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‘Urabeños’ tienen ‘oficina’ en Bogotá

De cómo, tras la caída de ‘Don Mario’, se reorganizaron bandas criminales en Córdoba, Antioquia y el centro del país.

María del Rosario Arrázola
21 de junio de 2010 - 10:52 p. m.

Catorce meses después de la captura del narcoparamilitar Daniel Rendón Herrera, Don Mario, las jerarquías de su organización se reconfiguraron, sus principales lugartenientes bajaron sus perfiles y hasta ahora pasan de agache en la búsqueda policial que concluyó con la ocupación de un sinnúmero de bienes del capo. En su lugar, los hermanos Juan de Dios y Darío Antonio Usuga David —ex guerrilleros en otros tiempos, nacidos en Turbo—, reorganizaron las bandas criminales de Don Mario, asumieron el control de las finanzas y trasladaron su centro de operaciones a Córdoba, una región que conocen al dedillo desde sus épocas como subalternos de la casa Castaño Gil.

Instalaron cuatro ‘oficinas’ en Montería, Tierralta, Montelíbano y Planeta Rica. Pronto reubicaron grupos de sicarios, designaron encargados de finanzas, extorsiones y de sacar droga por las costas cordobesas. Con Don Mario en prisión extendieron sus tentáculos, se apropiaron del negocio y se autodenominaron ‘Los Urabeños’. Los ajustes de cuentas eran cosa de tiempo. El grupo de ‘Los Paisas’, herederos del extraditado capo Diego Murillo o Don Berna, ya controlaba buena parte de este territorio, tenía oficinas de cobro, lideradas por Maximiliano Bonilla, alias Valenciano. Una guerra sin tregua entre ambas bandas criminales, integradas por desmovilizados ‘paras’ recrudeció la violencia que hoy documentan las autoridades.

En el fuego cruzado cayó asesinada en diciembre del año pasado Mary Luz López Romero, directora del CTI de la Fiscalía en Planeta Rica y, en cascada, los homicidios se fueron sucediendo, cada vez más atroces. La lista parece interminable y amenaza con aumentar. En marzo fue baleado el periodista Clodomiro Castilla; el 29 de abril un tendero en Montería fue otra víctima de los ajustes de estas bandas criminales, al día siguiente aparecieron dos muertos más en Pueblo Nuevo y el 1° de mayo la Fiscalía entregó 18 restos óseos de la barbarie paramilitar.

El 5 de mayo último mataron a un subintendente de la Policía y a un presidente de una junta de acción comunal; una semana después a Ana Agustina Mercado, esposa de un ganadero; por esos mismos días acribillaron a Vladimir Tirado García, administrador de la finca del alcalde de Tierralta, en un billar; y la semana pasada arrojaron una granada en la residencia del Alcalde de este municipio cordobés, hace apenas un lustro escenario de los diálogos del Gobierno con los ‘paras’. Expertos de la Fiscalía llevan más de 48 horas en una finca, ubicada a 10 minutos de Montería, desenterrando cadáveres mutilados, ya no de los horrorosos tiempos de las autodefensas, sino de estas nuevas épocas de violencia con las bandas criminales.

Informes de las autoridades conocidos por El Espectador dan cuenta que ‘Los Urabeños’ tienen más de 200 hombres que integran el ala urbana, encargada de cometer homicidios, y que han instalado dos ‘oficinas’ en Bogotá, desde donde han planificado y ejecutado dos asesinatos en Fontibón y San Cristóbal Norte. La primera víctima fue un piloto retirado, asesinado en la calle 122 con avenida 19, al norte de Bogotá; luego asesinaron a un comerciante en la calle 116. Hace casi un mes otro hombre corrió la misma suerte en la calle 134 con carrera 9ª. Se sabe que por estos crímenes los autores intelectuales han pagado entre $10 millones y $15 millones. Los sicarios, en su mayoría, son de origen antioqueño, entrenados en Córdoba, y ex militantes de las Auc.

Los homicidios en Montería son más macabros. En las ‘oficinas’ de sicarios de la capital cordobesa quien recibe las órdenes de asesinar a integrantes de ‘Los Paisas’ es un joven de 21 años, natural de Medellín. No tiene revólver ni ametralladora. Sólo carga un machete con el que, se sabe, descuartiza a sus víctimas, a las que entierra en la finca ubicada en las goteras de Montería. Los fiscales encargados de seguirle la pista interceptaron una conversación con su madre. Allí oyeron que había “picado” a un hombre y a dos mujeres, y expresaba que estaba arrepentido “pero no por el man, sino porque pensaba en usted (la mamá) y en la niña (su hermana)”. Después se corroboró que las víctimas fueron reportadas como desaparecidas desde febrero pasado.

En la grabación la madre le dice al sanguinario sujeto que él sabía que si se metía en esa espiral de violencia “le toca hacer lo que le digan” y le sugirió que “hiciera sus cosas donde nadie lo conozca”. Él le confesó arrepentido: “Me tocó picar a esos tres” y añadió: “Quería desahogarme con usted”. La conversación, que dura 10 minutos, finaliza con bendición de por medio. “Mi Dios lo tiene para más —le dice la mamá—. Que Dios lo bendiga y las ánimas lo protejan”. Las autoridades investigan si este sujeto también estuvo detrás del crimen de un taxista y de un mototaxista, ultimados en una finca.

Fuentes de la Fiscalía le dijeron a El Espectador que el fenómeno de las bandas criminales amenaza con desbordar la capacidad de investigaciones de los organismos de policía judicial y que se están enfrentando a una modalidad criminal que ya se pensaba desaparecida: el descuartizamiento de las víctimas. “Como va, esta guerra será muy sanguinaria”.

Por María del Rosario Arrázola

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