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“We’ll be free like in times of the past”

El Espectador fue invitado a la más reciente audiencia pública sobre las necesidades del archipiélago de San Andrés y Providencia.

Alfredo Molano Bravo
05 de septiembre de 2009 - 09:00 p. m.

“Queremos ser libres como en tiempos pasados”, significa el título de este reportaje y el canto de los raizales de San Andrés y Providencia, una etnia de cerca de 8.000 miembros que reclama el territorio del archipiélago y que tiene su propia lengua, el creole. Esa libertad de tiempos pasados, que alaban, es brumosa. Como población negra, no lo fue nunca porque procede de la esclavitud, aunque sus historiadores sostienen que fueron supervivientes del barco Seaflower de la compañía de colonización Westminster, compuesta por puritanos ingleses y escoceses, que encalló en las cercanías de las Antillas hacia 1629.

Es presumible, por tanto, que la población negra era africana y traída como esclava. De todas maneras, los náufragos arribaron a un territorio sobre el que España tenía posesión desde 1510, ratificado por cédula real desde 1544. Esta ambigüedad de origen revela las contradictorias fuerzas que agitan desde entonces las islas y que, en última instancia, no son otras que la histórica rivalidad entre España e Inglaterra.

No obstante, los raizales son más mestizos que negros, más protestantes que católicos, y hablan más inglés que castellano, siendo su lengua propia el creole. Razones por las que se sienten tan alejados de la nacionalidad colombiana y de su cultura predominante. Los raizales tienen una cultura caribeña más sajona que hispana, como casi todo el Caribe. Mejor sería decir: una cultura antillana.

La audiencia

Asistí hace pocos días a una Audiencia Pública en San Andrés, citada por la Cámara de Representantes y presidida por el presidente de la Comisión de Derechos Humanos, Germán Reyes. El evento se inició con el himno de los raizales, Challenge for Freedom, seguido de una plegaria en creole, dirigida  por el carismático pastor Raymond Howard. A renglón seguido hubo una erudita exposición sobre la historia de la anexión de las islas por Colombia del profesor Dulph W. Mitchell, y una, no menos ilustrada, del profesor Oaldey Forbes, titulada Genocidio cultural, lingüístico y cognoscitivo como política de Estado.

Después, la audiencia se convirtió en una especie de cabildo abierto, en donde se expusieron los mil motivos de insatisfacción y las numerosas quejas, todo teñido de un acentuado tono independentista. No faltaron los camilo torres y los acevedo y gómez. Para los raizales, el Estado colombiano lleva a cabo un plan invasor progresivo e implacable. La disolución de la lengua creole, aceptada en derecho por la Constitución del 91, pero suprimida de hecho por el Ministerio de Educación, es causa de una de las quejas más sentidas contra Colombia.

En las escuelas el creole no se enseña por el simple y decisivo hecho de que no se nombran maestros que lo hablen; las oficinas públicas son presididas por funcionarios continentales que en su mayoría sólo hablan español; la fuerza pública exige con despotismo que los isleños hablen “colombiano”. La televisión nacional y la radio no tienen programas en la lengua nativa. Para los raizales esta política de exclusión es una de las armas más eficaces para extinguir su cultura. Y además, tienen virrey, llamado consejero especial para las islas de ultramar y el territorio continental del Chocó.

Hoy la economía del archipiélago está en manos de capitales continentales —especialmente de paisas— y, digamos, extra continentales —sirio-libaneses, palestinos, turcos—. Los nativos han visto arruinadas sus economías tradicionales y perdidas sus tierras. De las primeras sólo les queda, muy debilitada, la pesca.

Las autoridades consideran que todo pescador isleño está vinculado al narcotráfico y por tanto limitan cada vez con mayor rigidez y arbitrariedad sus faenas, mientras que sobre las compañías internacionales no se ejerce control alguno, o apenas llamados de atención fugaces. Cierto es que hay pescadores que terminan enredados en las redes de los narcos por su gran habilidad en el manejo del mar, y esta trampa es cada vez mayor en la medida en que el empleo para isleños es cada vez menor.


“Soberanía ambiental”

Ahora el Gobierno, en un extravagante gesto, busca inaugurar un nuevo concepto, la soberanía ambiental, en los cayos del norte —Roncador, Quitasueño, Serrana, Serranilla, Alburquerque, Bolívar—. Para adelantar el estudio de la medida estuvieron el vicepresidente Santos con su familia, la directora de Parques Nacionales y la hija del comerciante Jean Claude Bessudo, en una nave de la Armada visitando la zona y evaluando su potencialidad. Si la declaratoria se expide, los pescadores nativos, que desde siempre recogen caracol, camarón y otras especies de mariscos y peces, quedarán vetados. Una puerta más que se cierra.

La propiedad sobre la tierra es otro asunto que desvela a los raizales, sobre todo de San Andrés. Las inversiones en turismo, el desarrollo del comercio, el lavado de dólares —que han hecho de la isla su paraíso— suponen la ocupación territorial de sectores vitales como las playas, las zonas más bellas en paisaje y las más ricas en agua dulce. La mayoría son compradas a bajos precios —entre otras cosas porque el concepto de tierra como mercancía es relativamente nuevo—. Pero hay otros predios de los que los nativos han sido despojados por medio de litigios judiciales incubados tanto por el Estado como por particulares: el impuesto predial y los créditos comerciales han sido palancas poderosas para la expropiación de lotes y fincas.

La realidad es que los nativos están cada día más arrinconados en San Luis y el Sound Bay. La resistencia podría ser cada día más débil: el presidente Uribe ha insistido en construir un malecón en la primera y un gran campo de golf en la segunda, para estimular las inversiones en esas zonas, lo que no es diferente a un desplazamiento legal pero forzado. Tienen la experiencia de la zona urbana, que ha crecido de manera tan arbitraria y avasalladora que muchos raizales viejos no saben orientarse en esa colmena de cemento. La valorización es una ola que ahoga a los pobres a favor de los ricos, por eso los raizales piden que se les exonere del impuesto predial.

En Providencia el proceso tiene un menor ritmo porque los raizales han conseguido una mayor y más sólida cohesión y alcanzado un estatuto que impide la venta de terrenos a forasteros, lo que no ha sido óbice para que altos funcionarios del Estado, grandes ejecutivos nacionales y extranjeros hayan encontrado el modo de brincarse las normas y construir sus mansiones sobre las playas.

Sobrepoblación

El poblamiento es una de las causas de mayor preocupación. La densidad de las islas es una de las mayores del mundo, superior a 1.600 habitantes por kilómetro cuadrado. El Estado colombiano no ha realizado estudios serios sobre la capacidad de carga, y no lo ha hecho porque el poblamiento con continentales es una estrategia de soberanía que reproduce además todos los vicios y conflictos de su origen. Los raizales son apenas el 25% de los habitantes de la región. El problema se ha tratado de paliar con la tarjeta de residencia, pero ella se ha convertido de hecho en un instrumento electoral que favorece, como es obvio, a los partidos tradicionales que han asaltado los bienes y los espacios públicos en su beneficio particular.

La mayoría de los mandatarios locales se ha visto envuelta en líos judiciales. La tarjeta es un requisito para votar. El efecto de las fuerzas sociales y económicas descritas tiene un gran impacto ambiental. La ocupación urbana es un desastre mayúsculo. La planeación está en general atravesada por intereses políticos, que son, en última instancia, económicos. El número de votantes de continentales es aplastantemente superior al de electores raizales.

De ahí que el concepto de desarrollo y la planeación y la política ambiental sean de la mayoría continental que, vale decir, es paisa. En San Andrés se celebra la fiesta de los silleteros, que era, hasta hace poco, un patrimonio de Medellín. Ese concepto está guiado por el lucro, por la rentabilidad, por los negocios, pero deja de lado otras dimensiones de la vida o, peor, las subordina a ellos.


Los raizales tienen un concepto de su isla, de su vida, que puede ser calificado como romántico, y lo es. Los raizales gozan con la conversación, con los manglares, con Luna Verde y, sin desconocer el valor del dinero, no subordinan su vida a la rentabilidad. Creo que los raizales identifican el invasor con el cemento, con el ruido y con la destrucción del paisaje que conocieron de niños y que forma parte de un patrimonio que defienden por encima de todo.

Les gustan los caminos sin pavimentar, los arrecifes y no los malecones. Hay mucho de idílico, de paraíso perdido en esos criterios estéticos y ambientales. La razón de esa otra manera de mirar es, hay que decirlo, religiosa. Debajo del discurso político y étnico hay una concepción religiosa y ética que puede ser demarcada por la lengua, la tierra y la historia y que, además, no excluye otros credos. Tradición y defensa de la cultura están arraigadas en un territorio religioso.

Historia de una rapiña

Las islas están situadas en una zona geoestratégica que las ha hecho  presa de las ambiciones: España las reclamó mientras Inglaterra las poblaba y, por épocas, las gobernaba; Francia acarició, con Louis Aury, durante la Independencia, la tentación de anexarlas; Holanda sostenía un fuerte vínculo económico, y los piratas ingleses asolaban y usaban el archipiélago en sus operaciones contra España. Desde 1822, con el Congreso de Cúcuta, perteneció, por voluntad soberana de sus pobladores, a lo que hoy es Colombia, Ecuador y Venezuela. A comienzos del siglo pasado, cuando se perdió Panamá, Estados Unidos, que reclamaba los Cayos del Norte, tenía al archipiélago en la lista de anexión. Los raizales recalcan el hecho de haber aceptado, como pueblo independiente, incorporarse a la Gran Colombia en un acto de soberanía plena, una condición que nunca les fue devuelta a la disolución de la Constitución de Cúcuta.

Colonización tortuosa

En 1912, el archipiélago, excluidos los cayos que EE.UU. reclamaba, fue declarado Intendencia, y en los años 20, el Gobierno puso en marcha dos planes de colonización: la catolización, a cargo de los capuchinos españoles, y el poblamiento de las islas con familias continentales. Los protestantes y los antillanos cumplían esas tareas. Y, para rematar, Colombia y Nicaragua firmaron en 1928 el Tratado Esguerra-Bárcenas que, consideran los raizales, partió en dos a su pueblo, puesto que la costa de la Mosquitia había sido poblada por ellos. Es decir, las heridas son hondas. San Andrés y Providencia gozaron de economías fuertes, productoras de maderas finas, algodón, naranja, coco y carey. Con la construcción del aeropuerto y la declaratoria de baldías de las tierras isleñas por parte del Incora en los años 60, la dominación colombiana se hizo patente. La decadencia de su producción agrícola fue desde entonces muy acelerada y, poco a poco. En los años 70, la pesca fue asimismo captada por las operaciones del narcotráfico.

Por Alfredo Molano Bravo

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