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Freddy estuvo en el callejón de la muerte

A pesar de haber ganado la batalla a la silla eléctrica, este colombiano lleva 20 años pagando cadena perpetua. Freddy Andrade se convirtió en un caso ejemplarizante: es culpable aunque las pruebas muestren su inocencia. Su familia en el Valle del Cauca sigue tocando puertas para lograr que se haga justicia.

David Mayorga
29 de noviembre de 2008 - 10:00 p. m.

Miami era la meca de la droga en Estados Unidos durante los años 80, y los colombianos movían este lucrativo mercado. Ése fue el concepto que popularizó la serie de televisión Miami Vice, así como a los policías encubiertos (los héroes anónimos) que desbarataban las poderosas redes del narcotráfico. Por esa época, Freddy Andrade arreglaba carros en la capital de la Florida e ignoraba que una propuesta de dinero lo convertiría en un personaje tan siniestro como los malos que impartían su ley en el horario triple A.

En 1984, con 20 años, Andrade dejó en Bugalagrande, Valle del Cauca, a su mamá y seis hermanos para buscar un mejor futuro en el país del norte. Entró allí por el hueco, y sin papeles trabajó varios años como mecánico y cajero de una heladería en Nueva York; cuatro años después se instaló en Miami con su esposa Cindy, una estadounidense que pronto daría a luz a su hija. Además del trabajo, Andrade solía disfrutar la música. Una noche de junio, en una discoteca para latinos, conoció a una argentina que, entre copas, le propuso ganarse una pequeña fortuna en un solo día.— ¿Es droga?— Vos sólo tenés que transportar a un amigo. Por eso vas a ganar 8.000 dólares.

El trabajo se realizaría el 29 de junio de 1988. Andrade manejaba una camioneta Blazer negra por las calles de Miami acompañado de Félix Delahoz, la persona que iba a comprar cuatro kilos de cocaína por 66.000 dólares. La camioneta llegó hasta el parqueadero de un hipermecado y se detuvo. En ese momento, Delahoz le entregó a su conductor una pistola marca FIE calibre 25.— Por si se presenta algo.— No, no necesito eso...— Cójala. Uno nunca sabe qué pueda pasar.

Frente al volante y con la pistola en el bolsillo de su pantaloneta, vio cómo Delahoz se acercó a un hombre. Conversaron largo rato. De repente se escuchó una ráfaga, seguida de más tiros. Sin pensarlo, Andrade prendió la camioneta y arrancó. Un auto lo persiguió por varias cuadras y sus ocupantes dispararon varias veces contra los vidrios de su vehículo.

La persecución terminó cuando se estrelló contra un pino. “Él pensó que eran narcotraficantes que iban a matarlo”, sostiene, desde Bugalagrande, su hermano Geovany.

Como pudo, Freddy Andrade salió de la camioneta y comenzó a correr. Varias calles más adelante encontró su salvación: el canal Ademar. Sin embargo, los hombres lo alcanzaron. Andrade fue arrestado por el agente Efraín Morantes, de la Policía de Miami Beach. WSVN, una estación de televisión local, grabó el momento en que varios policías lo golpeaban y le gritaban que uno de los suyos estaba herido.

El dilema de las pruebas

Su hermano Geovany se acuerda muy bien de ese día. Acababa de llegar del colegio cuando, en su casa, le contaron que Freddy había sido condenado a la pena de muerte. “Él aceptó ganarse esa plata porque la esposa iba a dar a luz”, dice hoy, 20 años después.


Andrade se enteró en la cárcel de que lo estaban culpando de asesinar a Scott Rakow, un veloz policía de Miami Beach reconocido por capturar sospechosos en fuga. Durante el año que duró la investigación judicial y la preparación del juicio, también supo que sería condenado a la silla eléctrica.

Entonces, apareció su ángel de la guarda: el abogado Milton Hirsch, asignado por el estado, quien se hizo cargo del caso, preparó los interrogatorios a los testigos y viajó a Bugalagrande, donde recolectó 5.300 firmas que comprobaron que su defendido era un hombre de bien. Gracias a esto, Hirsch lograría salvarlo de la pena capital: tras dos semanas de deliberaciones, el 14 de abril de 1989, el juez condenó a Andrade a siete cadenas perpetuas consecutivas.

“Hirsch sabía que Freddy no fue el autor de esa muerte y que tampoco disparó el arma, y a pesar de eso siempre lo consideró culpable”, dice indignado Geovany. Ese año su hermano comenzó a pagar su pena en una cárcel estatal mientras Cristobalina Tamayo tocaba puertas para comprobar la inocencia de su hijo. Nadie le abrió.

Mientras los años avanzaron, Freddy Andrade comenzó a reconstruir su propio caso. Entre las pruebas y los testimonios recogidos por su abogado, sumados a artículos de prensa, documentos oficiales, etc., acumuló más de 700 hojas. Así encontró serias contradicciones y evidencias de que estaba pagando un crimen que nunca cometió. La primera fue en la declaración de Robert Kennington, el policía que hizo el reconocimiento del arma y la bala asesina.

Según reportó a la corte y consta en la autopsia, Rakow murió por una bala de arma corta que entró por la frente. También aseguró que el proyectil provino de una pistola nueve milímetros, evidencia que le fue entregada el 13 de julio de 1988. Detalle curioso: el arma que tenía Freddy era una de calibre 25, la misma que fue encontrada por la policía en el canal Ademar.

Por si fuera poco, hubo más irregularidades. La autopsia realizada al difunto fue incompleta por motivos religiosos: era judío. Así lo ratificó el forense, quien en el acta de defunción calificó de “desconocida” la causa de la muerte.

Andrade cayó en cuenta de que su abogado también era judío. Y al indagar más, descubrió que Hirsch y Rakow se conocían de antes; era más que evidente que su defensa presentó un conflicto de intereses.

Esto lo supo al leer un reportaje en The Miami Herald, publicado tres meses después de su captura, en el que se revelaba que Milton Hirsch había sido expulsado de la sociedad Shomrin, una organización que agrupa a oficiales y juristas judíos. La junta directiva tomó la decisión después de una expresa petición de uno de sus miembros: la esposa de Scott Rakow. La razón: asistir legalmente al asesino de un asociado.

Caso ejemplarizante

 Tras muchos días de revisar todas las páginas de su archivo personal, Freddy creyó dar con el verdadero asesino.

Se llamaba Efraín Morantes, nacido en Barranquilla. Su nombre era mencionado en el mismo diario: en mayo de 1990 salió publicada una nota con el título “Policía de Miami Beach despedido después de investigación”. Las causas: encubrió un tiroteo que él mismo ocasionó, violó el procedimiento de una investigación interna y reportó un autosecuestro.

Él era el mismo policía que el día de la muerte de Rakow había participado en la persecución de los dos supuestos narcotraficantes y quien arrestó a Freddy.


“Yo sé que fue él quien lo mató”. Así termina una carta que el condenado le escribió a su hermano en 2007. En ella recuenta que Morantes, antes de capturarlo, empezó a disparar buscando matarlo. Pero cometió un grave error: tanto Freddy como Rackow vestían de manera muy similar. “La bala era para mí, pero le dio a su compañero, por eso es que Morantes ya no trabaja para el departamento de Policía, porque se dieron cuenta de que era un policía corrupto”, agrega en la misiva escrita en prisión.

La publicación Miami New Times publicó un artículo en diciembre de 1989 donde determinó que Rakow iba vestido de civil y tenía orden expresa de no abandonar su posición; sin embargo, el oficial persiguió a Andrade tan pronto éste decidió darse a la fuga en la camioneta que conducía. La familia Andrade Tamayo también maneja la hipótesis de que Morantes, quien confesó haber seguido a Delahoz, el acompañante de Andrade, disparó contra su colega.

Podrían tener la razón: una reconstrucción en la escena del crimen determinó que Efraín Morantes era el único en portar una pistola semiautomática Beretta 84, que dispara proyectiles 9mm, el tipo de proyectil encontrado en el cuerpo del occiso.

Para que la Corte de la Florida, basada en estas evidencias, revise el caso, primero debe recibir un recurso de clemencia. Y los únicos autorizados para ello son personas de alto nivel. Con la ayuda de organizaciones de derechos humanos, como la Comunidad de San Egidio, sus familiares han recurrido a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a la OEA e, incluso, a Juan Carlos Abadía (actual gobernador del Valle) para lograrla; aún no han recibido respuesta.

Pero la revisión del caso promete no ser fácil: en 1989 el estado de Florida aprobó la Iniciativa Scott Rakow, que aumenta las penas para los asesinos de agentes de la ley. Su muerte se ha convertido en un símbolo de la lucha antinarcóticos y se han producido varias investigaciones que apuntan a Andrade como el autor material.

Una de ellas es el libro Héroes olvidados, del investigador William Wilbanks, publicado en 1997. Contradictoriamente, el autor asegura que Andrade le disparó a Rackow a 22 metros de distancia, pero al mismo tiempo consigna: “Analistas balísticos sostienen que ni siquiera un tirador experto podría acertar el disparo con un arma calibre 25 en esas circunstancias”. Esa era precisamente el arma en manos de Andrade.

La familia Andrade Tamayo sigue tocando puertas a la espera de alguien que acepte emitir esa orden de clemencia. Mientras, y tal como les escribe Freddy en sus cartas, sueñan con el día en que el liberado comparta con sus vecinos la buena nueva en la plaza central de Bugalagrande.

El mundo contra la pena de muerte

Este domingo se celebra el aniversario de la primera abolición de la pena de muerte en un estado: el Gran Ducado de Toscana en 1786. Por ese motivo, en varias ciudades de Francia, Italia y España, Amnistía Internacional convocó a participar de un evento especial en el marco de  la Jornada Mundial “Ciudades por la vida, contra la pena de muerte”.

Esta jornada se convoca desde 2002 para impulsar la abolición de la pena capital en todo el mundo, en la que Amnistía Internacional colabora activamente desde 2003.

Los eventos de este domingo sirven como complemento del Día Mundial contra la Pena de Muerte, que se celebra cada 10 de octubre desde hace seis años y  agrupa a ONG, asociaciones de juristas, políticos y sindicatos.

Por David Mayorga

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