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Por una moda limpia

En el foro Ixelmoda de Cartagena, las expertas Laura Novik y Sass Brown hablaron de las nuevas éticas del consumidor que exige productos responsables con el ambiente y la sociedad.

Angélica Gallón Salazar / Cartagena
12 de diciembre de 2009 - 02:59 a. m.

Cuando las mujeres van a los grandes almacenes de cadena y encuentran camisetas por algo menos de $6 mil, ¿deberían maravillarse y comprarlas, o por el contrario deberían surgirles inquietudes? Hace algunos años nadie se cuestionaba por la procedencia de la ropa, si en su proceso de manufactura había empleados explotados, y mucho menos si el algodón no era orgánico o las tinturas de esa camiseta contaminaban un río. Sin embargo, el consumidor parece estar cambiando. “No tardaremos en ver que la ropa, así como los alimentos, vengan con una etiqueta que diga 0% de pesticidas, 0% de resinas y colorantes tóxicos, 0% de mano esclava”, asegura Laura Novik, investigadora y consultora en temas de sostenibilidad y sustentabilidad invitada al foro Ixelmoda en Cartagena.

Aunque estas medidas aún suenan nuevas y descabelladas, la argentina Laura Novik ha encontrado en sus estudios que serán pautas muy importantes en el comportamiento del consumidor. Y aunque las grandes casas de moda parecen estar ausentes de lo que está pasando con el planeta y de los planteamientos alarmantes que se hacen desde las escuelas de economía sobre el crack del actual sistema, hay en el mundo pequeñas marcas, minúsculos ejercicios de diseño que empiezan a promover una moda más justa.

“Cuando hablamos de sustentabilidad estamos pensando que en el proceso para desarrollar ciertos productos y servicios se contemple una determinada cantidad de factores económicos, sociales, culturales y, por supuesto, ambientales”, explica por su parte Sass Brown, directora del Fashion Institute of Technology (FIT) en Florencia y autora de un libro sobre la producción eco en moda que sentencia: “La nueva lógica de calidad es la sustentabilidad”.

Las opciones y las vías para lograr una moda más justa son múltiples, pasan desde trabajar con comunidades artesanales y rescatar saberes tradicionales, emplear a poblaciones vulnerables, reciclar materiales y a partir de trapos viejos hacer nuevas fibras, hasta promover de manera más radical una desaceleración en el consumo y alentar una moda más lenta (slow fashion).

Así, mientras Sass Brown resalta ejercicios como la creación de vestidos de fiesta a partir de un pastiche de telas recolectadas de viejas camisetas cuyo único destino era la basura, Laura Novik trae a colación diseñadores como Marcelo Senra o Paulo Labarca, quienes han sabido usar tejidos tradicionales de las comunidades indígenas en vestidos de alta moda o que indiferentemente han encontrado en las tapas de las latas de gaseosa o en las cucharas de plástico con las que se come el helado materiales adecuados para diseñar bolsos y collares.

Pero la moda, que es uno de los grandes proveedores de discursos de estos tiempos, no sólo está abocada a hablar desde sus materiales y procesos de producción, Laura Novik resalta también toda esa dimensión simbólica, si se quiere política, que ha llevado a diseñadores a crear productos diferentes y que con sus buenas prácticas y su creatividad conquistan famosas boutiques en capitales como Nueva York, París y Tokio a la vez que mandan otros mensajes. Está por ejemplo Rodrigo Alonso, quien con los desechos de plástico y con una manera de calentarlo ecológicamente ha desarrollado una pasta resistentes para crear sillas para el espacio público chileno; está también el colombiano Gabriel Sierra (asistente ya infaltable a la bienal de arte de São Paulo), que hace materas divertidas con botellas y engranajes de tubos y que con la recolección de viejos materiales se ha inventado cosas como una silla para arrullar gatos.

“El mundo cambió, y eso que hoy nos cuestiona será mañana nuestra nueva ética, y la moda quizá más que cualquier actividad, por estar cerca de la tradición costurera y de las mujeres, ha encontrado vías muy efectivas y prácticas para una solidaridad social y cultural que tenga repercusiones en el medio ambiente”, concluye Novik.

Por Angélica Gallón Salazar / Cartagena

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