ella, de sus dos hermanos y de la casa y se trasladó con ellos a Dallas. Allí, un día de la primavera del 26, se casó con un hombre llamado Roy Thornton, con quien vivió tres años.

Él le relató su pasado, casi igual de trágico y deprimente. Que había nacido el 29 de marzo de 1909 en Ellis County, Texas, que siempre fue pobre, que tuvo muchos hermanos, seis o siete, que había sido arrestado en 1926 por no devolver a tiempo un auto alquilado, y que durante un tiempo se había dedicado a robar pavos reales. Ella era menuda, fina en sus facciones, un poco irascible, muy femenina y autoritaria. Él, robusto, dejado, impredecible y por momentos, violento. Se impregnaron de sus borrascosos pasados y de sus ideales cuando tocaron el tema de las armas. Los dos, igual de obsesivos y conocedores. Ambos, siniestros. Desde que se conocieron, comenzaron su carrera de atracos y robos menores. Una de sus premisas era no matar. Sin embargo, la muerte empezó a rondarlos  muy pronto. Pocos días después de su primer encuentro, Clyde fue condenado a 14 años de prisión. Escapó con la ayuda de Bonnie, quien logró camuflar dos pistolas una tarde de domingo en la que fue a visitarlo. No obstante, semanas más tarde fue arrestado de nuevo en Ohio. Su prontuario aumentaba.

Clyde Barrow consiguió la libertad condicional en febrero de 1932, retornó a Dallas, y se reunió con Bonnie. Quería dejar la delincuencia y vivir del trabajo. Durante algún tiempo laboró en una construcción. Bonnie soñaba con ser cantante y poeta. Sólo aguantaron unas pocas semanas. Su suerte ya estaba echada. El 23 de abril de 1932, Clyde y Raymond Hamilton (un asesino antipático para Bonnie) asaltaron una estación de servicio y mataron a balazos al dueño, J. N. Bucher. En dos años violentos, con robos y asesinatos de varios policías, Bonnie, Clyde y su banda recorrieron el sur y el medioeste de Estados Unidos. El 5 de agosto de 1932 se involucraron en un mortal tiroteo con la policía en Oklahoma. El subcomisario E. C. Moore cayó muerto, y el comisario C. G. Maxwell fue herido de gravedad. La cacería de la pareja y su banda estaba sellada.

Poco antes de su muerte, Bonnie escribió un largo poema que entregó a su madre en una calle del condado de East Dallas. Hablaba en tercera persona. “No son tan despiadados como los muestran / Tienen un temperamento rudo / Odian a todos los guardianes de la ley / a los soplones, a los buchones y a los desertores”. Cuando su cadáver y el de Clyde fueron examinados en Arcadia, 32 kilómetros al este de Gibsland, el informe del forense precisó que cada uno  había recibido más de 50 balazos. Uno de los policías que participaron del asesinato, Ted Hinton, escribió un libro —Ambush, The Real Story of Bonnie and Clyde— en el que contó que fue él quien abrió la puerta del auto, y vio a la muchacha en medio de la sangre. Aún olía a perfume y su peinado no se había arruinado. Sobre el piso del Ford encontró la pistola con la que Bonnie había alcanzado a disparar, un mapa de carreteras de Louisiana, y un sándwich a medio comer. En el auto se encontraron, también, municiones, algunos elementos de camping, el saxo de Clyde, quinientos dólares y patentes falsificadas de Texas, Louisiana y Arkansas. El  23 de mayo de 1934 terminó el circuito delictivo de Bonnie y Clyde. Él tenía 25 años; ella aún no había cumplido 24. De alguna forma, sólo el amor había logrado salvarlos.

Por Fernando Araújo Vélez

 

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