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“¡Hagan algo por Dios, hagan algo! No permitan que asesinen impunemente a nuestros hijos”, gritaba desesperada a los militares una madre de Ciudad Juárez (ciudad fronteriza con Estados Unidos) tras el asesinato de 14 personas (once adolescentes), que asistían a una fiesta de cumpleaños. Otros 14 resultaron heridos, algunos de extrema gravedad.
En Ciudad Juárez, considerada la ciudad más violenta del mundo, hay un sentimiento de indignación, horror y miedo ante la masacre en un barrio popular de una decena de jóvenes, buenos estudiantes (uno de ellos acababa de recibir un premio del gobernador de Chihuahua porque “siempre sacó puros dieces en sus notas”); eran chicos sanos que no pertenecían a pandillas ni tenían nexos con el narcotráfico. Unos 60 muchachos participaban en la inocente reunión para festejar que un amigo cumplía 17 años.
Luz del Carmen Sosa, reportera del Diario de Ciudad Juárez que acaba de ser galardonada con el premio de periodismo Manuel Vázquez Montalbán por su cobertura de la violencia del narcotráfico, comentó que no hay un móvil aparente por la matanza. “Eran chicos deportistas, sin vínculos con la droga. Yo no veo otro móvil de la masacre que enviar otro mensaje de intimidación”.
El estudiante que cumplía años reunió a sus amigos en su casa. Para protegerlo de la inseguridad imperante en la ciudad, sus padres no le permitieron celebrar el festejo en una discoteca. Cuando la fiesta estaba más animada llegó un comando armado que comenzó a disparar en forma indiscriminada, sin decir palabra.
Siete camionetas pararon ante la casa, cercaron a los muchachos bloqueando los accesos y salidas de la calle. De los vehículos bajaron pistoleros encapuchados que, arma en ristre, entraron a la vivienda. Algunos estudiantes intentaron huir saltando la tapia; muchos fueron alcanzados por las ráfagas. Los sicarios los siguieron y los acribillaron en viviendas contiguas en las que buscaron refugio. Al oír los disparos, los vecinos abrieron sus casas para dar protección a los chicos. Un testigo dijo que, una vez terminada la masacre, “los asesinos se fueron despacito, en fila, sin temor, sin que nadie les dijera nada”.
Los vecinos aseguran que las ambulancias tardaron más de 40 minutos en llegar, por lo que los familiares trasladaron a los heridos al hospital en coches particulares. Después de minutos eternos para quien tenía a su hijo agonizando, aparecieron soldados y policías. En vez de atender a los heridos, dijeron que no se tocara a las víctimas. Un padre se encaró a ellos y les dijo: “Cómo chingados no vamos a moverlos, si se está muriendo mi hija, en vez de servir de algo estorban”.
En Ciudad Juárez hay, aproximadamente, 7.000 soldados y 2.000 policías federales que han demostrado notable inoperancia en el combate al narcotráfico. En el pasado mes de diciembre, el presidente Calderón quitó al ejército el mando de la lucha contra la droga y la traspasó a la policía federal. Esta decisión levantó muchas suspicacias y provocó malestar en los militares. Según reseña la prensa local, “tras sepultar a sus deudos mucha gente se marcha en busca de seguridad, Juárez lleva camino de convertirse en una ciudad fantasma”.