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El nido de los ballenatos

Termina otra temporada más de avistamiento de ballenas en Bahía Málaga, la primera que tiene lugar en su nueva condición de reserva natural. ¿En qué estado se encuentra y qué expectativas tienen sus habitantes?

Laura Juliana Muñoz / Especial para El Espectador
20 de noviembre de 2010 - 09:00 p. m.

Buenaventura no tiene playa a pesar de la caricia del mar Pacífico. A menos de que pueda considerarse playa ese terreno gris que alberga astillas de madera, botellas de plástico y vidrio, latas oxidadas y otros tantos retazos de contaminación. No obstante, a sólo 20 kilómetros, esta es la antesala de Bahía Málaga, cuna de ballenas y edén colombiano.

Por Buenaventura, el puerto más importante de Colombia, entra y sale el 60% del comercio exterior. También es un foco turístico por el que se movilizan unos 13 mil turistas en una semana de temporada alta. Casi todos tienen la misma idea en mente: observar el paso de la yubartas, o ballenas jorobadas, por aguas tropicales para aparearse y parir a sus crías.

Hace cuatro meses, en una de sus últimas decisiones como ministro de Ambiente, Carlos Costa declaró Parque Nacional Natural a Uramba-Bahía Málaga. Sin embargo, mientras varios empresarios del Valle del Cauca ven truncada su fantasía de construir un nuevo puerto comercial en esta zona, hoy los lugareños manifiestan no sentir ningún cambio. Aun así, las instituciones que trabajaron durante seis años en la Resolución 1501 de agosto de 2010 insisten en la trascendencia social y ambiental de la medida.

Llegada al nido

La fila de turistas se extiende, infinita, por el muelle. La mayoría vienen de Cali. No hay sombra que valga para aguantar el sol y una temperatura de 30 grados; es parte del precio para llegar a Bahía Málaga. “Es increíble que con tanta gente y negocio esto sea tan desorganizado. Se sube primero al bote el más ‘vivo’, no el que primero llegó”, se queja un español que está de paseo por el Pacífico. En vacaciones, las lanchas hacen desde Buenaventura unos 65 viajes al día.

Treinta fulanos logran, por fin, conseguir espacio en Érica del Mar, que los llevará a Juanchaco, corregimiento de Bahía Málaga. La Plata Bahía Málaga, Ladrilleros, La Barra y Puerto España, así como Miramar, son las otras regiones que componen al recién constituido Parque Nacional.

La bienvenida a Juanchaco está a cargo de un puñado de niños de raza negra entre los 7 y los 12 años. Quieren ayudar con la maleta, darle la mano a la señora, vender las conchas que se encontraron en la arena, ganar algún billete. Un solo ‘no’ y se van. Vuelven a sus juegos mientras esperan otra camada de viajeros.

Al lado del muelle saluda un grupo de indígenas embera-wounaan al frente de su puesto de artesanías. Cerca, una matrona vende sabores típicos de la región: empanadas de piangua (un molusco de sabor exquisito, similar al mejillón), chontaduros, jugo de borojó, cocadas y ‘arrechón’, un revoltijo de huevo de codorniz, leche, licor de caña, borojó y otro montón de ingredientes. “Le aseguro que se acuestan dos y amanecen tres”, dice misteriosa y pícara.

En el desembarcadero también está Willington Gamboa, un guía o, mejor, quien hace que las cosas pasen: encontrar una ballena a cualquier hora, navegar entre manglares, conseguir una habitación a $10 mil o lo que sea. Hay decenas de ‘willingtons’ aguardando. Todos afrodescendientes, todos pescadores, todos sonrientes. Ninguno tiene un contrato de trabajo ni un seguro en caso de accidente laboral.

La matriz económica de Bahía Málaga es el turismo, pero esa también es su condena: “El resto del año no hay manera de ganar dinero aquí”, se quejan. Por eso les toca ir a la ciudad más cercana y “ahí sale cualquier cosita mientras tanto”. Semana Santa y el “reinado ballenato”, que empieza en julio y termina en noviembre, son las vacas gordas. Aun así, “la plata no se invierte aquí, pues los paquetes turísticos los compran en Cali o en Buenaventura y ellos se quedan con las ganancias. Falta una alianza”, se queja Willington, de 36 años y con 20 en el negocio.

El crecimiento económico. De ese argumento se valieron los comerciantes del Valle a favor de un puerto marítimo en Bahía Málaga. En octubre del año pasado Julián Domínguez, entonces presidente de la Cámara de Comercio de Cali, le solicitó a Costa congelar la decisión de convertir este remanso en Parque Nacional, pues consideraba que sus aguas profundas eran ideales para recibir buques de gran calado, que se podían potenciar la demanda y el consumo, que con la obra se generaría empleo en el Valle y que el proyecto era compatible con la protección ambiental.

Con o sin puerto, las cinco comunidades que conforman este territorio coinciden en que les hace falta un empujón económico. Son pobres sin amarguras, pero pobres al fin y al cabo. Para ellos el alma del problema es la falta de legalización de tierras, al igual que en muchos pueblos negros de Antioquia y Chocó.

Otras de sus preocupaciones saltan a la vista: no hay internet, bibliotecas ni tratamiento adecuado de la basura. Incluso, aseguran con optimismo los turistas, el panorama sigue siendo el de un paraíso salvaje que vale la pena descubrir. Por ello, explica Julia Miranda, directora de Parques Nacionales Naturales, la resolución del Ministerio trasciende lo ambiental y penetra lo social: “Tenemos el compromiso con las comunidades locales de desarrollar proyectos ecoturísticos para su crecimiento económico, social y cultural. Los capacitaremos en la materia”.

La vida en verde

Willington lleva a los excursionistas en un jeep Willys hasta Ladrilleros, a sólo 10 minutos de Juanchaco, para buscar alojamiento. Los únicos autos que ruedan son los de turismo, ya que por tierra cualquier otro lugar del Valle está muy lejos. “Llegamos”, anuncia el guía. Se escucha la misa de mediodía por un megáfono instalado en un poste alto. A un costado de las calles angostas se riegan varios establecimientos improvisados para comercializar baratijas y manjares.

Con la playa, el ‘arrechón’ y las discotecas del bullicio, el pueblo tiene su magia, pero en la biodiversidad que lo circunda está su legítima riqueza. Las cifras oficiales dan cuenta de 1.396 especies de fauna y flora. Y están, sobre todo, las ballenas. De hecho, Bahía Málaga tiene la tasa de reproducción de ballenas yubarta más alta del planeta. Esta especie es una de las más amenazadas, pues durante su recorrido de ocho mil kilómetros desde la Antártida hacia el trópico se enfrentan a barcos pesqueros japoneses, hélices de naves que las mutilan en choques accidentales y la contaminación que tiene en jaque al océano.

Algunas de estas ‘verdes’ razones fueron recopiladas en un documento científico que el Ministerio de Ambiente y otras entidades le presentaron a la Academia Nacional de Ciencias Exactas y Físicas, la cual envió un mensaje de urgencia para la protección de esta bahía con el fin de evitar su deterioro. Y así lo acató el ex ministro Costa, previa consulta con las comunidades. Esto significa que ahora, en calidad de reserva forestal, Bahía Málaga debería comenzar un proceso de recuperación para evitar la extracción indiscriminada de recursos naturales, el vertimiento de desperdicios en fuentes de agua y el uso indebido de los suelos.

No obstante, el ex ministro de Ambiente Juan Mayr, en un artículo de UN Periódico, llama la atención sobre el hecho de que la decisión de Costa deja “por fuera del polígono original una franja de 160 hectáreas. De esta manera, no sólo desconoce los acuerdos con las comunidades nativas y el concepto que hiciera la Academia de Ciencias sobre los límites originales, sino que deja abierto un espacio para futuras presiones y amenazas sobre este santuario de la naturaleza”.

Es de noche. Los muchos ‘willingtons’ se despiden. Llueve. Aquí se registran aguaceros 300 días al año. Los que vieron a las ballenas a menos de cinco metros desde una lancha alquilada aún contienen el aliento. Duerme Bahía Málaga, raras veces violenta, con sus negros hospitalarios, abiertos al turismo y pobres, pero sin desdicha.

Por Laura Juliana Muñoz / Especial para El Espectador

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