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Un no para el Papa

LA IGLESIA CATÓLICA NUNCA POdrá recuperarse mientras se vea a su Santo Pastor como una oveja negra por el escándalo de abuso sexual, cada vez más oscuro.

Maureen Dowd*
03 de abril de 2010 - 11:00 p. m.

Ahora nos enteramos de que el cardenal Joseph Ratzinger, apodado “el Rottweiler de Dios”, cuando era el encargado de la Iglesia de los asuntos de la fe y el pecado, ignoró repetidas advertencias y miró para otro lado en el caso del reverendo Lawrence C. Murphy, un sacerdote de Wisconsin que abusó sexualmente de algo así como 200 muchachos sordos.

La Iglesia ha sido sordomuda ante el escándalo durante tanto tiempo que es escandaloso, pero no sorprendente enterarse por Laurie Goodstein de The New York Times que un grupo de ex alumnos sordos pasó 30 años tratando de conseguir que líderes eclesiásticos les prestaran atención.

“Las víctimas relatan en forma similar cómo el padre Murphy les bajaba los pantalones y los tocaba en su oficina, su automóvil, la casa de campo de su madre, en excursiones escolares y viajes para recaudar fondos, y en las camas del dormitorio por la noche”, escribió Goodstein. “Arthur Budzinski dijo que abusó de él por primera vez cuando fue a confesarse con el padre Murphy cuando tenía como 12 años en 1960”.

Fue sólo cuando se violó la santidad de la confesión, que un arzobispo de Wisconsin (quien después tuvo que renunciar cuando resultó que usó dinero de la Iglesia para sobornar a un amante varón) escribió a Ratzinger en el Vaticano para solicitar que se apartara del sacerdocio a Murphy.

El cardenal no respondió. El arzobispo escribió a otro funcionario vaticano, pero Murphy apeló indulgencia a Ratzinger y la obtuvo, en parte por la ley de prescripción de la Iglesia. ¿Desde cuándo hay ley de prescripción para un pecado?

El Papa está metido demasiado hondo. Ha demostrado ser todo menos infalible. Y ahora dice que no estaba enterado del asunto de un infame sacerdote pedófilo alemán. Un portavoz de la arquidiócesis de Múnich dijo el viernes que Ratzinger, encargado de ella hace tres décadas, no habría leído el memo que le enviaron en cuanto a que se había restituido al padre Peter Hullermann en su trabajo con niños porque al arzobispo le llegan de 700 a 1.000 memos cada año.

Veamos. Eso es dos o tres memos al día. Y Ratzinger era célebre en el Vaticano por estudiar tratados teológicos voluminosos y recónditos.

Porque no le quitó el hábito a Murphy es momento de introducir las faldas.

El papa Benedicto ha persistido en la prohibición eclesiástica contra las sacerdotisas y es inflexible contra que los sacerdotes tengan esposas. Comenzó dos investigaciones a monjas estadounidenses para verificar su “calidad de vida” —la clave para ver si no se han vuelto demasiado independientes—. Como cardenal, escribió un documento vaticano para exhortar a las mujeres a ser compañeras sumisas y no asumir papeles de confrontación hacia los hombres.

Sin embargo, la cultura totalmente paternalista y autócrata del Papa llevó a un sistema estrecho de miras y excluyente que no pudo autovigilarse, que se convirtió en un refugio corrosivo de secretos y vergüenza.

Si la Iglesia pudiera abrir de par en par sus ventanas de vitrales y dejar entrar algo de aire, invitar a mujeres a ser sacerdotisas, a las monjas a ser más emancipadas y a los sacerdotes a casarse, si pudiera desterrar a los sacerdotes delincuentes y terminar la sórdida cultura de hombres que protegen a hombres que atacan a niños, podría sobrevivir. Podría ser un signo alentador de humildad y arrepentimiento, la capitulación de la arrogancia, tanto conmovedor como significativo.

Ratzinger dedicó su carrera vaticana a erradicar cualquier indicio de lo que consideraba perversión. El problema es que estaba obsesionado con hacer cumplir la ortodoxia doctrinal y, de alguna forma, pasó por alto el peligro más grave para los miembros más vulnerables del rebaño.

El “Rottweiler” enloquecido por los pecados estaba tan consumido en las buenas costumbres sexuales —emitió constantes instrucciones sobre castidad, contracepción, aborto—, que no se hizo tiempo para frenar el abuso sexual de los sacerdotes que se suponía debían orar con, no abusar de los pequeños a su cargo.

Los obispos estadounidenses se han vuelto políticamente activos en los últimos años oponiéndose a la ley de atención de la salud porque su lenguaje sobre el aborto no es lo suficientemente vehemente y castigando a los políticos católicos en favor del derecho al aborto y la investigación sobre células troncales. Deberían pasar el mismo tiempo protegiendo a los niños que ya están bajo su cuidado, del que pasan siendo campeones de los derechos de los que todavía no nacen.

Década tras década, la Iglesia ocultó sus delitos sórdidos, permitiendo perpetradores atrapados en lugar de que los atrapara la policía. En el caso del infame sacerdote alemán, un funcionario diocesano insinuó que su problema se podría arreglar transfiriéndolo a enseñar en una escuela de niñas. O pensaron que el sexo femenino no lo tentaría o, peor, a la Iglesia le preocupaba aún menos poner en peligro a las niñitas.

Históricamente, las monjas han limpiado el desorden de los sacerdotes. Y se trata de uno histórico. Benedicto debería regresarse a Baviera. Y los cardenales deberían sacar humo blanco por la chimenea para proclamar: “Habemus mama”.

 

*Columnista del ‘New York Times’, ganadora de un premio Pulitzer en 1999.

Por Maureen Dowd*

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