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La botella medio llena

Después de todo, 2009 no ha sido tan malo. Un indulgente espíritu navideño ayuda a ver la botella del año que se agota medio llena. La economía y Obama soportan, de distinta manera, este relativo optimismo.

Francisco G. Basterra*
13 de enero de 2010 - 10:49 p. m.

Ha sido el año en el que el sistema, sentenciado a muerte por muchos, ha sobrevivido y el mundo ha evitado una Gran Depresión. Vemos una luz al final del túnel, y no es otro tren que viene de frente. Surge un nuevo paisaje pero aún no sabemos si nos va a gustar: escaso crecimiento, una demanda privada que no se recupera para caminar sin las muletas públicas y un desempleo insoportable.

Hemos salvado el sistema el financiero, pero los botes del Titanic sólo han rescatado a los de primera clase, abandonando en el agua helada a los ciudadanos que hacen rodar la economía real. El presidente del banco de inversiones Goldman Sachs, preguntado por lo que ha estado haciendo en los últimos meses, ha tenido el descaro de responder: “El trabajo de Dios”. Y un profesor de Princeton, calvo, con barba blanca, experto en la Gran Depresión, acaba de merecer el nombramiento de personaje del año de la revista Time: Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal de EEUU, que no vio la burbuja y permitió el desmadre de Wall Street. Ya en tiempo de descuento, pilotó el plan masivo de estímulo público que nos rescató del precipicio. El pirómano convertido en bombero, héroe del año.

2009 fue también el año en que supimos que Obama no era el Mesías que subimos a los altares el 20 de enero, capaz de resolver con el arma de la palabra los problemas de EEUU y del resto del mundo. Hemos asistido, sobre todo en Europa, al encogimiento de las expectativas desatadas por el primer presidente negro. Este baño de realidad era conveniente. Y nos ha deparado este diciembre dos señales claras de que el presidente estadounidense es un político sometido a los límites y contrapesos del sistema. Obligado a trabajar en un mundo que ya no es únicamente norteamericano. Obama pronunció la frase del año en primavera cuando dijo que “la relación de EE UU con China definirá el siglo XXI”.

La fallida cumbre del clima de Copenhague ha sido el reconocimiento del nuevo equilibrio geopolítico. EEUU, en conciliábulo con China, India, Brasil y Suráfrica, a espaldas de Europa, llega a un acuerdo de mínimos, hace saltar el sistema asambleario de la ONU y declara una victoria pírrica. El mismo realismo aplicado en el primer éxito doméstico de la presidencia Obama: la aprobación por el Senado de la reforma sanitaria. John K. Galbraith decía que “la única función de las predicciones es hacer que la astrología parezca respetable”.

No caeré en la astrología, pero sí apunto seis tendencias que pueden protagonizar el año 2010, en el que la población mundial alcanzará los 7.000 millones. La consolidación de China como poder indispensable integrante de un G-2 mundial con EEUU. La clase media china ya es igual a la población de EEUU, pero el país comienza a hacerse viejo antes de hacerse rico, invirtiéndose la tendencia demográfica. Proseguirá el ascenso de los países emergentes, sobre todo de Brasil. Y también de India, donde la manufactura superó en 2009 a la agricultura en peso económico. El desvanecimiento de Rusia, sostenida por EEUU, con quien cerrará importantes acuerdos de desarme nuclear. Washington ha cantado victoria antes de tiempo en Irak. Atención a Pakistán, con un posible regreso de los militares al poder. Ojo al factor sorpresa en Irán, donde el régimen nacido de la revolución teocrática de Jomeini hace 30 años se cuartea. En Europa, la integración de los musulmanes seguirá siendo un tema central. Y la Unión Europea (UE) deberá decidir si se convierte en un poder indispensable o en un gran museo.

Es sugerente la idea de The Economist que ha bautizado como Debtdecade la década que iniciamos. La década de la deuda que legamos a las generaciones futuras por los déficits públicos incurridos para evitar la Depresión 2.0. A pesar de ello, Feliz Año Nuevo.

*Columnista de El País de España

Por Francisco G. Basterra*

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