Publicidad

De militares a míticos narcos

Antiguos soldados entrenados en EE.UU., hoy son barones de la droga en México.

David Mayorga
27 de octubre de 2009 - 10:25 p. m.

Ninguno podía faltar a la cita. De hacerlo, se exponían a terminar con varias balas en el cuerpo. Por eso, un día de junio de 2007, a un extenso complejo deportivo en la ciudad de Matamoros (México), llegaron cerca de 500 hombres fuertemente escoltados, algunos de ellos heridos por los tiroteos propios del narcotráfico.

Habían recibido el mismo mensaje por radioteléfono: “Que todos los treinta y cinco y sus jefes se concentren en Matamoros, Tamaulipas. ¡Es urgente!”. Los presentes recordaban los viejos días en las filas del grupo antinarcóticos del ejército mexicano. Las carcajadas brotaban entre una anécdota y otra, todas marcadas con la ironía de haber vendido sus servicios a quien juraron derrotar.

De un momento a otro se escuchó el rugido de un motor. Una camioneta blindada, rodeada de hombres con armamento pesado, entró al campo y se detuvo. Entonces todos miraron a su ocupante, un hombre que vestía jean, camisa blanca y botas negras. Se escuchó una gran ovación al jefe: Heriberto Lazcano, alias El Lazca, líder del grupo paramilitar Los Zetas al servicio del cartel del Golfo.

Diez años atrás era conocido únicamente por su apellido, uno más en el Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (Gafe) que el Estado había desplazado a Tamaulipas para apresar a Osiel Cárdenas, jefe mafioso del Golfo. Por esos días la organización criminal se disputaba las rutas de la cocaína con su enemigo jurado, el cartel de Sinaloa, y lo que menos necesitaba era un grupo de militares tras sus huellas. Fue cuando optó por el poder del dinero. En 1997 se contactó con el comandante del Gafe, el teniente Arturo Guzmán Decena, y le ofreció el triple de su sueldo.

El militar aceptó casi de inmediato y trajo consigo a 30 de sus hombres, entre ellos Lazcano, todos con entrenamiento contrainsurgente, conocimientos tácticos y de comunicaciones, así como manejo de armamento pesado que habían aprendido en bases estadounidenses. De ahí en adelante seguirían identificándose con sus códigos militares antinarcóticos (Z), pero se encargarían de proteger a Cárdenas, supervisar los envíos de droga y enfrentarse a los sicarios de Sinaloa. Así nacieron Los Zetas.

El pacto demostró ser un gran negocio que les llenaba los bolsillos de dólares, pero que también los puso en la mira de las autoridades. De eso se dieron cuenta en noviembre de 2002, cuando un comando militar se tomó un restaurante de Matamoros. En el fuego cruzado murió Guzmán, alias Z-1, y dos años más tarde fue capturado su sucesor, Z-2. Entonces, era el turno para que asumiera el mando Z-3, El Lazca.

Fue durante su liderato que comenzaron los problemas. Osiel Cárdenas fue capturado y extraditado a EE.UU., y el nuevo jefe del cartel, Eduardo Costillas, El Coss, tomó medidas extremas: redujo el dinero a su brazo armado y buscó un pacto con los de Sinaloa, algo que no cayó muy bien entre los hombres de Lazcano.


A eso del mediodía, el comandante cogió el micrófono. Explicó que los nuevos jefes querían la paz, pero él debía conocer primero la posición de sus hombres. Hubo varias caras largas. “Nos van a romper la madre”, dijo un subalterno, “No confío en la contra”, respondió otro, y el descontento se impuso.

En ese momento se tomó una decisión: Los Zetas dejarían de prestar protección y entrarían al negocio. Poco le importaron a El Lazca los US$5 millones que ofrecía la DEA por su captura, lo importante ahora era estrechar los lazos con los carteles colombianos para asegurar los envíos de droga, asegurar la ruta entre Tamaulipas y Texas y buscar nuevos socios en Guatemala e Italia.

El Estado mexicano no tardó en escuchar los rumores de rebeldía, pero los descartó de inmediato. A finales de 2006, ante el cambio de gobierno, el procurador de entonces, Daniel Cabeza de Vaca, tal vez pensando más en los afanes del empalme con la siguiente administración, le aseguró al diario Milenio: “Los Zetas sólo son un mito”.

Uno que comenzó a tomarse en serio con la llegada de aliados inesperados. Un grupo de mafiosos traicionados, al mando de Arturo Beltrán Leyva, dejó las filas del cartel de Sinaloa y se alió con los ex militares. Así, el nuevo cartel selló pactos con la mafia de la ‘Ndrangheta calabresa y, al igual que sus antiguos patrones, sumó nuevos elementos militares.

Pero el gobierno había despertado. Los soldados, con mejores salarios y ventajas para sus familias, no se cansaban de capturar a los 31 fundadores y sus células. El reclutamiento, entonces, se trasladó a Guatemala, donde las fuerzas de élite, los Kaibiles que habían confrontado a la guerrilla, se morían de hambre.

“Todos ellos cuentan con una formación en defensa personal, lectura de mapas y coordenadas, guerrillas rurales, emboscadas y contraemboscadas, supervivencia y sobre todo el manejo de armas largas”, rezaba la Procuraduría en un informe. Posteriores documentos dejaron en claro que el nuevo cartel no estaba tan lejano a los capos del Golfo como se creía, que habían logrado comerciar más de 160 toneladas de cocaína gracias a alianzas con mafias guatemaltecas, que pagaban hasta US$1.500 para que sus capturados tuvieran celdas de lujo y que 3.972 militares, entre 2003 y junio de 2009, habían desertado por ofertas del narcotráfico.

Mientras tanto, El Lazca desapareció del escenario. Aunque algunos reportes sugieren que murió poco después de la reunión en un tiroteo con el ejército, ex zetas aseguran que está vivo y que el mando ahora lo ejerce Z-40. En diálogo con la revista Proceso, uno de ellos dijo que decidió retirarse. Seguramente para disfrutar su parte de los más de US$25.000 millones anuales que produce el envío de droga a los Estados Unidos.

Por David Mayorga

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar