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Honda herida

Honda, Tolima, fue testigo de la tragedia pasional en la que murieron dos jóvenes.

Alfredo Molano Jimeno
30 de diciembre de 2009 - 08:33 p. m.

El 25 de diciembre, Honda, la vieja capital de Tolima, la que alguna vez fue el bastión de la colonia, amaneció exhausta por la fiesta de Nochebuena. Con la resaca a cuestas, las calles se levantaron repletas de envases de cerveza y aguardiente. Para algunos la fiesta siguió, pero para quienes conocieron a Karen Reyes y Alexánder Arias, este sería el día de la tragedia. Un funeral doble: por amor o por odio. Muy seguramente por los dos.

Para Karen Xiomara Reyes, de 26 años, ésta habría de ser una de las navidades más felices de su vida. Pero también la última. Estuvo con dos amigas del alma, hicieron un asado y bailaron hasta el amanecer. Fue una Navidad feliz, en la que por algunos segundos olvidó las tristezas y angustias que la perseguían.

Luis Alexánder Arias, de 28 años, ex compañero sentimental de Karen y padre de Ángelo (único hijo de Karen), pasó la Navidad encerrado en su cuarto oyendo música. No acostumbraba a celebrar las festividades, por lo que a su familia no le extrañó su apatía.

Si la gente dice que de amor nadie se muere, es porque a la regla siempre le cabe una excepción. Esa mañana, Alexánder se levantó temprano buscando quién le prestara un taxi o una moto. Al final consiguió un taxi y regresó a su casa (el mismo carro que lo llevaría al sitio del crimen y dejaría a Karen herida de muerte en el hospital). Su madre estaba indispuesta. Dice que la embargaba una tristeza profunda, que se sentía desganada. Alexánder llamó a su padrastro y le dijo: “Rubencho, le recomiendo a mi mamá, a mi hermano y a Lolita. Cuídelos, creo que tengo los días corticos”.

Karen amaneció bebiendo con sus amigos. Planeaban ir a piscina, pero finalmente no fueron. Ángelo, su hijo de dos años, estaba con la abuela en el municipio de Quimbaya (Quindío). Así que siguieron la fiesta en una casa en el barrio Casa Loma. Cerca de la una de la tarde, Alexánder, que tenía más de una caución puesta por Karen para que no se le acercara, apareció por primera vez enfrente de la casa en donde estaba su ex esposa. Los vecinos dicen que lo vieron ir y venir cuatro veces. A las cuatro de la tarde, al darse cuenta de que habían llamado a la Policía, Alexánder se fue para la casa de la familia Reyes. Le pidió a don Vicente, padre de Karen, que saliera para conversar, pero él se negó a hacerlo. “Nosotros no tenemos de qué hablar”, contestó.

Alexánder Arias Aguilar estudió hasta octavo año escolar. Trabajaba como conductor de Alpina y quienes lo conocieron dicen que era un muchacho laborioso. No acostumbraba a beber. Era considerado un buen hombre, de temperamento fuerte pero no violento. El 23 de diciembre llamó a Constanza, su primera esposa, y le pidió que se cuidara y que protegiera a los dos niños de su primera relación. Fue una llamada cargada de nostalgia. Cuando colgó el teléfono, refiere hoy su hermana, dos poderosos lagrimones se le escaparon: “Estaba raro”, dice Lola. En la mañana del 25 se despidió de sus familiares y le prometió a su madre que la recogería en la tarde para dar una vuelta. Nunca volvió.

A las cinco de la tarde Alexánder regresó a Casa Loma. Estaba tranquilo, lo que le dio confianza a Karen y la convenció de que fueran a llamar por teléfono a Ángelo. Lo hicieron desde una tienda cercana. Él pidió una cerveza. Pagó y salieron. Un par de casas antes de llegar, Alexánder la abrazó y exclamó: “Si no es para mí no es para nadie”, y de un puñetazo la tumbó al suelo. Luego le asestó seis puñaladas con un cuchillo de cocina marca “Excalibur” que aún conservaba el precio. Tras la última puñalada, Alexánder se arrepintió y, justo antes de que muriera, pidió que la salvaran. Ella logró pararse y al verse ensangrentada soltó un grito desgarrador y corrió a la casa de sus amigos diciendo: “¡Alex me mató!”.

Alexánder dio un par de pasos, la miró con tristeza y se apuñaló dos veces en el pecho. Caminó hasta la puerta donde los amigos de Karen trataban de recogerla y, como un samurái , se hundió el puñal varias veces más. Lo movió escarbando en sus entrañas, al modo de un haraquiri, y luego se desplomó en el antejardín.

A las 6:45, Karen ingresó al Hospital San Juan de Dios con débiles signos vitales. Las heridas eran hondas y mortales. Uno de los punzones entró directo al corazón y le propició un bloqueo cardiaco. Los médicos no pudieron hacer nada para salvarla. Alexánder quedó tendido sin vida frente a la casa. Los dos murieron del corazón.

Por Alfredo Molano Jimeno

 

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