El genio de los Cárpatos

El 25 de diciembre de 1989 el dictador Nicolae Ceausescu fue depuesto en Rumania. Una de las últimas derrotas del comunismo.

Ricardo Abdallah / París
23 de diciembre de 2009 - 04:19 p. m.

Las consecuencias

En la tarde del pasado 6 de diciembre, los dos principales diarios rumanos, Cotidianul y Adevarul, dieron por ganador de las elecciones a Mircea Geoana, quien derrotaba al presidente Traian Basescu. Los votos de los rumanos en el extranjero, que se sumarían durante la noche, darían una ventaja de 0,6% a Basescu dejándolo de nuevo en el poder. A la vez confirmaban que el apoyo del PSD a Geoana bastó para que muchos indecisos votaran por cualquier otro que estuviera más lejos de quienes alguna vez rodearon a Nicolae Ceausescu.

El PSD es el grupo político de Ion Iliescu, el primer presidente democrático tras 34 años de dictadura, un colaborador de Ceausescu a quien siempre se le criticó un apego a las políticas de su predecesor y el hecho de probablemente haber instigado las revueltas que el 25 de diciembre de 1989 terminaron en el fusilamiento del dictador y su esposa.

El final

Como el camarógrafo no llegó al patio antes de que los soldados dispararan, las últimas imágenes de la pareja los muestran forcejeando para que no les ataran las manos. Son las cuatro de la tarde. Cuatro soldados bastan para sacarlos de la sala. Hacia el final del juicio, que no duró una hora, los Ceausescu se toman de la mano e intentan apoyarse. Al principio, Nicolae ha dicho que no responderá, porque según la Constitución sólo una asamblea nacional puede juzgarlo.

Había durado tres días detenido mientras camiones cargados con ataúdes recorrían las calles de Bucarest y algunos milicianos se atrincheraban en los edificios gubernamentales para disparar contra la población. Los Ceausescu habían sido arrestados a las tres y media de la tarde del 22 de diciembre.

Nicolae Petrisor había pasado algo más de una hora de camino con ellos en su Dacia cuando los entregó. El dictador, sentado a su lado, le dijo que quería llegar a Targoviste para organizar la resistencia. El cuarto pasajero era el hombre de la Securitate que había detenido el auto. Los Ceausescu, al lado del camino, parecían lo que eran: dos ancianos que necesitaban un aventón porque el carro que los transportaba había sufrido problemas mecánicos: el médico Nicolae Deca, que los había recogido antes, alegó que los limpiabrisas no servían y no podía continuar.

La excusa de Vasile Malutan, el piloto del helicóptero que los había sacado de Bucarest, era más original: un radar podía detectarlos y dar información precisa para que los derribaran. Lo mejor era que aterrizaran en el campo y que siguieran a pie.

“Déjenos cerca de la carretera”, dijo Ceausescu.

Malutan ya había hecho un primer descenso para conseguir por teléfono una escolta aérea, pero nadie quería brindar seguridad a la pareja presidencial. Eran las 12 y 20. Habían pasado quince minutos desde que en la Plaza del Pueblo los manifestantes vieron un helicóptero pasarles por encima. Llevaban banderas rumanas a las que les habían arrancado el escudo comunista de la franja central y escondidos tras los tanques del ejército, lograban entrar al edificio del Partido. Por las ventanas tiraban libros de propaganda y retratos del hombre que hacía unos minutos había intentado hablarles por última vez. El día anterior, Ceausescu, frente a lo que creía una marcha contra los “actos vandálicos y terroristas de Timisoara”, agradeció desde su balcón a aquellos que “organizaron esta manifestación de apoyo”.

Ceausescu dijo “¿Aló?”, como si los chiflidos que escuchaba fueran por fallas en el sonido. Nadie chiflaba al hombre que había dejado de tomar sus medicamentos contra la diabetes, porque era superior a la enfermedad. Al admirador de El Gran Gatsby, que en 1984 había demolido la quinta parte de Bucarest, cincuenta mil casas, para construir los edificios titánicos que debían bordear la Avenida de la Victoria del Socialismo.

Que tenía, según sus deseos, que ser más larga que los Campos Elíseos.

Que terminaría en el Palacio del Pueblo, el edificio más grande del mundo.

Que podía derribar en una sola jornada una docena de osos con el rifle que le regaló la reina Isabel.

Los años de gloria

Así lo mostraban los documentales que durante los ochenta constituían parte importante de la televisión rumana. El complemento era la Securitate, una dependencia de la Policía que se encargaba de escuchar conversaciones telefónicas, interceptar correo, estimular la delación y organizar el desprestigio de los disidentes. Aunque el número de sus agentes no ha sido determinado, por los menos dos millones de ciudadanos eran espiados regularmente por la policía secreta.

Rumania tenía veinte millones de habitantes.

Era su pueblo. Usaba un cetro y cuando en 1974 decidió que no le bastaba el cargo de secretario del Partido y quería el de presidente, se explicó diciendo: “Un hombre como yo nace cada quinientos años”. Ya la prohibición del aborto y el uso de anticonceptivos y la urbanización del país, llevando a los campesinos a las ciudades a la fuerza si era necesario, estaban en la agenda.

Ese año, Elena Ceausescu fue nombrada directora de la Academia de Ciencias. A duras penas conocía la fórmula química del agua.

Mostrarse más que como esposa había sido el consejo de Jiang Qing, en 1971, cuando los Ceausescu visitaron a los Zedong. A Nicolae, en cambio, lo marcó el desfile que le había preparado Mao y que sólo podía compararse al que Kin Jung II le tenía en Pyoyang.

El principio

Así empezó a distanciarse de la imagen del “comunista bueno” que Nixon y Mickey Mouse habían recibido en Estados Unidos. Aunque el Comité lo eligió porque lo creía un hombre que sería una figura sin concentrar el poder, en tres años al frente del gobierno, Ceausescu ya no era el cuadro medio de los cincuenta, cuando junto con su predecesor, Gheorghiu-Dej, había combatido por un país que además de reconstruirse tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial luchaba por sacar a los rusos que “trataban de tal manera a los civiles que hacían extrañar a los nazis”.

Fue al final de la guerra que Ceausescu se casó con Elena. La conocía desde 1939. Una foto los muestra en el desfile del 1° de mayo de ese año. Nicolae es un muchacho determinado, el que ha estado en prisión por sus convicciones. Cuando Ceausescu decidió que estaba a la altura del rey Carol I y el héroe de la lucha contra los turcos, Vlad Tepes, los encargados de la propaganda crearon esa fotografía como señal del destino. Por las mismas razones omitieron decir que el arresto del futuro Conducator se debió a una pelea callejera.

Tampoco es real la casa “oficial” donde el tercer hijo de Andruta y Alexandrina Ceuasescu habría nacido el 26 de enero de 1918. En cambio, parece ser cierto que Andruta habría estado tan borracho que dijo a los presentes “Pongámosle Nicolae. Es el único nombre que se me ocurre”.

Por Ricardo Abdallah / París

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