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¿Cocaína para beber?

El director de investigaciones de la Fundación para la Transformación de la Política de Drogas explica por qué fracasó la guerra antinarcóticos y asegura que hay que dar el paso a la regulación.

Juan Camilo Maldonado T.
21 de noviembre de 2009 - 09:57 p. m.

La semana pasada, en la Casa de los Comunes, en Londres, un investigador de nombre Steve Rolles presentó ante los parlamentarios ingleses un informe sin precedentes dirigido por él, en la Fundación para la Transformación de la Política de Drogas.

Se trata de un trabajo de dos años, basado en el análisis de modelos de regulaciones de producción y consumo de estupefacientes en países como Perú, Suiza y Portugal, y que dice buscar “un mundo donde el suministro y el consumo de droga no médica sea manejada con la mezcla adecuada de compasión, pragmatismo e intervenciones basadas en la evidencia”.

En momentos en que Estados Unidos avanza en la regulación y la opinión publica continúa el debate, El Espectador habló con Rolles sobre sus propuestas.

¿Por qué son tan tímidos los gobiernos en esta discusión?

Porque convirtieron las drogas en una amenaza malvada y le declararon la guerra hasta el punto que adquirió una suerte de dimensión religiosa, como una cruzada. Y una vez te comprometes con esta clase de retórica, se hace muy difícil alejarse de ella. Porque cualquier paso que se da lejos de la guerra es visto como una debilidad.

¿La guerra contra las drogas es una cuestión ideológica?

Sí, y no quieren reconocer el fracaso de las políticas.

¿A qué evidencias se refiere?

Hemos estado peleando por cincuenta años, si nos remontamos a la Convención contra las Drogas en 1961, y durante todo ese tiempo no hemos hecho sino alejarnos de un mundo libre de drogas. El consumo y la producción van en aumento, y las drogas están más disponibles y baratas que nunca.

¿No ha logrado nada la guerra?

Sí: crimen, mafias y más guerra. Y lo extraño es que esto se está usando como un argumento para seguir con la lucha contra las drogas. Hay mucho miedo y desinformación, que a los gobiernos les interesa perpetuar porque les sirve a sus intereses políticos. A esto se suma una cantidad enorme de propaganda sobre los peligros de las drogas. Todos sabemos que son potencialmente dañinas para la salud, pero como las drogas son nuestras enemigas las hacen ver tan malas como sea posible. Es la misma lógica de propaganda que se utilizaba en la guerra convencional.

¿Qué son, pues, las drogas?

Son un asunto de salud pública, que debe ser manejado de la misma manera como manejamos el alcohol o las drogas farmacéuticas. Mire el tabaco, por ejemplo. Después de 30 años la gente finalmente ha comenzado a entender que es un riesgo para la salud. Y como resultado, al menos en Europa, tras introducir varias regulaciones orientadas a la prevención, los niveles de tabaquismo bajaron en una tercera parte. Al mismo tiempo, los niveles de consumo de cocaína se duplicaron en los últimos diez años.

Para muchos la guerra contra las drogas es un mal necesario...

Pero nos está costando mucho dinero. Además, la inmensa demanda y la ausencia de una oferta legal crearon una oportunidad económica enorme para el crimen. Este mercado ilegal vale hoy US$300 mil millones. Las consecuencias de esto son desastrosas.

¿En qué consiste su propuesta?

En un escenario de regulación bajo una serie de modelos de control de acuerdo con la peligrosidad de cada una de las drogas.

En el caso de la cocaína...

Uno de los problemas en los mercados de cocaína es que los productos más potentes y concentrados, como la cocaína en polvo y el crack, tienden a dominar el mercado, pues es más rentable para los criminales. Cuando el mercado es totalmente ilegal tiende a moverse hacia las formas más peligrosas de la sustancia. Nosotros asumimos que bajo un sistema legal, donde tengamos una gama más amplia de productos, la gente probablemente escogerá sustancias más suaves y seguras como bebidas de cocaína u hojas de coca. Observe la prohibición del alcohol en los Estados Unidos: la gente no siempre quería beber whiskey, pero no tenían alternativa. Trece años después, cuando el alcohol fue legalizado, volvieron a la cerveza y al vino.

¿El modelo funciona con licencias?

Sí. La cocaína en polvo sería vendida sólo a adultos. Éstos tendrían que hacer como un test de conducción para conseguir la licencia, en el que demuestren que entienden los riesgos y los peligros, y que saben cómo usar la droga de manera prudente y moderada. Luego irían a ciertos centros de dispendio certificados donde podrían comprarla, pero de manera racionalizada y limitada.

¿Y eso no promovería el consumo?

Una agencia estatal especializada vigilaría todo este sistema. En el caso del crack, la droga no estaría directamente disponible. La gente debería ir a instalaciones especiales y supervisadas para poder consumir. Allí habría profesionales de la salud capaces de proveer ayuda si los consumidores tienen problemas, brindar consejería, guianza y ayudarlos a obtener tratamiento si lo necesitan. Algo parecido a lo que sucede en Suiza, que tiene consumo supervisado de heroína.

¿Qué agentes producirían todos estos derivados de la coca?

Ya existen mecanismos legales para producir hojas de coca, como el monopolio para producir té en Perú. Esos y otros sistemas que están detallados en el informe podrían expandirse.

Cuando usted comparte estas ideas con el Parlamento inglés, ¿no le dicen que está loco?

La mayoría de ellos lo entienden intelectualmente, pero no saben cómo manejarlo políticamente. En privado tenemos conversaciones muy detalladas, pero en público tienen una voz muy distinta.

Por Juan Camilo Maldonado T.

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