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Los Trapecistas

Así llaman a los adolescentes de Ciudad Bolívar por  la realidad que enfrentan en el sur de Bogotá. El reclutamiento y la desaparición forzada habían sido denunciadosa la Presidencia por el personero de Soacha  desde hace tres meses.

Enrique Rivas G.
04 de octubre de 2008 - 04:34 a. m.

El lunes pasado, Édison Alexánder Rojas Gutiérrez, un joven de 16 años del barrio Perdomo Alto, les dijo a sus cuatro hermanos que se salieran de la casa y se encerró en un cuarto. Se encontraba tranquilo, como siempre solía estar, pero de un momento a otro decidió acabar con su vida: inhaló pegante hasta el cansancio y luego se ahorcó con una cuerda que tenía guardada en la habitación.

‘Papuchis’, como le decían sus amigos y familiares, hacía parte de un ejército de niños y jóvenes de Ciudad Bolívar, en el sur de Bogotá,  a los que por razones de vivir en peligro de muerte, reclutamiento, drogadicción y pandillas, les dicen Trapecistas. Una generación que en muchos casos no alcanza a llegar a los 25 años.

Édison Alexánder era buen muchacho, como afirman en la Institución Educativa Arborizadora Alta-Idipron, a donde cada día llegan 235 de ellos buscando comida, baño y qué hacer en la vida, porque en sus alrededores los acechan para meterlos en la guerra o ponerlos a vender drogas.

El joven, al igual que muchos de sus vecinos, tenía pocas posibilidades de terminar su bachillerato y mucho menos de ingresar a una universidad o encontrar trabajo, porque no sabía hacer nada. De ahí que tal vez entendió su condición de náufrago en una zona deprimida, donde para poder sobrevivir se debe tomar la vida por asalto y aprender que dependiendo de la ferocidad con la que se asuma la cotidianidad, es un logro y un día más para dar gracias por estar vivo.


Una situación que si bien no abarca a la mayoría de los más de 300.000 jóvenes de Ciudad Bolívar, se vive a diario en populosos barrios como Potosí, Caracolí, Grupus, La Isla, Pinares, Los Pinos, Sierra Morena, Jerusalén, Manuela Beltrán, Paraíso, San Pablo, Alto de Quiba, Bellaflor, Villas de Diamante, Ciudadela Sucre y Altos de Cazucá, en las fronteras con el municipio de Soacha, Cundinamarca. Un corredor estratégico por donde, según la Defensoría del Pueblo, se cruzan los caminos de la guerrilla, bandas criminales compuestas por paramilitares desmovilizados y delincuentes comunes que imponen su ley.

Y es que residir en este conglomerado de 430 barrios del suroccidente de Bogotá no es nada fácil. No sólo por las empinadas cuestas en las que fueron construidos, sino por la forma en que se vive. La gente aprendió que para estar tranquila debe guardar silencio y someterse a la ley del más fuerte. “Aquí todavía los ‘paracos’ aparecen en las noches y el que comente algo, tiene que perderse. Las pandillas se agarran a bala seguido, las ‘bandolas’ extorsionan a comerciales y buseteros, y vienen camionetas con vidrios oscuros buscando atracadores y viciosos”, le dijeron a El Espectador habitantes de estos sectores durante un recorrido de tres días por sus barrios.

Pero estos factores no son los únicos que están generando descomposición social. “Muchos de los padres de los Trapecistas son atracadores, jíbaros, y en algunos casos las mamás ejercen la prostitución”, dijo un líder local que pidió no ser identificado. De ahí que las estadísticas sobre la Localidad 19 de Bogotá, donde viven no menos de un millón de habitantes, no sean alentadoras: el 76% de los hogares están por debajo de la pobreza y el 25% viven en la indigencia.

Una situación que es aprovechada por actores armados y personajes siniestros que están apareciendo en varios sectores de la localidad, ofreciendo trabajos en lo legal o lo ilegal, tal y como se lo dijo a este diario el alcalde Édgar Orlando Herrera Prieto. “Están haciendo esas ofertas de trabajo y si a los jóvenes les interesa, los esperan en la terminal de transporte”, señaló el funcionario, quien advirtió que ese no es el único problema. “Hay una buena cantidad de jóvenes armados por diferentes causas, por eso estamos trabajando en un proyecto de desarme”.

A pesar de todo


Sin embargo, en medio de toda esa locura, donde cuatro jóvenes mueren violentamente al mes y donde las pandillas pasaron de 48 a 42, las esperanzas se están fincando en los ocho megacolegios construidos por la Alcaldía, donde se están graduando 5.200 bachilleres al año. Igual está sucediendo con la malla vial y la remodelación de hospitales de la localidad.

Aún así, la Institución Educativa Arborizadora Alta, bajo la tutela del padre Javier de Nicoló, y que organiza brigadas semanales para salvar a los Trapecistas, está a punto de cancelar sus programas porque el religioso no continuará más con el programa. Una amenaza que podría dar al traste con las esperanzas de jóvenes como Wálter Palomino, de 16 años, quien aspira a convertirse en profesor del Idipron. “Si esto se acaba, aquí nadie sabe qué hacer. Saldríamos otra vez a la calle y al vicio”, dice el joven.

Suerte que correrían los demás alumnos de la institución, quienes están intentando ser músicos, tejiendo telares y aprendiendo sistemas.

“El hecho de tener a los niños y jóvenes del sector acá, es frenarlos para que no se metan en actos delictivos. O si no los metemos a trabajar. Si al padre Javier de Nicoló le quitan la oportunidad de los proyectos, usted qué hace con todos los niños de la calle”, afirma Reynol Bárcenas, uno de los coordinadores de los programas del sacerdote.

Bárcenas tiene razón, toda vez que son ya 1.700 jóvenes que se están capacitando, sin incluir los Trapecistas, quienes también aspiran a emplearse en las obras del IDU, abriendo calles, destapando caños, protegiendo humedales y construyendo parques. “Nosotros los capacitamos y ellos (la administración distrital) nos dan la oportunidad de trabajo. Pero hoy en día los programas están recortados al mínimo”, sostiene con pesadumbre Reynol, para quien es un logro enorme rehabilitar el 35% de niños y jóvenes que llegan a la institución.

Esa era la oportunidad que estaban aprovechando Édison Alexánder y su hermanos Jessica, Lina, Diana y Brandon. Sin embargo, el jueves pasado fue despedido por sus amigos y familiares en el Cementerio Central de Bogotá. Una muerte a la que diariamente están expuestos unos 120.000 jóvenes de la localidad de Ciudad Bolívar, que viven en el filo de la navaja por hacer parte del ejército de Trapecistas que deambulan sin saber  qué hacer, a merced de los traficantes de todo tipo de violencia.

Por Enrique Rivas G.

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