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La batalla Obama

A pesar de las circunstancias a su favor, el candidato demócrata tuvo dificultades para puntear en las encuestas. ¿Por qué?

Mauricio García Villegas */ Especial para El Espectador
01 de noviembre de 2008 - 10:00 p. m.

Todo parece indicar que Obama ganará las elecciones el próximo 4 de noviembre en los Estados Unidos. Sin embargo, hasta hace muy poco, McCain y Obama se encontraban prácticamente empatados. Sólo cuando el sistema financiero mundial se vino abajo, hace un mes, el candidato demócrata empezó a ganar en serio. De no haber sido por eso, muy probablemente ambos candidatos seguirían empatados. Peor aún, ¿qué estaría pasando hoy si no hubiese ocurrido el derrumbe de Wall Street sino, por ejemplo, un ataque nuclear de Irán contra Israel, o la explosión de una bomba puesta por Al-Qaeda en el Pentágono? Posiblemente tendríamos un escenario electoral inverso al actual: McCain liderando las encuestas y Obama tratando de recuperarse.

Lo que sorprende no es tanto que Obama esté ganando, sino que no esté ganando con más ventaja y desde hace más tiempo. Dicho en otros términos, lo increíble es que al demócrata no le haya bastado con los estrepitosos fracasos del actual gobierno republicano —una guerra fundada en mentiras, el aumento de la amenaza terrorista, el deterioro de la clase media, el crecimiento extraordinario del déficit fiscal, la dependencia económica de China, el horror de Guantánamo, el desprestigio internacional del país, etc.— para ponerse definitivamente en el camino de la victoria y que haya sido necesario que Wall Street se viniera abajo para que eso empezara a ocurrir.

¿Cómo explicar entonces las dificultades que hasta hace muy poco tuvo Obama para puntear de manera contundente en las encuestas, no obstante contar con circunstancias inmejorables para él y para su partido?

El ala conservadora

La respuesta a esta pregunta parece estar en el gran poder político que ha debido enfrentar el candidato demócrata. Un poder que ha dominado al mundo por más de cuarenta años —con momentos de atenuación durante las presidencias de Carter y Clinton— y que a pesar de su actual decaimiento, todavía se resiste a dejar el mando.

Me refiero al ala conservadora del Partido Republicano que llegó al poder con Richard Nixon en 1968 y que tuvo su momento de apogeo en la presidencia de Ronald Reagan. Todo empezó cuando, en medio de un ambiente cultural contestatario, liderado por jóvenes, estudiantes y dirigentes sociales de izquierda, Nixon y los conservadores lograron imponer la idea de que el país estaba sumido en el caos y que era necesario un nuevo orden y una nueva ideología. De esta manera se vino abajo el consenso liberal que existía en los EE.UU. hasta ese momento.


Ese poder conservador logró cuatro objetivos. En primer lugar, les arrebataron a los demócratas buena parte del electorado blanco de clase media que tenían en el centro y sur de los Estados Unidos y lo hicieron con la promesa de tomar en serio sus valores tradicionales (religión y familia) y sus resentimientos raciales.

Para eso recibieron el apoyo de los predicadores evangélicos que le hablan a la mayor audiencia religiosa en el país (la cuarta parte de la población blanca adulta, 80% de los cuales votaron por Bush en 2004) y que quisieran reemplazar la Constitución por la Biblia. Desde entonces —sugiere Paul Krugman—, el Partido Republicano, el de la élite y de la plutocracia, acogió a esa “mayoría silenciosa”, compuesta por blancos del montón, y lo lograron sin dejar de ser elitistas y plutocráticos. La nominación de Sarah Palin a la Vicepresidencia puede ser un intento desesperado por mantener la fidelidad de ese electorado tradicionalista, ignorantón, patriota y receloso de las élites instaladas en Washington.

En segundo lugar, consiguieron agrandar la dimensión de los enemigos externos de los Estados Unidos —comunismo, islamismo, narcotráfico, etc.— con el objeto de avivar los sentimientos patrióticos y, con ellos, hacer la guerra donde fuera necesario, “en nombre de la libertad y la civilización”. En los Estados Unidos la gente escoge presidente republicano cuando se siente en peligro y presidente demócrata cuando se siente segura. Parte fundamental de la estrategia republicana consiste en hacer que la gente se sienta en peligro. Y lo han logrado: 7 de 10 presidentes han sido republicanos en los últimos cuarenta años. El único republicano elegido en tiempo de calma fue Bush, en su primera elección, y quizás por eso se embarcó en dos guerras: Irak y Afganistán.

A falta de enemigo visible, los republicanos se lo inventan, como se inventaron a Sadam Hussein y a tantos otros. Ellos saben que del poder, agrandado, de ese enemigo depende el tamaño de su propio poder. Esto explica que Obama sea menos criticado por ser un liberal, que por ser débil, ingenuo y miembro de una élite política que no está preparada para asumir los retos de la guerra. McCain, en cambio, es exaltado por ser un hombre de batalla —literalmente hablando—, que sabe conducir la guerra (aunque uno no entiende cómo, el hecho de haber estado preso en Vietnam le ayuda a saber cómo ganar la guerra contra Irán o Al-Qaeda).

Pero los republicanos no sólo han alimentado la guerra, sino que han despreciado la cordura y la razón. El presidente Bill Clinton dijo alguna vez que cuando el electorado se siente inseguro, prefiere a alguien que sea fuerte y esté equivocado y no a alguien que sea débil y tenga la razón. Justamente por eso, porque los republicanos lograron imponer la idea de que, en caso de peligro, la fuerza es mejor que la razón, la política conservadora ha consistido en preferir la guerra a la negociación y la ideología al pragmatismo.

No intromisión del Estado

En tercer lugar, los republicanos lograron imponer la idea de que en los Estados Unidos existe un pueblo tan civilizado y extraordinario que no necesitaba de un Estado para gobernarse o, por lo menos, no de un Estado fuerte. De ahí la aversión republicana a los impuestos y a todo lo que signifique intromisión del Estado en la economía. Buena parte de la campaña de McCain ha estado dirigida a convencer a la gente de que no habrá nuevos impuestos. Sin embargo, lo mismo dijeron Bush y Reagan y ninguno cumplió su promesa, por la sencilla razón de que los republicanos siempre terminan envueltos en alguna guerra que cuesta mucho dinero.


En cuarto lugar, los republicanos sacaron provecho del espíritu racista de una buena parte de la clase media estadounidense que, desde la independencia, se resiste a vivir en una sociedad multirracial. Cuando a aquellos que nunca votarían por un negro para la presidencia se les pregunta por las razones que tienen para no votar por Obama, señalan cosas tales como sus creencias religiosas, su falta de experiencia; todo, menos al color de su piel.

Es por eso que muchos analistas en los EE.UU. sostienen que si Barack Obama fuera blanco y se llamara, por ejemplo, William Taylor, hace rato que tendría la elección ganada. Por eso también tiene sentido la afirmación de Mark Danner, profesor de periodismo en California, cuando dice que el radicalismo de Obama está más en su cara que en sus ideas.

Todo esto hace más meritorio el muy probable triunfo de Barack Obama, el próximo 4 de noviembre. Muchos hablan, entre ellos el recién galardonado con el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, de que a partir del año entrante en los Estados Unidos habrá un segundo New Deal, es decir un cambio similar al que tuvo lugar con el arribo de Franklin D. Roosevelt a la presidencia. En ese entonces, el presidente lideró toda una serie de reformas económicas y políticas destinadas a sacar al país de la crisis producida por la Gran Depresión (1929). El país surgió de allí como la gran potencia mundial.

Es muy posible que en un mundo multilateral como el actual, esto no vuelva a suceder. Más aún, es posible que el mundo no cambie sustancialmente con la llegada de Obama. (Es el interés nacional y no la democracia o la filantropía lo que guía el comportamiento de las grandes potencias, de los Estados, en general). Sin embargo, sí podemos esperar que se detenga ese peligroso rumbo belicoso y narcisista que los conservadores republicanos vienen imponiendo desde hace cuarenta años.

* Profesor de la Universidad Nacional e investigador de Dejusticia.

Hitos de esta campaña electoral

Agosto 27. Barack Obama acepta la nominación demócrata en Denver, Colorado. Se convierte en el primer candidato afroamericano de uno de los partidos principales. Recibe el apoyo incondicional de Hillary Clinton.

Septiembre 15. El banco Lehman Brothers declara la quiebra y estalla la crisis financiera. Obama recupera la delantera en las encuestas y no la vuelve a perder. Para el final del mes, Obama ya había recaudado US$150 millones.

Octubre 19. Colin Powell, antiguo secretario de Estado de Bush e influyente miembro del Partido Republicano, anuncia su respaldo a Obama, asestándole un fuerte golpe a McCain. En los días siguientes, la ventaja del demócrata llega a casi 8 puntos.

Septiembre 7. Después de la convención republicana, McCain toma la delantera en las encuestas durante la siguiente semana, pero la pierde con la llegada de la crisis financiera.

Septiembre 24. El republicano suspende su campaña para ayudar a resolver la crisis financiera. Insinúa que no va a participar en el debate del 26 del mismo mes. Toma crédito por el consenso, pero esto termina perjudicándolo cuando la Cámara de Representantes tumba el acuerdo.

Octubre 15. Finaliza el último debate presidencial. Según la mayoría de encuestas, en los tres el triunfador fue Obama. McCain pone en primera plana a “Joe el plomero”, utilizándolo para acusar a Obama de socialista. La delantera del candidato demócrata se incrementa. McCain, solo  espera un milagro.

Por Mauricio García Villegas */ Especial para El Espectador

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