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Epílogo de la viuda de la mafia

La historia de Lorena Henao, hermana de tres narcos del cartel del norte del Valle y esposa del capo Iván Urdinola. La cogieron de compras en Armenia cuando debía estar detenida en su casa en Bogotá. Debe varios años de prisión.

María del Rosario Arrázola
09 de enero de 2010 - 09:00 p. m.

A sus 41 años, Lorena Henao Montoya, la mujer que fue reina y señora del cartel del norte del Valle, está de nuevo en la cárcel. Debía estar recluida en su domicilio gracias a un beneficio judicial concedido en diciembre de 2007, pero andaba de compras en Armenia acompañada de tres extraditables. Vuelve a quedar tras las rejas para purgar condena por concierto para delinquir, testaferrato, fraude procesal y cohecho. Lógico destino para una viuda de la mafia que no se conformó con ser simplemente una adinerada consorte, sino que forjó su propia leyenda de amantes, sicarios, extravagancia y muerte.

Nacida en Cartago (Valle) en octubre de 1968, como hija menor y única mujer de una familia campesina, su infancia quedó marcada por el sórdido rumbo que trazaron sus hermanos mayores, Orlando de Jesús, Arcángel y Fernando, quienes como muchos otros jóvenes de su generación en la región, rápidamente cedieron a la tentación del dinero fácil. El influjo del narcotráfico que fue subiendo desde las calles de Cali y se regó como pólvora por El Dovio, Zarzal, Trujillo, Roldanillo, La Victoria o Versalles. El norte del Valle estremecido por los estragos de la droga.

Y si de sus lazos de sangre recibió ejemplo errático, de su primer amor heredó una faceta peor. A los 14 años se hizo novia de la mancorna de sus hermanos, Iván Urdinola Grajales, un inescrupuloso sujeto que le llevaba más de diez años y que saldaba a bala las cuentas de los Henao Montoya. El matrimonio fortaleció el grupo mafioso, multiplicó el número de carros blindados, escoltas y matarifes y convirtió a Iván y Lorena en la envidiada pareja de la realeza local. Cuentan quienes vivieron esa época en los años 80, que a su paso las gentes del común hacían venias y se oían aplausos.

El clan Henao y su socio Urdinola eran monarcas en el norte del Valle. Dueños de las discotecas, las haciendas, las galleras, los hoteles, las bodegas de vino o las exportadoras de fruta, se paseaban a sus anchas en sus flotillas de automóviles lujosos e innumerables taxis, y a imagen y semejanza de Pablo Escobar en sus primeros años, la gente del común les rendía tributo. A falta de otras ayudas, eran los principales benefactores de las escuelas o los ancianatos, y llegaban hasta los barrios pobres a pavimentar calles, inaugurar canchas o tender redes de energía eléctrica.

Cuando Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha y sus socios comenzaban a librar la primera guerra contra el Estado, los Henao y Urdinola mandaban en su región y desde las costas del Pacífico enviaban toneladas de cocaína a Estados Unidos y Europa. Su lema era no confrontar con el Estado y sus autoridades, y preferían pagar millonarias sumas en corrupción para sostener el poder de sus compañías agropecuarias, regodearse con sus colecciones de caballos de paso fino, decorar sus mansiones con exóticos lujos y complacer a sus familias, que se mantenían al margen de sus negocios.

Pero Lorena Henao era distinta, al fin y al cabo sus tres hermanos y su esposo eran los jefes. Por eso pasó por encima de ellos mismos para imponer un capricho. A la región había llegado un brillante oficial de la Infantería de Marina, joven, apuesto, bien educado, con especialización en Estados Unidos, pero ambicioso. Se llamaba Ricardo Peterson y después de ganar la confianza suficiente para visitar la hacienda La Porcelana, joya de la corona de Iván Urdinola, enamoró a la matrona. Él cayó rendido ante los impulsos de Lorena y ella expuso su vida por imponer su amor.

El amorío llegó a oídos de Urdinola y el capo saldó su honor. No tocó a Lorena porque sabía quiénes eran sus hermanos, pero al teniente retirado Peterson le tendió una trampa. Lo atrajo a través de su amigo incondicional, el capitán (r) Jorge Rojas; lo llevó a la finca La Piedad, de propiedad del narcotraficante Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño; allí lo esperaban Juan Carlos Ortiz, alias Cuchilla, y Ómar García, alias Capachivo, y fueron tres días de tortura y agonía. Hay quienes dicen que lo desmembraron tirado por varios caballos. Lo cierto es que sus restos fueron arrojados al río Cauca.

Como una maldición, ese fue el comienzo del fin de Iván Urdinola. No sólo porque la familia del teniente emprendió una batalla jurídica sin antecedentes contra el capo, sino porque sobrevinieron dos hechos que cambiaron para siempre la suerte de la organización. A algunos socios se les fue la mano en el municipio de Trujillo, y cuando la cuenta ya iba por más de 100 desaparecidos, el país entendió que también existía el cartel del norte del Valle. Además, estalló la guerra con sus colegas de Cali, divididos entre combatir o ayudar a Pablo Escobar en su guerra contra el Estado, y se les vino la noche.


Iván Urdinola fue capturado por la Policía en su finca La Porcelana, cerca de Zarzal, el 26 de abril de 1992, y de inmediato fue acusado de narcotráfico, enriquecimiento ilícito, tortura y homicidio. Los hermanos Henao rodearon a Lorena y ella asumió el liderazgo de los negocios, que no eran pocos. Para la época su fortuna se calculaba en más de 10.000 millones de pesos. Ella visitaba a su marido en la cárcel y maquinaba con sus hermanos cómo acrecentar sus negocios, entre ellos comprar loterías ganadoras para lavar sus dólares y eximir de impuestos a los felices ganadores.

Sin embargo, el clan Henao ya estaba en evidencia y al desatarse la cacería de los capos de Cali en 1995, en medio del frenesí del escándalo del proceso 8.000, cuando los hermanos Rodríguez y José Santacruz Londoño quedaron tras las rejas, Orlando Henao, entonces conocido como “El hombre del overol”, decidió cortar por lo sano. Uno a uno eliminó a sus rivales, se erigió como el único patrón del norte del Valle y para resguardarse de las venganzas escogió el sitio más seguro: la cárcel. Se entregó para liderar el negocio con su cuñado Urdinola, protegido por sus secuaces.

Todo lo calculó perfectamente, menos la reacción de José Manuel Herrera, hermano parapléjico del ya asesinado capo Pacho Herrera, quien a pesar de haber recibido una moderna silla de ruedas de Orlando Henao en la cárcel de La Modelo, en un descuido del patrón lo asesinó de siete balazos. El cartel del norte del Valle quedó sin jefe mayor, dos capos menores empezaron a pelear a muerte el liderazgo y pronto Lorena Henao reapareció para jugar con destreza en la nueva guerra entre antiguos socios que sembró de muerte las calles y los campos del norte del Valle.

Con Iván Urdinola en la cárcel, Diego León Montoya y Wílber Varela, otrora amigos de farra y negocios, se trenzaron en una tenebrosa violencia. Cada quien armó su banda. El primero, Los Machos; el segundo, Los Rastrojos. Y Lorena Henao de amores con Varela, a quien se acercó sigilosamente para requerir su ayuda ante los acreedores de su marido que no le querían pagar. Varela se enloqueció por Lorena y ella a su vez se la jugaba con el conductor de la familia, Lucio Quintero Marín, a cuya esposa mandó a envenenar para consumar su amor sin acechanzas familiares.

En cuanto a Iván Urdinola Grajales, podrido de la ira por las andanzas de su mujer con Quintero y encarcelado, el 24 de febrero de 2002 murió en su celda de un infarto. Otros dicen que lo envenenaron. Lo cierto es que Lorena, entre Quintero y Varela, empezó a viajar por Chile, Argentina y Costa Rica, hasta que decidió asentarse en Panamá. Ella se quedó con Quintero y Varela se quedó guerreando en Colombia. Al vecino país llegó también huyendo Arcángel Henao, y junto a su hermana Lorena empezaron a organizar una nueva vida comprando bienes a diestra y siniestra.

La Policía nunca les perdió el rastro. Tampoco la DEA. En enero de 2004, en una finca en Chepo, las autoridades de Panamá les cayeron a todos. 18 adultos y 12 menores de edad fueron aprehendidos en la redada. Arcángel Henao fue extraditado a Estados Unidos. Su hermano Fernando ya estaba preso. Lorena quedó libre gracias a un extraño fallo de la Corte Suprema de Panamá. Antes de viajar a Colombia, donde volvió a ser detenida, dejó un estela de escándalo por corrupción en el istmo y, una vez en el país, otro que llevó a la destitución de cinco fiscales y una decena de funcionarios.

El 7 de mayo de 2004 volvió a prisión con una condena encima de seis años y ocho meses. Tres años después recibió el amparo de la casa por cárcel. El pasado miércoles la vieron oronda de shopping por un centro comercial de la capital del Quindío y se activaron las alarmas. Unidades de la Fuerza Especial Conjunta del Pacífico del Ejército le pusieron tatequieto. Cuando la capturaron andaba con Henry Loaiza Montoya, hijo del capo del mismo nombre, el genocida de Trujillo. Ahora la viuda está presa. Una vez más. A sus 41 años, su negra leyenda parece no tener fin.

Urdinola, el capo del norte del Valle

El esposo de Lorena Henao, Iván Urdinola Grajales, llegó a ser uno de los capos más temidos del cartel del norte del Valle. Se introdujo en el mundo del narcotráfico en la década de los 80 y desde entonces fue una figura reconocida, en especial, por su participación en la violencia que azotó esa región entre los años 80 y 90 y que dejó más de 300 muertos.

A causa de un infarto, Urdinola falleció en 2002 en la cárcel de Itagüí, donde cumplía una pena de 17 años. Por lavar dinero para él fueron condenados tres miembros de la familia Grajales, propietarios de prósperos negocios en el Valle del Cauca. Y fue después de su muerte que se atizó la guerra a muerte entre los jefes narcotraficantes Wílber Varela (Jabón) y Diego Montoya (Don Diego).

Por María del Rosario Arrázola

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