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Industria: entre luces y sombras

A pesar de las medidas que impulsaron la productividad, el empleo sigue siendo un lunar.

Saúl Pineda Hoyos*
05 de agosto de 2010 - 12:37 a. m.

Durante los primeros cinco años del gobierno actual, la industria mostró un ritmo acelerado que tuvo su mejor momento en 2007 con un crecimiento del 9,5%. Las exportaciones industriales contribuyeron a este desempeño positivo, triplicando las ventas entre 2002 y 2008, en gran medida como resultado de la expansión continua del mercado venezolano.

Entre las actividades industriales, aquellas que más contribuyeron al dinamismo del sector fueron: la fabricación de sustancias químicas, la industria automotriz, las manufacturas metálicas y la maquinaria y equipo, situadas en el rango de media y alta tecnología, con un aporte visible a la modernización de la industria pero escasa generación de empleo. De hecho, entre el trimestre marzo-mayo de 2002 y el mismo período de 2007 se registró un crecimiento promedio anual del personal industrial apenas del 1,6%.

En 2008 la producción registró una leve caída de 1,8%, por problemas asociados a las altas tasas de interés y las dificultades de demanda interna que se empezaron a presentar después de cinco años de crecimiento sostenido. Durante 2009 el panorama fue aún más desalentador, con una caída de 6,3%, como resultado de la recesión global y de los desencuentros diplomáticos con Venezuela, que llevaron al cierre de ese mercado durante el segundo semestre.

A ello se sumó la tendencia revaluacionista desde mediados de 2006, la cual profundizó aún más el revés que sufrieron las exportaciones industriales, las cuales pasaron de US$13.500 millones en 2007 a US$12.506 millones en 2009.

El desempeño más reciente se caracteriza por una franca recuperación de la industria, con un crecimiento del 4,7% en el período enero-abril de 2010 respecto al mismo período del año anterior y buenas expectativas para los meses siguientes gracias a un entorno de bajas tasas de interés y control de la inflación, que resulta propicio para la inversión y el consumo doméstico. No obstante, el empleo industrial sigue siendo el gran sacrificado, con una caída cercana al 3% en el mismo período.

En este balance, que arroja luces y sombras, resulta evidente el impacto positivo generado por el mejoramiento del clima de inversión en el país, en especial por los avances en materia de seguridad. Desde una perspectiva de política pública de largo plazo, cabe destacar, además, dos grandes aciertos del Gobierno nacional.

En primer lugar, el Programa de Transformación Productiva, liderado por el Ministerio de Industria y Comercio, para la consolidación de sectores de clase mundial. Y segundo, la creación del Sistema Nacional de Competitividad, que le ha permitido al país construir espacios de encuentro entre los sectores público y privado para priorizar acciones que redunden en el mejoramiento competitivo de nuestras regiones y de sus industrias.

Algunas medidas implantadas, como la Ley 789 de 2002 —que se constituyó en la práctica en una reforma laboral—, la reducción del impuesto de renta del 35% al 33% y las exenciones tributarias al capital, contribuyeron a mejorar los márgenes de utilidad y las posibilidades de reinversión de los industriales. Sin embargo, los resultados no alcanzaron a mitigar las altas tasas de desempleo registradas en el conjunto de la economía, incluso en momentos de apogeo de la producción industrial.

Pero quizás el más grande lunar del Gobierno saliente en materia de desarrollo industrial ha sido el enorme atraso registrado en la infraestructura vial y logística. La priorización inadecuada de corredores viales, así como la inestabilidad administrativa del Instituto Nacional de Concesiones (Inco) y los continuos pleitos y demoras en las grandes contrataciones, se han constituido en la principal piedra en el zapato para el desarrollo industrial del país.

A ello hay que agregar el enorme déficit fiscal que deja la presente administración —con vigencias futuras comprometidas—, que obligará a una gran disciplina en el gasto y, al mismo tiempo, al ahorro necesario para evitar, a toda costa, que la bonanza minero-energética termine conspirando contra la industria nacional.

*Director del Centro de Pensamiento en Estrategia Competitiva (Cepec), Universidad del Rosario.

Por Saúl Pineda Hoyos*

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