Confesiones de un 'positivo'

Dairo Alberto Borja,  soldado profesional de un batallón de contraguerrilla, denuncia el crimen de cinco civiles en Lagos del Dorado, Guaviare, que llevó  a cabo su compañía.

Redacción Judicial
17 de mayo de 2010 - 04:00 p. m.

El descarnado relato que le entregó a la justicia el  soldado profesional Dairo Alberto Borja —hoy en el programa de protección a testigos de la Fiscalía— sobre las ‘vueltas’ de uniformados presuntamente corrompidos en alianza con paramilitares en Guaviare, que asesinaron civiles inermes, constituye un nuevo capítulo del escandaloso episodio de los falsos positivos que tanta urticaria genera en el alto Gobierno.

La declaración fue tomada en Villavicencio por un fiscal de Unidad de Derechos Humanos, que investiga el crimen de cinco personas ocurrido en el año 2005 y por el cual cinco soldados están vinculados al expediente. De acuerdo con el uniformado Dairo Alberto Borja, durante años estuvo en un batallón de contraguerrilla que desarrollaba operaciones en Guaviare. Allí fue testigo de un sinnúmero de barbaridades cometidas por quienes decían defender al Estado.

En su relato, Borja narró que el comandante de la compañía Arco, a la cual estaba asignado, era el teniente César Fajardo, quien al parecer tenía relaciones con grupos de autodefensa que se movían en la jurisdicción de Lagos del Dorado. Contó el uniformado que su comandante no combatió el narcotráfico. “En el tiempo en que estuvo la coca reinó en el pueblo”, dijo y añadió que muchas veces se hicieron retenes en los que se cogía droga y que los delincuentes siempre decían lo mismo: “Yo ya hablé con Fajardo”.

Según Borja, se percató de que unos soldados de ese batallón “habían cogido unas vaquitas”, refiriéndose a cinco civiles que fueron retenidos y llevados a una finca en la que permanecieron varios días. Esa operación estaba a cargo de la compañía Arco 1 bajo el mando de un teniente de apellido Collazos; la casa estaba ubicada dentro de una finca coquera que estaba desocupada. El día del crimen, las personas fueron ubicadas en el comedor de la cocina, las sentaron a la mesa, el teniente Fajardo salió de la casa, se llevó el radio a la boca y por éste se escuchó que dijo “Cobra, cobra”. Era la señal para dispararles.

El último de los civiles, natural de Pasto, que estaba encerrado en una pieza del segundo piso lo sacaron de la casa, lo llevaron a la orilla de un monte donde había gente esperándolo y se volvió a escuchar el código “Cobra, cobra”. En adelante vino lo que el teniente Fajardo denominó la ‘legalización’. Al decir del soldado Borja, Fajardo se asomó a la cocina y se asustó porque los disparos hacia los civiles fueron todos en la cabeza “y eso no lo hace ni un francotirador”; se molestó mucho y dijo: “La cagaron”.

Entonces los movieron, los ubicaron en distintas partes de la casa, a uno de ellos le pusieron una tabla por detrás para que estuviera quieto y le dispararon de frente otra vez “para que se pensara que el tiro lo recibió estando parado”. A otro lo ubicaron al lado de las escaleras para dar la sensación de que estaba huyendo. También le dispararon mientras dos soldados lo sostenían de los brazos. A cada uno de los muertos les plantaron armas, con guantes les cogían las manos y “luego las disparaban con las manos de los occisos para que dijeran que fue en un combate”.

Entre tanto, de acuerdo con el soldado Borja, se reportaron al puesto de mando para informar que habían dado de baja a unos guerrilleros, “entonces Fajardo dio la orden de que disparáramos fuerte con todo para que mientras él hablaba por radio sonaran los tiros y se pensara que en realidad había un combate”, se pidió apoyo aéreo y llegaron dos aviones de la Fuerza Pública que dispararon unas ráfagas. La escena se simuló tan bien que se reportó que el combate era con no menos de 20 guerrilleros bien adentro de las selvas del Guaviare.

En su relato, el entonces soldado profesional manifestó que los civiles asesinados fueron llevados a un potrero y luego trasladados a un helicóptero hasta Medicina Legal. Añadió que un general llegó al lugar a supervisar la operación y que por el éxito de ésta le dieron a la compañía Arco 45 días de permiso. Agregó el testigo protegido que antes de asesinar a estas cinco personas los retenidos tenían pesadillas y decían dormidos “no me maten, suéltenme”. Para calmarlos, se robaron una gallina, la fueron a cocinar a esa casa abandonada y hasta jugaron cartas con ellos.

Por eso, escuchó el soldado Borja que varios uniformados le confesaron que matar a esas cinco personas les había dado duro, que eso había sido muy berraco. De cualquier manera, la masacre se consumó, la casa fue lavada por orden del teniente y nada volvió a saberse del episodio hasta que vinieron las delaciones de Borja. Cinco soldados profesionales están vinculados al expediente y la Fiscalía analiza las confesiones de Borja sobre los comandantes de las compañías Arco 1 y Arco 2 del batallón de contraguerrillas número 78 con sede en Guaviare. Borja dice sentirse temeroso por sus confesiones, pero quiere llegar hasta las últimas consecuencias, anunció que sabe de otros 15 falsos positivos y denunció que el teniente Fajardo lo llamó para evitar que hablara.

Por último, relató que nunca se le va a olvidar “cómo le quedó la cabeza a esa gente”, pues se acercó a mirar los muertos y que tiempo después, cuando vinieron las investigaciones, a todos los soldados los reunieron para decirles qué debían declarar, les escribían eso para que no se les olvidara y el objetivo era “que todo el mundo hablara el mismo idioma”. Su confesión hoy es valorada por un fiscal especializado de Derechos Humanos. Sus pesquisas buscan aclarar cómo y por qué a cinco inocentes se les arrebató la vida.

Por Redacción Judicial

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