Doble discurso de la OEA

Hace tan sólo un mes, los 34 países miembros de la Organización de Estados Americanos acordaron de manera unánime levantar la suspensión que pesaba sobre la membresía de Cuba a dicho organismo.

Juan Carlos Hidalgo*
07 de julio de 2009 - 06:00 p. m.

El principal obstáculo a la reincorporación cubana era, por supuesto, la Carta Democrática Interamericana, la cual establece ciertos requisitos para pertenecer a la OEA, como el respeto a “los Derechos Humanos y las libertades fundamentales”, así como la necesidad de tener “elecciones periódicas, libres, justas”, entre otros. A todas luces Cuba es un flagrante violador de dicha documento, pero eso no detuvo a los defensores de La Habana. Liderando la causa se encontraba el mandatario hondureño Manuel Zelaya, quien llamó a la Carta Democrática “una babosada”.

Un mes después, Zelaya y sus aliados de la Alianza Bolivariana de las Américas apelan a esta misma Carta Democrática para lograr la expulsión de Honduras del organismo y exigir su vuelta al poder. El doble discurso por parte del pelotón bolivariano no sorprende a nadie. Sin embargo, sí levanta suspicacias la manera tan diligente en que la OEA y su secretario general, José Miguel Insulza, enarbolan las causas bolivarianas, lo cual ha quedado en evidencia durante la crisis en Honduras.

Basta con mirar el récord de la OEA bajo el mando de Insulza para llegar a la conclusión de que dicho organismo ha perdido cualquier tipo de autoridad moral en materia de defensa de la democracia en las Américas. En Venezuela, por ejemplo, la OEA ha permanecido en silencio en cuanto a la manera como el gobierno de Hugo Chávez ha despojado de sus poderes y presupuesto al alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, electo mediante voto popular en noviembre. Otros líderes opositores como Manuel Rosales o Leopoldo López se encuentran en el exilio, en la cárcel o simplemente se les ha vedado su participación en las elecciones.

En Ecuador la administración de Rafael Correa dio sus primeros pasos con la destitución ilegal de 57 diputados que se oponían a los designios del nuevo presidente de llamar a una constituyente. Dicha acción contó con el silencio cómplice de Insulza y la OEA. Así como ha ocurrido con Bolivia, donde en repetidas ocasiones turbas oficialistas alentadas por el presidente Evo Morales han agredido a congresistas opositores y les han impedido participar en las sesiones legislativas y constituyentes donde se debatía el futuro de dicho país. Y la OEA también se ha hecho el de la vista gorda con el fraude ocurrido en las elecciones municipales de Nicaragua en noviembre.

Bien lo dijo Chávez el año pasado cuando comentó sobre una iniciativa de la sociedad civil de denunciarlo ante la OEA debido a sus constantes abusos a las instituciones democráticas: “¿Para qué van a la OEA si allá está Argentina, 14 ó 15 gobiernos caribeños de Petrocaribe; se van a conseguir a Daniel Ortega, Honduras, Brasil, Correa en Ecuador, Uruguay? ¿Quién estará asesorando a esta gente?”.

Las palabras de Chávez no dejan duda de que la OEA se ha convertido en la caja de resonancia hemisférica de su proyecto autoritario bolivariano.

* Coordinador de proyectos para América Latina en el Cato Institute (www.elcato.org)

Por Juan Carlos Hidalgo*

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