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Aunque sea una cárcel de oro, es una cárcel

El centro El Redentor alberga a 313 varones y la sede de niñas, 150.

Luisa Pulido Rangel
12 de julio de 2008 - 12:45 a. m.

De lejos, la gran edificación, de casi una manzana entera, parece un colegio campestre por la cantidad de zonas verdes que lo rodean, pero la presencia de Policía y algunas garitas, llama la atención. Los vecinos saben de qué se trata, pero sólo hasta llegar a la gran puerta café, caminando varios pasos después de una baranda de seguridad, se puede encontrar el centro de reeducación El Redentor.

Es el lugar donde los menores entre 14 y 18 años que delinquen, son privados de la libertad máximo durante tres años, dependiendo de la gravedad del delito. Un sitio que desde su portón inmenso que se abre pocas veces al día, deja ver escenas conmovedoras. Mujeres de corta edad que quieren visitar a sus hijos, novias o esposas menores de 17 años que quieren ver a sus cónyuges.

Desde el día que ingresan a la escuela, los jóvenes infractores emprenden un proceso individual de educación formal y laboral. No están encerrados, pero durante los talleres están detrás de rejas. En casi todos los rincones del centro hay letreros que recuerdan las normas de convivencia, entre ellas: “No agredir ni física ni verbalmente a sus compañeros”. Los dormitorios están lejos de parecerse a una cárcel de adultos. Los pisos brillan, las camas están perfectamente tendidas y 20 jóvenes comparten cada espacio.

Deben levantarse a las seis y 30 de la mañana y a las ocho estar listos para sus labores diarias. Todos asisten a terapia con psicólogos y quienes están por delitos como asesinato –más de 20 muchachos–, deben asistir a sesiones con psiquiatra, quien tiene un método particular para tratarlos: el cine. Aunque la mayoría asiste a los talleres, todos quieren salir rápido, porque no soportan el encierro, por eso es habitual que algunos traten de fugarse aunque no sepan que van a salir a hacer a una ciudad sin opciones.

Todos parecen ensimismados, llenos de una profunda tristeza. Pero siguen soñando. Al fin al cabo son niños. Por eso en los talleres son comunes los aviones de juguete, las imágenes de santos y los corazones de amor. Ni ellos mismos saben contestar ¿cuál de las dos es la realidad del país?, si la de antes o la de puertas adentro.

“No quiero recordar a cuántos he matado”

Sé que todo fue un error y por eso estoy aquí. Pero me estoy portando bien para salir rápido. Quiero reconstruir mis sueños, los de hacer casas, aunque sé que es muy difícil, porque la realidad que me tocó vivir me cortó los sueños. Estoy aquí porque maté a alguien, aunque cuando me preguntan digo que fue por robar celulares en la calle. Lo digo porque no quiero que nadie sepa cuál es mi trabajo. Y no fue el primer muerto, lo vengo haciendo desde que tengo 12 años, pero no llevo la cuenta de cuántos he cascado (matado). No me gusta recordar sus últimos gestos. Sólo confío en la Virgen para que la “vuelta” me salga como lo he planeado, que me paguen los millones que me ofrecieron y vuelva a ver a mi familia. Aquí me aburro mucho, pero trato de hacer lo que me dicen para salir rápido aunque tenga miedo. No voy a durar mucho… Alguien me preguntó si me estaba portando bien para ser una nueva persona, pero yo sé que cuando salga volveré a hacer lo mismo. A matar gente”.


Roban celulares

Margarita, de 13 años, y Claudia, de 14 años, robaron dos celulares avaluados en $850.000 a dos jóvenes un poco mayor que ellas. Se estableció que una de las menores, la de 13, era utilizada por un adulto para robar a cambio de  estupefacientes. La otra, de 14, estaba bajo el cuidado de su abuela, pues sus padres trabajan en España y dejó de estudiar, porque su padre le dijo que se la llevaría  a ese país.

“No están dispuestos a  morir”

Monserrate era uno de mis lugares de trabajo. Cuando no tenía plata iba con algunos amigos del parche a robar cámaras de fotografía. Por eso, me volví experto en cada detalle de las cámaras. Sé cuál es el mejor lente o el más fino. Ya tengo afinado el ojo para saber cuánto me pueden dar por cada una y, lo peor, es que estoy dispuesto a matar si alguien se resiste a no entregármela. Ya lo he hecho, pero la mayoría me la da cuando les muestro el chuzo. Pocos están dispuestos a hacerse matar por una cámara fina. Pero también soy sicario, tengo 18 años, pero esa historia se la cuento otro día.

“Ellos se maduran muy biches”

El Padre Carlos Cardona, director del centro educativo El Redentor, está convencido de que cambiar la vida de un menor delincuente es muy difícil, “pero  les damos la oportunidad”.

¿Por qué hay tantos menores que delinquen?

El problema es el resultado de situaciones límite como la pobreza, la disgregación familiar, la presión de los amigos y la falta de valores.

¿Los menores que asesinan son conscientes?

Ellos saben del daño que están haciendo, pero la vida sigue. Muchos están aquí por unos delitos, pero tienen otros por los que no han sido procesados. No quieren matar, pero no quieren dejarse matar.

¿Son niños malos o se vuelven malos?

No son malos, son sus actitudes. Ellos deben sobrevivir en un medio muy hostil, en el que no hay oportunidades.

 ¿Cuál es el trabajo que les hacen aquí?

Cada joven (niños y niñas) tiene un proyecto de vida diferente. Sabemos que no podemos cambiarlos, pero sí hay que apostarles y nosotros les damos la oportunidad de cambiar su vida. ¡Y hay que apostarles!

Por Luisa Pulido Rangel

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