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La ley de las favelas

Durante su recorrido por estos deprimidos barrios, el periodista estadounidense Jon Lee Anderson encontró que el Estado no los puede controlar.

Jon Lee Anderson / Especial para El Espectador
04 de enero de 2010 - 09:55 p. m.

Hay una ausencia casi total del Estado en las favelas. Los carteles de narcotraficantes imponen sus sistemas de justicia, ley, orden e impuestos mediante la fuerza armada. Gracias al mercado negro de armas proveniente de otros países se ha desarrollado un nivel de violencia inimaginable. Como en el caso de México, muchas de las armas que entran ilegalmente a Brasil provienen de los Estados Unidos, aunque armamento ruso también ha comenzado a verse en años recientes. Lo que es indudable es que cada vez son más poderosos. Los gánsteres de Río han sido atrapados con ametralladoras de uso privativo del ejército, al igual que con armas antiaéreas, Los rifles semiautomáticos y las granadas son de uso cotidiano. (La Madsen dispara quinientas balas por minuto).

Río de Janeiro ocupa el primer puesto en el escalafón mundial de “muertes violentas intencionales”. Según las autoridades, el año pasado se presentaron un poco menos de cinco mil homicidios, de los cuales el cincuenta por ciento estaba asociado al narcotráfico. (Los números no reflejan incidentes como “muerte por violación, o “muerte por participar en un motín”).

Veintidós policías fueron asesinados. A su vez, la policía de Río mata a más personas que cualquier otra autoridad policíaca del mundo: en 2008 reconocieron haber causado la muerte de mil ciento ochenta y ocho personas, quienes se habían “resistido a ser arrestadas”, lo cual equivale a poco más de tres personas diarias. En comparación, la policía estadounidense mató a trescientas setenta y un personas en todo el territorio nacional durante el mismo período; todos ellos clasificados como “homicidios justificados”. Las “balas perdidas” asesinan o hieren por lo menos a una persona diariamente. Según las cifras, el orden público en Río de Janeiro es un desastre.

Barrios armados

Alfredo Sirkis, un importante político, y antiguo guerrillero, me explica que “Río es una de las pocas ciudades en el mundo donde áreas enteras son controladas por fuerzas armadas ajenas al Estado. Cualquiera de las bandas, en la más pequeña de las favelas, tiene más armas hoy en día de lo que nosotros jamás tuvimos”.

“Básicamente teníamos un rifle, dos ametralladoras y un par de granadas, sólo con éstas el Estado era nuestro esclavo”. Negó con la cabeza, “hoy en día nadie quiere la revolución. Lo que les interesa es satisfacer sus deseos consumistas de manera inmediata. Es tan infantil, moralmente infantil y matan como niños —son niños jugando a la guerra—”. Agregó: “Si en algún momento desarrollaran una ideología podrían amenazar al Estado. Pero por el momento son un grupo de jóvenes, entrópico y anarquista, el cual ha descubierto la manera de conseguir lo que quiere: ropa, autos y respeto”.

Ciertamente lo que ha sucedido en Río aplica en diferentes medidas a toda América Latina, particularmente a México, Guatemala, El Salvador y Colombia. Después de dos décadas del colapso del comunismo, las guerrillas marxistas de la región han desaparecido, únicamente para ser reemplazadas por la violenta mafia del narcotráfico.

Sirkis, quien se encuentra en su cuarto período como miembro del consejo de Río, es un hombre alto, delgado y con una desordenada cabellera rubia. Sus padres fueron polacos judíos que emigraron a Brasil luego de sobrevivir al Holocausto. Sirkis nació en Río. A finales de los sesenta, como estudiante, se unió a la Vanguardia Revolucionaria Popular, un grupo guerrillero urbano. Participó en varios robos a bancos y en dos ocasiones separadas en el secuestro de los embajadores de Suiza y Alemania ante Brasil. (Estos diplomáticos fueron liberados ilesos luego de que el régimen militar acordara poner en libertad a ciento diez prisioneros políticos).


En 1971, cuando sus camaradas eran perseguidos y asesinados, Sirkis se fugó del país. Vivió en el exilio durante nueve años, entre Santiago, Buenos Aires, París y Lisboa, para regresar luego de la amnistía ofrecida por el ejército. En su libro Os Carbonários, publicado en 1980, Sirkis repudió la violencia política. En la actualidad es un activista ambiental y líder del Partido Verde del Brasil, bajo cuya bandera participó en las elecciones presidenciales de 1998.

En la impunidad

El 10 de julio uno de los mejores amigos del hijo de Sirkis, un estudiante universitario de veintidós años, fue asesinado en Río. Su cuerpo fue hallado en un taxi, tanto él como el taxista habían sido asesinados; hacían falta los zapatos deportivos del estudiante. Sirkis escribió una fuerte carta al editor en el cual anotaba que este era un evento de tal banalidad que ni siquiera había ameritado ser publicado en el periódico.

“El porcentaje de crímenes resueltos aquí en Río es ridículo, un noventa por ciento de los homicidios nunca se resuelven”. Parte del problema recae en la “cultura políticamente correcta” que existe en Río, me explicó. “Es una conversación en escandinavo dentro de una realidad iraquí; Río está totalmente esquizofrénica. Todos quieren ser políticamente correctos —toda esta violencia proviene de alguna injusticia, pero a la vez quisieran que las favelas fueran atomizadas, a la Buck Rogers, mediante un atomizador—”.

Sirkis asemeja el aumento de la cultura de bandas en Río con el atractivo que genera Al Qaeda a los jóvenes, quienes no tienen derecho al voto en las sociedades musulmanas. “Existe una cultura que permite la reproducción constante de reclutas que son cada vez menores”, me dijo. “Es un tipo de autoafirmación. Existe una situación social que produce un cierto tipo de persona, y se crea un ejemplo que es emulado por los jóvenes, y ese ejemplo es un narcotraficante cargando su AR-15 y luciendo tenis Nike. Esa es la forma de convertirse en hombre. Les llama la atención a las chicas y puede luchar contra sus enemigos, los cuales son tan jóvenes como él. Esto les genera una sensación de alianza”.

Cada año los gánsteres son más jóvenes; hoy en día, algunos de ellos no tienen más de diez años. Era como “un fenómeno de la edad Media, feudalismo y caudillismo sin más objeto que vivir el día a día”, me decía Sirkis. “Es una insurgencia de baja intensidad y sin ideología”.

 * Este texto fue publicado en su versión original en inglés en la revista ‘The New Yorker’. Espere el miércoles la cuarta entrega: “Violencia a ritmo de rap y religión”.

Por Jon Lee Anderson / Especial para El Espectador

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