Las guerras y conflictos en 2010

La posibilidad de un bombardeo de EE.UU. a Yemen sigue más viva que nunca.

Iván Briscoe * / Especial para El Espectador
05 de enero de 2010 - 10:38 p. m.

Los hilos que conducen de una familia banquera en África a un conflicto con tintes tribales en un país olvidado de Arabia, para terminar sin gloria en un avión de pasajeros volando rumbo a las fiestas navideñas en Estados Unidos, muestran cuán implacable y globalizada es la ofensiva de Al Qaeda.

Al mismo tiempo, el papel estelar de Umar Abdulmutallab en el atentado frustrado del vuelo 253 evoca comparaciones con el gatillo notorio de Gavrilo Princip en junio de 1914. Tantos ejes de conflicto soterrados, zonas de inestabilidad continua y depósitos de armamentos pueden, bajo el efecto estimulante de algún desquiciado, forzar la apertura de un nuevo conflicto sangriento.

Por el momento, la posibilidad de un bombardeo aéreo estadounidense en Yemen sigue viva. Se basaría en el modelo de respuesta rápida militar de Bill Clinton contra Sudán y Afganistán en los años noventa, cuando los dos fueron acusados de hospedar los responsables de actos terroristas. Sin embargo, la última década ha cambiado la posibilidad de hacer intervenciones clínicas y limpias.

Desde el 11 de septiembre nos enfrentamos a un mundo de comunicación instantánea, vertebrado en algunas regiones clave por temor y hostilidad. Con enemigos diáfanos, sin voceros oficiales pero contundentes en sus actos (Al Qaeda, las mafias mexicanas, los piratas somalíes); un numero de países “soberanos” y radicalizados hacia el antiimperialismo durante los años de Bush (Venezuela, Rusia, Irán); y otros moderados en su política exterior pero con un poder económico suficiente para sacudir el statu quo internacional (China, India, Brasil). Finalmente, no se deben olvidar varios puntos trascendentales del globo, como Afganistán y la República Democrática de Congo, que nunca se han recuperado de la Guerra Fría ni gozan de un Estado coherente o legítimo.

Hay un abanico de provocaciones —actos de locura al estilo de Princip, movilizaciones de tropas y cohetes, alianzas con insurgencias— que podrían en teoría abrir un nuevo frente de guerra en 2010. Donde la turbulencia interna se agrega a un régimen buscando fuerza y proyección regional (por medios nucleares), como en Irán, el eco de una escaramuza o una asonada puede acrecentarse hacia una crisis internacional de grandes proporciones.

Afganistán no se resolverá en 2010, y la nueva oleada de tropas occidentales podría poner en aprietos a Pakistán, que languidece bajo la débil presidencia de Zardari, que enfrenta brotes insurgentes en feudos islamistas; Siria, Somalia y Sudan —además, obviamente, del eterno conflicto Israel-Palestina— pueden verse enredados en una combinación de extrema fragilidad interna y la vinculación de sus ciudadanos con redes internacionales de supuestos terroristas. Algunos misiles volarán, sin efecto mayor:  Obama no podrá todavía salir de la jaula de la Seguridad Nacional con su medalla de Nobel.

A pesar de las preocupaciones suscitadas por las amenazas verbales de Hugo Chávez y el golpe en Honduras de 2009, todavía hay pocas posibilidades de una vuelta al conflicto regional en América Latina. Por el momento, los bolivarianos tienen un espacio ideológico y mucha popularidad interna; sería absurdo malgastar aquellas energías reformistas sin comprobar que hay un intento organizado de usurpación. De hecho, los niveles mundiales de conflicto están en sus bajas históricas, y fuera de Asia del Sur y la vecindad de Rusia, es muy arriesgado apostar por una nueva guerra de este tipo este año. Sin embargo, los nacionalismos emergentes sí serán fuentes posibles de guerra durante esta década.

Por el contrario, las guerras recurrentes, corrosivas y horriblemente dañinas de Estados en descomposición continuarán sin pausa. África es el rey incontestado de la violencia desorganizada. Según el análisis muy respetado de la Universidad de Maryland, los países africanos ocupan 22 de los 25 puestos de naciones con altos riesgos de caer en la inestabilidad. Las variedades de esta violencia son múltiples, aunque muchas son ancladas en conflictos étnicos. Quizá la versión más patológica se encuentra en los 3.000 miembros del Ejército de Resistencia del Señor, que cruzan de un país al otro en la región de los Grandes Lagos, sembrando horrores con mesiánico sinsentido.

Por México, América Central, y algunos de los países andinos, la violencia criminal continuará su alza imparable. Ciudad Juárez y Caracas, las dos urbes más violentas del mundo, no están en guerra; los violentos no tienen identidades étnicas en peligro, se camuflan bajo uniformes oficiales, y cambian de banda con enorme facilidad. Sus motivaciones no son ideológicas, sino económicas. Pero allí las barreras invisibles a la violencia han caído, y con un morbo abrumador la guerra se hace en el tránsito cotidiano, sobre las veredas y dentro de la normalidad.

 * Unidad de Investigación de Conflictos, Instituto Clingendael, La Haya.

Por Iván Briscoe * / Especial para El Espectador

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