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“Señor Presidente: ¿cómo se siente?”

Entrevista con el cirujano Ciro Montañez, quien ha atendido en Estados Unidos problemas de salud de Álvaro Uribe, Virgilio Barco, Julio César Turbay Ayala y Carlos Lemos Simmonds, entre otros. Responde si es cierto que el Presidente tiene surmenage”, como piensan algunos.

El Espectador
26 de octubre de 2008 - 03:00 a. m.

El nombre de Ciro Montañez es desconocido para la mayoría de los colombianos corrientes. No así para los embajadores del país en Washington y para sus funcionarios o amigos. Se entiende por qué: tener a la mano un médico de la misma nacionalidad y lengua, que además haya sido autorizado oficialmente para ejercer la profesión en hospitales y centros médicos de Estados Unidos, es un verdadero lujo cuando uno se acaba de instalar en lugar extranjero. O aun dominando idioma y ambiente, cuando se quiere consultar de urgencia a alguien por un problema de salud que se presente a las tres o cuatro de la mañana.

Esa ha sido la clave del éxito del cirujano Montañez, al menos en sus relaciones con sus coterráneos, porque en Norteamérica, adonde se fue a vivir hace cuarenta años asustado por el pobre futuro que le esperaba aquí no obstante que sus profesores de la Universidad Javeriana fueron Alfonso Bonilla Naar, José Félix Patiño y Antonio Ordóñez Plaja, logró salir adelante atendiendo a la población negra del estado de Missisipi durante mucho tiempo, mientras educaba a sus tres hijos. Ahora vive en las afueras de Washington en una confortable residencia —algunos la llaman ‘mansión’— que ha recibido visitantes ilustres de Bogotá con más frecuencia de lo que cualquiera se imaginaría.

Han sido sus huéspedes o pacientes temporales “en el exterior”, como lo recalca a cada rato para evitar herir susceptibilidades, diplomáticos, funcionarios de gobierno y políticos que han pasado por la capital norteamericana. Y los de la cúpula: seis ex presidentes de la República y el actual mandatario, Álvaro Uribe, a quien conoció hace un tiempo, precisamente en la sede de la embajada.

Ahora, ya casi retirado del ejercicio profesional, viene a Colombia con más frecuencia, sobre todo después de que el jefe de Estado lo nombró presidente ad honorem del Plan Ambiental para la Recuperación del Río Chicamocha. De esa manera, Uribe le agradecía a este ‘gomoso’ del equilibrio ecológico de su región una efectiva receta que le dio en Estados Unidos para soportar un problema de rinitis.

En el más reciente viaje del doctor Montañez a Bogotá, se filtró que éste, preocupado por algunos síntomas que habría notado en el mandatario, usó el término francés surmenage, refiriéndose a varias particularidades del comportamiento presidencial. En la entrevista con El Espectador, por ése y otros temas relacionados con sus consejos médicos a sus pacientes, niega que le haya “diagnosticado” males al jefe de Estado. Aclara que sólo contestó una pregunta que le hicieron al respecto amigos mutuos. Sus respuestas cautelosas revelan, de todas formas, episodios interesantes sobre la salud de los gobernantes que han pasado por sus manos.

Cecilia Orozco Tascón.- ¿Cómo hizo para mantenerse en contacto con los ex presidentes colombianos que pasaban por Washington, si usted vive fuera hace cuarenta años?

Médico Ciro Montañez.- Por una casualidad. Acababa de llegar a la embajada el ex presidente Julio César Turbay, en 1987, y necesitó un médico porque se enfermó uno de sus nietos. Alguien me recomendó y yo fui en cuanto me llamó. Nos entendimos tan bien que con los años nuestra amistad llegó a ser muy estrecha. Él habló de mí con otros colombianos y así pude, sucesivamente, conocer a ex presidentes, embajadores y otros funcionarios. Me siento muy complacido de haber podido servirles a todos sin ningún interés económico, porque nunca les he cobrado.

C.O.T.- ¿Ha sido el médico en Washington de cuáles ex jefes de Estado?

C.M.- Como ya le dije, el primero fue el doctor Turbay Ayala. También atendí al presidente Alberto Lleras Camargo porque estando allá de visita, se enfermó. Los norteamericanos lo internaron en el Hospital Militar Walter Reed (Army Medical Center) porque le tenían mucho respeto. Y sin ser usual en el sistema de salud ese país, me permitieron atenderlo cuando él lo solicitó por recomendación del embajador. Después me convertí en el médico y amigo de Víctor Mosquera Cháux. Luego vi a Carlos Lemos Simmonds cuando fue a desempeñarse como representante del país ante la OEA y con él también entablamos una gran amistad. Más adelante le formulé algunos medicamentos al doctor Virgilio Barco y en época más reciente tuve la oportunidad de conocer al presidente Uribe.

C.O.T.- ¿Lo conoció socialmente o como médico?

C.M.- Una vez lo atendí en Washington y otras cuantas aquí. En un encuentro en la Laguna de Tota, al que asistí, el Presidente me hizo un gran homenaje. Dijo en público: “Ciro, ¿qué debo hacer con esta rinitis? ¿Por qué no me repite el medicamento que me dio en Washington?”. Fue un gesto que le agradecí muchísimo, porque un jefe de Estado siempre tiene sus médicos de cabecera y él quiso hacerme ese honor que yo recibí con mucha discreción.

C.O.T.- ¿Ahora habla con Uribe de medicamentos o del río Chicamocha?

C.M.- Estoy en contacto con él para informarle sobre el trabajo que estamos haciendo en Boyacá. En otras ocasiones, por iniciativa mía, le doy consejos de salud.


C.O.T.- Precisamente se publicó la semana pasada que usted le había diagnosticado surmenage ¿Es cierto?

C.M.- En realidad no fue un diagnóstico sino un comentario que le hice durante una visita.

C.O.T.- ¿Lo notó con síntomas de agotamiento?

C.M.- El Presidente trabaja muy duro; se levanta entre las tres y las cuatro de la mañana y seguramente se retira hacia las once de la noche. En su mente debe de mantener toda la carga de problemas de este país. Teniendo eso en cuenta, me atreví a decirle que temía que se deteriorara su salud.

C.O.T.- ¿Por qué le dijo eso?

C.M.- Porque lo noté delgado y me pareció que había encanecido. Aclaro que también lo encontré con la misma actividad e inteligencia de siempre. Justamente esto último me animó a darle un consejo y como alguien me había preguntado en esos días qué quería decir la expresión surmenage, se me ocurrió usar ese término.

C.O.T.- ¿Qué pasa cuando uno sufre surmenage?

C.M.- Hay agotamiento y fatiga mental. Para ponerle un ejemplo, si usted padece de surmenage puede cambiar de carácter y tener actuaciones inesperadas y más bruscas que las normales; puede incluso tener cambios en el tono de voz. No estoy sugiriendo que el Presidente esté agotado. Cuando hablé de eso lo hice sólo opinando en general por un interrogante que me hicieron.

C.O.T.- ¿Cree que por el temperamento tan intenso del Primer Mandatario, él podría llegar a un estado de fatiga preocupante?

C.M.- Todos los que estamos ocupados, sobre todo en el campo intelectual, y le agregamos más trabajo todos los días, nos exponemos a sufrir de fatiga.

C.O.T.- Algunas personas que se precian de conocer al Presidente de cerca han expresado su preocupación por ciertas reacciones que ha tenido. ¿No lo estará empezando a dominar el estrés?

C.M.- Algunos amigos en Washington me hicieron comentarios de ese tipo; me pidieron que le solicitara al Presidente que tomara las cosas con mayor calma y que delegara más. Pero a mí no me parece que yo deba entrar en esos temas, porque son propios de su cargo y debe respetársele su fuero.

C.O.T.- Es evidente que algo le preocupa respecto a la salud del Presidente.

C.M.- Pues sí. Se podría decir que me preocupé por razones de amistad. Por eso le dije: “Señor Presidente, ¿cómo se siente, cómo está?”. Me contestó que estaba muy bien, salvo la rinitis que lo molesta con frecuencia. Entonces le aconsejé que se tomara unas vacaciones, pero es lo mismo que hubiera podido decirle a cualquier otra persona. De ninguna manera quiero sugerir que el doctor Uribe está enfermo.


C.O.T.- El doctor Uribe se enferma como cualquier otro ser. Se ha sabido, por ejemplo, de su laberintitis y del vértigo que padece ¿La laberintitis puede estar relacionada con el surmenage?

C.M.- A mi juicio, no. La laberintitis es una enfermedad que puede ser de etiologías diferentes y no está relacionada con la fatiga mental.

Asunto de interés público

C.O.T.- Para que usted se sienta con mayor libertad de contestarme le voy a hablar en términos hipotéticos: ¿Qué pasa si un dirigente político que sufre de acumulación de estrés tiene que resolver un momento crítico? ¿Podría haber confusión mental, alteraciones de memoria o falta de concentración, por ejemplo?

C.M.- La invito a que lea un libro que se llama Los entuertos de la Casa Blanca, en el que se relata la historia de 12 presidentes de Estados Unidos y sus problemas de salud. Allí también se habla del poder que han tenido los médicos de la Casa Blanca. La Enmienda 25 de la Constitución norteamericana se refiere precisamente al tema de la salud de los jefes de Estado. Son los médicos del Presidente quienes están llamados a advertir si un mandatario no puede desempeñar su oficio porque tiene alguna enfermedad que lo incapacite.

C.O.T.- ¿Ha conversado del tema de la publicación de asuntos de salud de los mandatarios con alguno de los presidentes que ha atendido?

C.M.- Una vez le dije al presidente Turbay que me preocupaba que Colombia no tuviera una norma que obligara a los mandatarios a tener a su lado un grupo de profesores de medicina que lo aconsejaran; y que todos los candidatos que aspiraran a la Presidencia deberían ser examinados.

C.O.T.- Entonces usted comparte la idea de que la salud del Primer Magistrado no es un asunto de intimidad, como se ha creído aquí.

C.M.- Creo que es un asunto público, no privado.

C.O.T.- Si un medio de comunicación en Colombia habla de una enfermedad presidencial, se le censura por presunta intromisión en temas vedados. En su opinión, ¿los periodistas tienen derecho a indagar por la salud del Presidente?

C.M.- Tienen todo el derecho, porque él es la persona de la que depende la nación, incluso en los asuntos de defensa. Ustedes no sólo tienen el derecho, sino la responsabilidad de hablar de la salud presidencial, basándose por supuesto en opiniones médicas autorizadas.

Historias médicas

C.O.T.- Aquí tuvimos un caso del que todavía se habla poco: el del presidente Virgilio Barco. La prensa no habló nunca en su época del rumor de que padecía de Alzheimer. ¿Ese silencio de los periodistas fue incorrecto?

C.M.- Sí, fue incorrecto. Cuando atendí al embajador Barco en Washington lo hice por otros motivos, y no estoy capacitado para dar opiniones sobre enfermedades neurológicas, pues soy cirujano. Pero sí tengo una anécdota al respecto: el día en que se despedía de nosotros porque regresaba a Bogotá, él llevaba un discurso escrito y cuando iba como en la tercera página, se le trastocó la que seguía, y como no la encontró la correcta suspendió el discurso, nos deseó un buen rato, nos pidió que termináramos de tomarnos el vinito y se fue.

C.O.T.- ¿Le pareció extraña esa conducta?


C.M.- En un estadista, francamente sí. Por eso insisto en que el estado de salud del Presidente debe ser examinado abiertamente. Los ciudadanos eligen a alguien que pueda conducir bien al país y, desde luego, no puede ser un incapacitado. Durante las campañas políticas se deberían conocer las historias clínicas de los candidatos, pero es un tema supremamente delicado mientras no haya reglamentación al respecto.

C.O.T.- A propósito de la salud de los mandatarios, ¿cómo encontró usted al presidente Turbay cuando llegó a Washington? Se lo pregunto porque con frecuencia, en el ejercicio del cargo, se le veía somnoliento y desconcentrado.

C.M.- Usted lo describe bien. Se trataba de una mala indicación médica de alguien de Colombia. Recuerdo muy bien que le estaban dando unas tabletas que se llamaban Aldomet, para la tensión arterial, y que al mismo tiempo le suministraban un medicamento para la tiroides. El problema era que para entonces él no tenía ningún problema de tiroides y la tensión era más o menos normal. Lo llevé a donde el médico más importante que existía en ese momento y me preguntó por qué yo permitía que se tomara esa combinación de drogas, pues lo adormecían. En cuanto las suspendió, jamás le volvió a pasar eso. Algo similar le sucedió al doctor Mosquera Cháux, quien se dormía en todas partes porque le habían formulado unas pastas que lo ‘tumbaban’.

C.O.T.- El doctor Carlos Lemos murió relativamente joven. ¿De qué se derivaban sus problemas de salud?

C.M.- Carlos Lemos fumaba mucho. Cuando llegó a la OEA en Washington, dejó el cigarrillo pero comenzó a tener fiebre, tos y molestia en el pecho. Cuando lo trasladé al hospital, le encontramos un absceso pulmonar importante. Se le operó y reaccionó bien. Pero con el tiempo desarrolló una enfermedad derivada de la anterior, que finalmente lo llevó a la muerte. Fue una desgracia.

C.O.T.- ¿Es cierto que también es el médico del presidente del BID, Luis Alberto Moreno?

C.M.- Sí. Lo conocí cuando llegó a la embajada y desde ese momento seguí acompañándolo. Lo veo con frecuencia, pero no porque me necesite sino porque me interesa que esté bien.

C.O.T.- ¿Sigue siendo el médico de los embajadores?

C.M.- No, ya no.

C.O.T.- ¿Por qué?

C.M.- Desde cuando llegó la doctora Carolina Barco, la noté distante conmigo y como no ando buscando honores, no volví.

C.O.T.- ¿Quiere decir que ella lo excluyó?

C.M.- Totalmente.

Por El Espectador

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