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Una ciudad bajo fuego

Entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, una serie de bombardeos aliados destruyeron Dresde, Alemania, causando  miles de víctimas civiles.

Ricardo Abdahllah / París
12 de febrero de 2010 - 10:21 p. m.

Stefan Martens, historiador, cuenta esta anécdota: un día paseaba con un amigo francés por la orilla del Elba mostrándole la ciudad de Dresde, de la que su madre y abuela eran originarias. “¿Por qué los muros de las casas están ahumados? —preguntó el invitado— ¿Tanto tiempo después de la guerra y aún no hay dinero para reconstruirlos?”. Dinero hay. Ha habido al menos después de la reunificación de Alemania y de eso ya 20 años. La reconstrucción de la Frauenkirche, la catedral de Nuestra Señora de Dresde, costó 180 millones de euros. Y sin embargo tiene piedras ahumadas por todos lados.

Cuando en 1992 por fin se logró el consenso de que no era tan mala idea reconstruirlas, se decidió que sería idéntica a la original y que las piedras que aún sirvieran serían enumeradas para que ocuparan el lugar que tenían en la tarde del 13 de febrero de 1945.

Parte I. Los héroes

A las 8 y 15 de esa noche los pilotos de los 550 Lancaster de la Real Fuerza Aérea británica que comandaban la “segunda ola” de la operación despegaron de la base aérea de Swinderby. El trabajo de esa noche correspondía a los americanos, pero el clima había obligado un cambio de planes. En lugar de darles instrucciones y blancos exactos, a los pilotos se les había dicho que dejaran caer las bombas en el centro de la ciudad. Dresde era un punto estratégico de tránsito hacia Berlín. Como los alemanes habían desplazado la mayoría de su artillería antiaérea para defender Berlín y proteger otras ciudades del avance del Ejército Rojo, el bombardeo no debía presentar mayores problemas. La arquitectura también contaba en favor de la elección: las calles de Dresde eran estrechas y abundaban las estructuras en madera, lo que facilitaría la propagación del fuego.

Cuando los soldados llegaron a su destino, ya los miles de incendios se unían entre sí. En las fotografías aéreas de la época se ve cómo al abrir las escotillas las bombas del segundo grupo de aviones caen como peces que se pierden entre el humo apenas unos metros después de comenzar su descenso. El 15 de febrero, 39 kilómetros cuadrados del centro de Dresde se habían convertido en escombros y las fuerzas aéreas de Inglaterra y Estados Unidos podían felicitarse de haber perdido menos de una decena de aviones. Siete semanas después Alemania firmaría su rendición.

Parte II. Los mártires

Decir que la vida era normal en Dresde a mediados de febrero del 45 sería una exageración, pero a pesar de que llegaban refugiados de todas partes y escaseaban los víveres, la ciudad se había acostumbrado a las alarmas de bombardeos y a los cortes de energía. A falta de refugios especiales, las familias, guiándose con linternas, se refugiaban en los sótanos.

Previendo que algún edificio se incendiara de tal manera que fuera imposible salir a la superficie, las paredes tenían puertas falsas que podían tumbarse para pasar a la cava del vecino. Si el edificio vecino también se había incendiado, el procedimiento podía repetirse hasta el edificio de la esquina. Hasta los años setenta pasaba que al excavar para iniciar una construcción, aún se encontraban cuerpos calcinados en lo que alguna vez fue el sótano del edificio de la esquina.

Las alarmas sonaron unos minutos antes de las 10 de la noche, las familias que se dieron prisa bajaron hasta los sótanos; las que no, todavía estaban en las escaleras cuando sonaron las primeras explosiones. Fueron las más fuertes. Las segundas bombas eran más pequeñas y estaban llenas de magnesio o fósforo blanco, que al  contacto con el aire producían una bola de fuego. En cuestión de minutos se incendiaron manzanas completas.

“Adultos quemados cuyos cuerpos se habían reducido al del tamaño de un niño, pedazos de piernas y brazos, familias completas que se habían quemado vivas y gente en llamas que corría de un lado para otro”, fue el testimonio que dio el sobreviviente Lothar Metzger en 1999 al proyecto Time Witnesses.

Durante los días siguientes, Heinz Kröbel, un fotógrafo de 27 años, recorrió cámara en mano lo que quedaba de las calles de la ciudad. Entre las 220 fotos de Kröbel conservadas en el archivo del Stadtmuseums de Dresde varias muestran cadáveres que se desbarataban al tocarlos y decenas de personas que, en sus desespero por protegerse del fuego se arrojaron a las fuentes de la ciudad sin imaginar que acababan de saltar en agua hirviendo. Mientras Kröbel disparaba su cámara en tierra, y la catedral de Nuestra Señora de Dresde, que había resistido al bombardeo, se desmoronaba, 60 aviones norteamericanos volvieron a pasar sobre la ciudad. Esta vez giraron al sur, el siguiente objetivo de los aliados era Praga. Allí hubo 700 muertos. En Dresde 25.000, algunos más, algunos menos.

Parte III. Las cifras, la memoria

Lo primero que hizo Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, fue agregar un cero a esa cifra. Argumentando que la ciudad estaba llena de refugiados, lo que era cierto, y que las víctimas entre ellos eran imposibles de contabilizar, Goebbels comunicó oficialmente 250.000 muertos. “Dresde es un símbolo, pero ha ocultado que el bombardeo de civiles fue sistemático. Cuando los aliados atacaron Tokio, hubo tanta destrucción como en Dresde, pero no se habla de esa masacre como de las de Dresde o Coventry. Como si los muertos japoneses fueran menos importantes que los occidentales”, dice Martens.

Y agrega: “¿Ha visto que las construcciones antiguas que no son restauradas se negrean? A lo mejor pase así con Dresde. Con el tiempo todas las piedras de la Frauenkirche serán negras. O si las limpian serán nuevas. Y ya no se notará cuáles estaban puestas allí el día que la ciudad se quemó por completo”.

Por Ricardo Abdahllah / París

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