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El pregonero del Grupo Sainville

Religioso presenta una propuesta 'revolucionaria' para buscar la salida al conflicto armado que vive el país.

Pastor Virviescas
25 de mayo de 2010 - 10:29 p. m.

Hace 70 años nació en un pueblito olvidado de Santander, llamado San Andrés, el obispo de Sincelejo (Sucre), Nel Beltrán Santamaría, un hombre de mediana estatura y cabello blanco, a quienes algunos tildan de izquierdista o guerrillero, mientras otros le reconocen su sacrificio por construir la paz en Colombia.

“Mi padre no era liberal, sino ‘cachiporro’”, recuerda este prelado, que conoce como la palma de su mano Barrancabermeja y el Magdalena Medio, y quien en 1994 fue blanco de una ‘chiva’ periodística, que lo ‘descubrió’ en una cumbre secreta con la guerrilla en La Habana (Cuba), cuando en realidad se hallaba de vacaciones en el reino mágico de Orlando (Estados Unidos) y de crucero por Las Bahamas.

Acostumbrado a arar en territorios convulsionados, como San Vicente de Chucurí, los Montes de María o La Mojana, Beltrán Santamaría ahora va por el país lanzando  otra propuesta ‘revolucionaria’ con la cartilla “Acuerdos Fundamentales para la Reconciliación Social y Política de Colombia”. Es la iniciativa del Grupo Sainville, que le debe su nombre a un hogar de monjas en Cartagena, donde se reunió un variopinto laboratorio de dirigentes políticos, económicos, sociales, editorialistas, académicos y hasta ex guerrilleros, con el propósito de buscar un consenso, sin necesidad de ponerse los guantes de boxeo.

El Espectador entrevistó a este obispo, que no duerme tranquilo pensando que se le agota su estancia en el mundo sin haber disfrutado un solo día de paz en este país, en el que en 2009 se reportaron 17.717 homicidios (2.467 más que en 2008).

Sobre la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, CNRR, de la que usted es integrante, han llovido muchas críticas. ¿Han cumplido con la tarea?

No, hay diferencias de enfoques y sobre todo al principio nos tomamos un tiempo, pero hoy estamos mucho más acordes en temas importantes como las tierras, la reparación, la Ley de Víctimas, en la que hemos influido, y la reparación administrativa, que fue idea de nosotros. Pero pienso que cosas como la verdad, que no dependen de nosotros, pero que de alguna manera debiéramos tutelar, están muy lejos.  En cuanto a la reparación, si miramos las estadísticas, lo mejor es la ley que da una estabilidad, pero debe ser mejorada. Entonces no es que no se haya cumplido, sino que es  un proceso que está llegando a la madurez y que nosotros los de la Comisión debemos entender: nos quedan tres años y en ese tiempo hay que madurar y consolidar esto, para dejar estructuras institucionales que le den continuidad, y no simplemente nos recuerden por los proyectos pilotos que hicimos en los ocho años.

Después de 40 años en el tema, ¿por qué insiste tanto en la paz de Colombia, si hay quienes ya ‘tiraron la toalla’ o piensan que lo mejor es bala y más bala?

Yo cumplo setenta años ahora el 24 de diciembre, y no he conocido la paz. No la conocí en el medio donde nací, no la conocí en Barrancabermeja, a donde fuimos a refugiarnos; tampoco después, cuando ya no era un niño refugiado, sino un servidor del territorio, tampoco la conocí en los tiempos duros del Magdalena Medio. He pasado por muchos procesos en los que uno dice “firmamos la paz” y al otro día nacía la guerra. Es una fatalidad, porque la guerra tiene causas que nosotros no abordamos y creemos que el problema es la guerra, cuando ésta es un fruto que se convierte en problema, pero que si se lograra quitarle las causas, desaparecería. Hay que pensar en una reconciliación, como dice Naciones Unidas, más holística, no sólo bélica. A guerra muerta, guerra nacida, y eso es lo que explica por qué no se puede bajar la guardia en el trabajo por la paz, concebido de una manera muy amplia. Por supuesto que el concepto de paz de un cura o de un humanista es distinto del concepto de los disparos.

¿Para quiénes ha resultado incómodo Nel Beltrán?

Para muchísimos que son amigos de la guerra y que quizás no serían amigos si un día no se hubieran equivocado tan gravemente y pudieran entrar en la corriente social como reinsertados social, moral, éticamente. Porque si fuéramos a reinsertar, no hemos reinsertado sino a los soldaditos de plomo, y todo lo demás está por reinsertar.

Varias personas me advirtieron que cómo se me ocurría hablar con un cura marxista y revoltoso. ¿Qué les responde a ese tipo de críticos?

Mientras se trabaje por la paz, nos pueden decir izquierdistas y lo que sea, pero que entiendan que el país necesita recuperar una normalidad como la de otros países, para poder demostrar de lo que es capaz y para poder alcanzar el desarrollo.  Uno se pregunta por la atención que le puede dar un Estado en paz a la educación, al campo, a la juventud, y tiene que ser distinta de la que le puede dar un Estado en guerra, en la que se invierte y se sufre mucho, en la que se tienen que crear estructuras de justicia para perdonar y para absolver, y donde hay una concentración muy grande en el conflicto. Ese conflicto debe desaparecer, y trabajar por la paz no tiene ni izquierdas ni derechas.

¿En qué quedaron las denuncias de horrores cometidos en Barrancabermeja, San Vicente, El Carmen, Cimitarra, etc., que ustedes formularon en su época? ¿Fueron castigados los responsables?

Un problema muy grave en Colombia, lo mismo antier, ayer que hoy, es el de la capacidad del Estado para administrar justicia pronta y cumplida. También la capacidad de la Fiscalía General o los recursos para la reparación. Por eso es que si no se tocan las raíces, el fenómeno persiste, y como nunca hay suficiente infraestructura ni dinero, nunca se remedia, ni siquiera el pasado. Una de las cosas que salva a este país es que mucha gente olvidó su pasado y trabaja con optimismo y con ganas, sin preguntar en dónde está aquel que hace veinte o treinta años me hizo daño, y siguen para adelante. En Colombia, si hiciéramos lo que definimos en la CNRR, que eran las víctimas de la violencia a partir de 1964, el Estado no tendría con qué pagar, porque son muchísimas las víctimas, unas directas, muchas indirectas.

Por Pastor Virviescas

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