El Magazín Cultural

Historias de las mujeres perversas

A lo largo de 360 páginas, editadas por Norma,  la literata bogotana se adentra en los relatos históricos de la maldad que parece habitar en lo femenino.

Angélica Gallón Salazar
06 de diciembre de 2008 - 05:00 p. m.

Si no fuera descabellada aquella sentencia de Margarita Yourcenar que profesa: “No hay una sola mujer que no haya soñado alguna vez con ser Clitemnestra”, la reina griega que en ataque de venganza dio muerte a su esposo Agamenón; si encontráramos algo de sensatez en la observación del historiador francés Jean Delumeau que se pregunta “¿cómo no temer a un ser que nunca es tan peligroso como cuando sonríe?”, entonces no encontraríamos nada de extraño en ver que entre los lectores de Susana Castellanos de Zubiría aparezca una sonrisa, mientras pasan  páginas  que cuentan historias de la maldad femenina. Quizás el goce de estas páginas radique en algo inconfesable.

Mujeres perversas de la historia es un libro que pone ante el espejo a mujeres abominables que por sus prácticas despiadadas tienen un lugar en la lista de los mayores asesinos de todos los tiempos; a mujeres fatales por cuyo amor los poetas se suicidaban; a mujeres que fueron santas por cortarles la cabeza a los enemigos de su fe —no sin antes haber ido al lecho con ellos—, y hasta a reinas que entre sus faldas y miriñaques arrasaron con los destinos de un reino.

“Si hacemos una lista de personajes perversos de la historia, vamos a encontrar más hombres que mujeres, quizá porque ellos han detentado un rol más público, pero las prefiero a ellas”, comenta Susana. “Incluso, yo me atrevería a decir que han sido peores, porque después de recorrer historias de mujeres malvadas te das cuenta de que hay una tendencia a hacer de lo personal un problema político”, comenta la escritora que no puede más que referirse a Catalina de Medicis, que volvió su fealdad la condena de la corte francesa del siglo XVI, o en Catalina la Grande y la ginecocracia que la antecedió en la Rusia del siglo XVIII, en la que parecía suficiente que alguna mozuela se asomara a una fiesta con un prendedor o un vestido similar a la que ostentaban las zarinas para enviarla al cadalso.

“¿Cómo hacer entrar en razón a una mujer menos sensible a la lógica masculina que a las piedras preciosas? El bello sexo es esclavo de sus sentidos. Una soberana sacrificará la grandeza de la patria por los placeres que le dispensa su amante”, cita Castellanos al historiador Henri Troyat.

Las triquiñuelas, los engaños, los venenos escondidos en anillos y vertidos tras miradas seductoras, el uso de la belleza y su letal combinación con la inteligencia, el abuso de las lágrimas para manipular no sólo al hombre, sino a los hijos herederos del poder paterno, son algunos de los métodos que después de cruzar las más de 350 páginas del libro parecen llevar la impronta de la perversidad femenina.


Pero una de las cosas que más sorprende de los relatos es que la mayoría de los hombres —por alguna razón sus víctimas favoritas— parecen incautos, asisten a los hechos sin darse cuenta de con quién estaban durmiendo. “La maldad soterrada, que se esconde, la astucia cruel y la provocación son los pilares de las mujeres de poca bondad”, asegura Susana, quien cree que mirar la maldad de estas mujeres es de alguna manera como mirarse al espejo. “Quizá, después de todo, la fragilidad y la delicadeza no sean exactamente las características femeninas por antonomasia”.

Una fe que decapita

La historia que cuenta Susana Castellanos se remonta al libro bíblico Judith: Ella era una hermosa viuda que vivía en Betulia, quien con la convicción de derrotar al ejército sirio pidió asilo en la posada del que estaba al mando, Holofernes. Ataviada con hermosos vestidos y haciendo gala de su esbeltez logró seducirlo hasta que un día, cuando el pobre hombre yacía borracho a sus pies, “agarró la cabeza de Holofernes por los cabellos y dijo: Dame fortaleza, Dios de Israel, en este momento y, con todas sus fuerzas, le descargó dos golpes sobre el cuello y le cortó la cabeza”. Es innegable que hay algo de despiadado en lo que hicieron Jael (quien con un martillo asesinó a su huésped Sisera) y Judith, que a pesar de ser heroínas de su fe, asesinaron con frialdad demente al hombre que unas horas antes habían metido en su cama.

Fatalidad que provoca suicidios

Lou Andreas Salomé es una mujer perversa, no porque haya derramado sangre, sino porque su involuntaria belleza y su extremada inteligencia destruyó el espíritu de todos los que la amaron. Lou, que para ser plenamente una heroína romántica padecía de tuberculosis, se trasladó de Rusia a Roma en 1882. Un mes después conoció al filósofo alemán Paul Ree, que era amigo de Nietzsche, ambos filósofos quedaron prendados de la personalidad de Lou y llegaron hasta proponerle un proyecto de convivencia fraternal entre los tres.

Pero a pesar de sus cercanías intelectuales se rumoraba que ella sentía repugnancia por la apariencia física de ambos intelectuales, desengaño que tuvo serias mellas en los ánimos de los dos amigos. A los 26 años, Lou se casó con el lingüista Friedrich Carl Andreas, luego de que intentara tres veces suicidarse por ella. Pero su matrimonio que no tenía un día de felicidad se vio interrumpido por un amantazgo que entabló con Reiner María Rilke, con quien mantuvo una tormentosa distancia y correspondencia. “Las últimas cartas de Rilke estuvieron dirigidas a su amada Lou, quien vio morir a todos sus grandes amigos, menos a Sigmund Freud”.


De incestos y Papas

Marozia, Lucrecia Borgia e Isabel La Católica son las tres mujeres que detentan la lista de las que perversamente se acercaron a Su Santidad. Marozia fue la protagonista del “reinado de las rameras” o la “época de la pornocracia” que se vivió mientras la familia Borgia gobernó el Pontificado. Se hizo amante de un Papa, eligió como amantes a otros y mató a unos cuantos. Por su parte, Lucrecia Borgia era tan sólo una niña de 13 años, cuando su padre, el Papa Alejandro (siglo XV), la enredaba en turbias relaciones amorosas con su hermano, que ella aceptaba gustosa y que después de un tiempo empezó a necesitar. Quizás una frase pueda  describir con exactitud lo que se encerraba en tan pequeña criatura: “La reputación de una asesina es buena, pues los gusanos temen a una dama así; pero la de una amante es peligrosa, pues, en lo más hondo de su ser, todos los hombres se amedrantan ante el amor de una mujer fuerte”.

Por su parte, Isabel la Católica fue conocida como el Führer del siglo XV, pues no contenta con condenar a más de 2.000 personas a la hoguera, “en 1492 tomó una de sus decisiones más contundentes: expulsó de España al pueblo judío, que llevaba allí 1.500 años”.

Sangre y corazones embalsamados

La autora de ‘Mujeres perversas de la historia’ desentraña la vida de mujeres como Elizabeth Bathory y Margarita de Valois en el capítulo VII titulado ‘Religión, hogueras y venenos’. Bathory fue una doncella húngara que vivió a finales del siglo XVI, legendaria por su belleza y por la obsesión de mantenerla intacta a través de los tiempos. Un día, tras darle una bofetada a


una joven sirvienta que le cepillaba el cabello y salpicar algo de su sangre sobre su piel, la doncella sintió que había descubierto el elíxir de la juventud. La búsqueda de litros de sangre de mujeres vírgenes para poder bañarse en ella la llevó a asesinar y desangrar con tortura a más de 600 mujeres cuyos cadáveres reposaban en los lugares más bajos del palacio.

A diferencia de La Condesa Sangrienta, Margarita Valois alucinaba no con paisajes sangrientos, sino con las amorosas confesiones de sus jóvenes amantes: “Mi corazón te pertenecerá para siempre”. La reina apodada y reconocida como Margot, era hija de Catalina de Médicis y Enrique II de Francia y tenía claro que vivos o muertos tendría cerca a los hombres que amaba. “Usaba un miriñaque ancho con bolsillos en los que llevaba los corazones de cada uno de sus amantes muertos; porque a medida que morían, tenía la precaución de sacarlos y hacerlos embalsamar”, cuenta Castellanos en su libro. Ella sabía de venenos e intrigas, incluso llevó a guardar la cabeza intacta de uno con el que había compartido lecho.

La vida de la autora

Confiesa que su obsesión por el mundo femenino es un asunto familiar, pues creció en un matriarcado en donde le fue imposible escapar a la pregunta por los intríngulis que se adentraban en la mente de las mujeres que la rodeaban.

Estudió literatura en la Universidad Javeriana y su tesis: La bruja, verbalización de los poderes de la tierra, fue el inicio de su interés por las representaciones del mal en el arte y la literatura.

Tras un acercamiento exhaustivo a libros bíblicos, históricos y después de encontrar en las leyendas la mejor fuente para adentrarse en la vida de mujeres controvertidas, decidió embarcase en la escritura de antología de féminas perversas.

 “No sólo hay fuentes históricas, también hay mucha recurrencia al arte y a los novelistas, la mayoría del siglo XIX, quienes se vieron seducidos por reproducir esa femme fatale, y volver a revivir muchos nombres femeninos olvidados por los miedos masculinos”, explica la autora.

Por Angélica Gallón Salazar

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