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Elkin Serna: el retorno de un desplazado

El medallista de los Paralímpicos de Pekín quiere tender su mano a los desarraigados del país.

Laura Ardila Arrieta
11 de octubre de 2008 - 03:28 a. m.

Después de más de 11 años sin visitar el lugar en donde  transcurrió buena parte de su niñez, el campeón paralímpico Elkin Serna regresó a la vereda La Magdalena, en el municipio de Urrao, suroeste antioqueño. Sucedió hace exactamente ocho días. Libia Moreno, su madre, y Nelson Serna, su hermano, lo acompañaron en el recorrido, que se hizo en bus desde Medellín. Apenas permanecieron por una hora en la vieja casa.

Sesenta minutos que, de manera inevitable, terminaron convertidos en un sentido homenaje a la nostalgia. Las quebradas, el barranco, la gallina. Todo lo que la familia fue y dejó de ser. Como cuando a uno se le da por abrir el cajón de los recuerdos. “Fue un reencuentro con nosotros mismos”, lo explica Elkin en gracioso acento paisa.

Recorrieron, tocaron y sintieron todos los rincones del rancho abandonado del que se vieron obligados a salir una mañana de 1997 por culpa de la guerra. Después, prudentemente retornaron al barrio Belén, en el sur de la capital de Antioquia, donde residen desde hace varios años. La violencia, que todavía golpea a los habitantes de Urrao, no les dejó regalarse un buen momento más largo.

Por supuesto, ni el joven deportista, ni ninguno de los otros dos miembros de su familia, son los mismos que un día tuvieron que huir despavoridos de su tierra. La señora Libia se ha superado de una aterradora época en la cual constantemente padeció de crisis nerviosas. Nelson, de 22 años, está a punto de terminar su séptimo semestre de licenciatura en educación física. Quiere ser ciclista.


Y Elkin no sólo se convirtió en un ejemplar atleta, medallista de plata de los Juegos Paralímpicos de Pekin. Con el tiempo, debido al virus genético que padece, le ha ido disminuyendo su visión al punto en que ya no ve objetos a más de un metro de distancia. Tiene novia hace un año, y se acaba de unir a la campaña “Corre por la vida”, liderada por Acnur, que hace un llamado a la solidaridad de la ciudadanía para que ayude y apoye a las víctimas del desplazamiento.

Esto último, asegura, es todo un orgullo para él. Un orgullo porque de esa manera deja de ser el muchacho casi ciego que demanda una mano. Ahora la mano tendida es la de él pues, dentro de la medida de las posibilidades, está haciendo algo por aquellos que vagan asustados, como alguna vez él lo hizo.

Tenía 12 años cuando llegó a Medellín con su familia. Su madre no dejaba de llorar. Su padre, Joaquín Emilio Serna, todavía vivía con ellos. Por aquella época, varios grupos guerrilleros se asentaron en la zona de Urrao, y otros más de autodefensas empezaron a proliferar en la región. Los Serna Moreno se hicieron preocupantemente reconocidos porque varios de sus miembros se repartieron entre las filas de ambos bandos. Las amenazas no se hicieron esperar. El día en que uno de los sobrinos de Libia le comunicó que le habían encargado matarla a ella y a sus hijos comenzaron las crisis de nervios de la señora. “Se desmayaba todo el tiempo”, cuenta Elkin.

Ya en Medellín, sus padres consiguieron empleo cuidando una finca en el municipio de Barbosa, con la condición de que sólo podían llevar a uno de los dos hijos a vivir con ellos. Elkin fue enviado entonces a Tierralta, Córdoba, a la casa de una tía. “Ya ahí tenía bajita la visión, aunque no tanto como para tener tantas dificultades”.


A los 13 volvió al hogar, al municipio de Guarne —a unos 30 minutos de Medellín— con la familia. A los dos años tuvo que dejar el colegio. “Mis amigos me dictaban en las clases lo que yo no podía ver, pero ya en el bachillerato, cuando a uno le empiezan a enseñar fraccionarios, ¿quién le dicta a uno?”.

El virus que prácticamente acabó con su visión, explica, tiene cura si se detecta a tiempo, pero allá en La Magdalena era poco lo que se podía hacer.

En Guarne, con 15 años, comenzó a entrenarse como corredor. Juan Guillermo Jaramillo fue su primer instructor. Elkin trabajaba pintando cueros de chivo para sostener a su familia, y practicaba en una finca cercana en la que se ejercitaban otros atletas que le permitían estar ahí a cambio de que el joven les ayudara en el aseo y a preparar los alimentos.

A los dos años conoció el deporte paralímpico —para personas con alguna discapacidad— en el que se hizo subcampeón panamericano, en Brasil. También allá corrió en dos pruebas que lo clasificaron a Pekín. De China regresó bañado en Plata y reconocimiento. El mismo que ahora quiere usar para llamar la atención sobre un drama que, aunque ya suene a lugar común, sigue dejando vidas tristes por toda Colombia.

Por Laura Ardila Arrieta

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