Publicidad

De traficante de armas a mafioso

Arturo Manuel Acosta era el cerebro detrás del entierro de cocaína en parques naturales.

Redacción Judicial
12 de noviembre de 2009 - 10:00 p. m.

La primera incursión en el mundo del hampa para Arturo Manuel Acosta, antes que comenzara a enterrar toneladas de cocaína en las playas de los parques naturales en la costa Atlántica, fue como traficante de armas con una organización que traía el material bélico de países como Honduras o Nicaragua, utilizando a San Andrés como punto intermedio.

Por ese delito fue detenido y pagó cerca de tres años de cárcel. Pese a que era analfabeto luego de que recuperó su libertad ya no sólo tenía los contactos que había dejado en la calle, sino la gente que había conocido en prisión y no fue sino cuestión de tiempo para que encontrara su nuevo nicho delincuencial: traficar con droga.

Como lo reveló El Espectador la semana pasada y de acuerdo con la Dijín de la Policía y la Unaim de la Fiscalía, los trucos y artimañas que aprendió como traficante de armas los puso al servicio de la banda criminal de Los Paisas, al mando de alias Valenciano, y comenzó a explotar una ruta con la que, aunque las ganancias eran menores, para él la posibilidad de una extradición a Estados Unidos era más remota.

Pensando que así quedaba por fuera del radar de las autoridades norteamericanas entregaba la droga en la Isla del Maíz, aproximadamente a 70 kilómetros de Nicaragua, y en Honduras, a traficantes mexicanos que se encargaban de completar el recorrido. Oriundo de Barranquilla, Acosta logró articular una compleja red que partía del centro del país y se extendía a las ciudades de Cartagena y Santa Marta, aunque su fuerte era enterrar el alcaloide en las playas de parques naturales como Isla Salamanca, cerca a la capital del Atlántico, o en el Tayrona, para de ahí sacarlo al exterior.

Hasta el momento en que fue delatado por un informante había logrado engranar una sofisticada red que contaba hasta con reportes meteorológicos de la ruta  comprendida entre la costa Atlántica colombiana, Nicaragua y Honduras, y las autoridades investigan si los recibía de funcionarios inescrupulosos vinculados con organismos encargados de hacer esa clase de pronósticos en el país.

La droga llegaba hasta esa región en buses y taxis, que para dar apariencia de ir en rutas de turismo eran fleteados por los mismos familiares de los integrantes de la organización, quienes partían desde lugares tan disímiles como Útica o Villeta, en Cundinamarca, o Garagoa, en Boyacá, antes de llegar a su destino final en la costa Caribe. Ya en los lugares donde enterraba la cocaína trabajaba de la mano de pescadores de la región, quienes no sólo ayudaban a transportar y ocultar la droga, sino que estaban pendientes de los movimientos de efectivos de la Armada Nacional para evitar que incautaran los cargamentos.

Incluso la droga era enterrada en costales que estaban contramarcados con los apodos con los que eran conocidos los pescadores que colaboraban con Acosta, como El Viejo, Rápido, Alejandro, Pecoso o Pequeño. Para evitar sospechas podía pasar hasta más de una semana antes de que el estupefaciente fuera de nuevo desenterrado. Acosta también contaba con el apoyo de una banda de cerca de 25 hombres armados que se encargaban de prestar seguridad en las zonas aledañas a donde era camuflada la cocaína. Una vez estaban dadas las condiciones para sacar la droga, utilizaba lanchas rápidas que eran reabastecidas de combustible en alta mar por otros miembros de la red que salían en embarcaciones desde San Andrés, o la entregaban a barcos pesqueros extranjeros en aguas internacionales.

Las interceptaciones telefónicas que se hicieron a los integrantes de ese segmento de la red criminal dieron cuenta de que los delincuentes conversaban en patois, una de las lenguas que se habla en San Andrés, y fue necesario traer a Bogotá un investigador de la Policía de esa región para que ayudara a traducir los diálogos ininteligibles.

La droga sacada del país por Acosta era reconocida por la red de traficantes extranjeros que se encargaba de recibirla en Centroamérica porque era marcada con hologramas con figuras de delfines o con la leyenda “Doble A”. Pero el principio del fin para la red, según las autoridades, vino luego de un negocio mal hecho por el jefe de la banda. Como ocurre con mucha frecuencia en estos casos, inconforme, al parecer, con un pago inequitativo, uno de los hombres que hacía negocios con Acosta terminó informándoles a las autoridades el modus operandi y dio pistas sobre los movimientos de la organización.

Sólo fue cuestión de días para que el primer cargamento de 500 kilos de cocaína, que estaba oculto en Puerto Colombia (Atlántico), cayera el 20 de mayo pasado. Aunque la red cambiaba de celulares continuamente, el 24 de junio, en el sitio conocido como Bocas de Aracataca (Magdalena), cayeron 550 kilos más. El desespero de Acosta ante los continuos golpes de la Policía y la Fiscalía fue evidente en una grabación interceptada el 30 de julio. Ese día cayeron 500 kilos más en el Parque Isla de Salamanca. Aunque trató de ocultarse ante las presiones de las autoridades y de los propios delincuentes con los que había hecho negocios ante la seguidilla de fracasos, finalmente fue capturado en su casa la semana pasada.

Acosta estaba desesperado

La Dijín interceptó esta comunicación el pasado 30 de julio, pocas horas después de incautar el último cargamento de droga de la organización dirigida por Arturo Manuel Acosta, quien conversaba con alias ‘El Pecoso’. El jefe de la banda no se explicaba cómo había sido detectado el alcaloide.

Pecoso: ¿Eso quién lo cogió?

Arturo: La Dijín de Bogotá.

Pecoso: Vuelvo y pregunto: ¿Cómo sabían ellos dónde estaba la vaina?

Arturo: Esa es la pregunta que yo me hago y la pregunta que se hacen los muchachos, porque ni yo ni Marquiño, ni este man que mandaron de Bogotá, y esos manes no sabían dónde estaba guardado eso. Nada más sabían ellos dos: El viejo y el muchacho que yo tenia, porque Marquiño iba y les entregaba y ellos decían: “váyanse que yo con el pelao hago mis vueltas”.

Pecoso: ¿Se llevaron todo o quedó algo?

Arturo: Voy para allá con el personal para donde está eso.

Pecoso:  Ya hablé con El Flaco y le expliqué lo que está pasando.

Arturo: El Flaco me llamó, pero yo le dije que me esperara que yo iba a hablar personalmente con él. Estoy llamando al Moreno, pero no me coge el teléfono.

Por Redacción Judicial

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar