El justiciero del mundo

El máximo órgano de la justicia universal está integrada por 18 jueces que proceden de distintos países. Desde hoy ellos pueden investigar los crímenes de guerra que queden impunes en nuestro país.

Gabriela Cañas / Especial de El País
31 de octubre de 2009 - 09:00 p. m.

La guerra convirtió al pequeño Sang-hyun Song en el salvador de la familia. Su cuerpo menudo y su corta edad le permitían moverse por entre las trincheras y bajo la lluvia de las bombas sin ser capturado y movilizado por el ejército norcoreano. Cada día, durante aquel verano de 1953 que nunca olvidará, caminaba 10 kilómetros  hasta su ciudad natal para aprovisionarse de los víveres que sus amigos y familiares le regalaban.

La familia Sang vio cómo aquel mismo verano las fuerzas aliadas liberaban a Corea del Sur de su larga historia de opresión y colonialismo. Aún ve Song nítidamente a su padre llorar cuando escuchó por la radio las palabras del entonces secretario de Estado de EE.UU., John Foster Dulles, proclamando: “Corea no está sola”.

Con el tiempo, Song se convirtió en un estudiante de derecho que aprendió leyes en su país, pero también en Estados Unidos, en Francia, en Australia y Nueva Zelanda. Trabajó por los derechos de la infancia y terminó siendo profesor y juez en una Corea, la del Sur, un país pleno de oportunidades. Cuando su Gobierno le propuso en 2003 ser juez en la Corte Penal Internacional, Song reflexionó: “Corea es un pequeño país rodeado de grandes potencias; un país siempre invadido que nunca agredió a otros. Puede ser una buena idea participar en la Corte y prevenir cualquier otra invasión hacia nosotros”.

En marzo de este año, Sang-hyun Song fue nombrado presidente de la Corte Penal Internacional y rememora su historia desde su acristalado despacho, en la cumbre del moderno edificio de La Haya. Pero sus expectativas no están colmadas. El llamado “crimen de agresión” del que Corea fue víctima varias veces no está recogido en los estatutos de la Corte, de modo que esta institución no podría juzgar una invasión de un país a otro como no pudo pronunciarse en 2003 contra la invasión de Irak.

Pero la paciencia de los jueces parece tan oriental como el propio Song: “Hay problemas todavía para ponerse de acuerdo e incorporar este crimen en los estatutos, pero estoy seguro de que algún día se conseguirá”, afirma este juez surcoreano. Vive solo en La Haya. Es un tributo que tiene que pagar por trabajar para este gran proyecto estable de justicia universal heredero directo del Tribunal de Nüremberg, aunque éste nació torpedeado por las grandes potencias del mundo (Estados Unidos, Rusia, China e India), pero sostenido por 108 países y el crucial empuje de Europa.

Sin embargo, el gran motor de esta institución es el empeño que palpita en los corazones de millones de personas (muchas de ellas de Estados Unidos y otros países que se han quedado al margen) que sueñan con el fin de la impunidad para los crímenes más terribles.

Song nació en plena Guerra Mundial, cuando Corea era parte del imperio japonés. Su abuelo era un líder independentista que en 1919 fue detenido por los japoneses. Sus captores lo desnudaron, lo ataron a un poste y animaron a los perros adiestrados a que atacaran sus genitales. “En aquel tiempo”, dice su nieto, “había mucha tortura en mi país. Mi abuelo perdió su capacidad reproductiva”, pero siguió luchando y fundó un periódico y a punto estuvo de convertirse en el primer presidente de su país de no ser por que murió asesinado el último día de 1945.

Torturas sistemáticas, genocidios, violaciones masivas... La Corte Penal Internacional está ahora ahí para perseguir este tipo de crímenes. Su jurisdicción es limitada. No podrá perseguir, por ejemplo, a genocidas de países que no han suscrito su estatuto. Tampoco puede juzgar con carácter retroactivo. Sólo (y nada menos) los crímenes cometidos desde julio de 2002. Es, en definitiva, el embrión de la justicia universal que ha llegado con el nuevo siglo y el nuevo milenio.

Cuatro son los grandes casos que ya tiene entre manos. Son grandes catástrofes humanas ocurridas todas ellas en África en los albores del nuevo siglo. Uganda, en la República Democrática de Congo y en la República Centroafricana. Sang-hyun Song aspira a que la justicia llegue para todas las víctimas.

Por Gabriela Cañas / Especial de El País

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