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El Reino Unido busca el cambio

Henry Mance*
05 de mayo de 2010 - 11:43 p. m.

Al conocer el sistema político del Reino Unido, muchos extranjeros se preguntan si un país tan sobrio fue capaz de diseñar algo tan desordenado. ¿Cómo es posible que la fecha de las elecciones la decida el gobierno? ¿Y que un partido gane una mayoría abrumadora en el Parlamento sin tener ni siquiera 50% del voto? ¿Y que, si ningún partido tiene una mayoría en el Parlamento, la Reina Isabel entre en la política?

La respuesta de los británicos siempre ha sido: "Si no está roto, no lo arregles". Para ellos (nosotros, debo decir), el sistema parlamentario tiene una legitimidad popular no por su lógica, sino por su permanencia. Sin embargo, al acudir a las urnas este jueves, muchos británicos verán su sistema político con casi la misma incomprensión que tienen los extranjeros. Se busca el cambio.

El cambio, primero, en el sistema. Los políticos británicos están en su peor momento. El escándalo de los gastos parlamentarios —en que el Estado pagó gastos que debieron haber sido particulares— dejó un mal sabor que todavía no ha desaparecido. Además, existe un descontento evidente con los dos partidos principales, los laboristas y los conservadores, y una frustración que el sistema electoral no da más oportunidades al tercer partido, los liberales, y a los partidos pequeños.

 Por eso, gane quien gane en las elecciones hablará de cómo "legitimizar" la política, de cómo "limpiar" el Parlamento. Lo más probable es que también haya cambio de gobierno. El partido laborista, al mando del primer ministro, Gordon Brown, ha tenido mala suerte. Estaba en el poder cuando llegaron el escándalo de los gastos y la crisis económica. Sin embargo, también ha merecido esa mala suerte por la guerra en Irak, el pobre esfuerzo ambiental y la capacidad de aumento del gasto social sin producir mejores resultados. Después de 13 años el gobierno se ve sin ideas y sin carisma. Los votantes tienen que mirar hacia David Cameron, el líder conservador, y hasta Nick Clegg, el líder liberal desconocido hace un mes.

La paradoja es que no está claro que los votantes quieran un cambio radical en las políticas. El Reino Unido tiene un déficit fiscal preocupante y una deuda pública que se ha triplicado. Pero cuando los conservadores empezaron a hablar de “una época de austeridad”, las encuestas no eran favorables. Sin embargo, los tres partidos principales han aceptado que hacen falta cortes drásticos en el gasto público. Le corresponderá al próximo primer ministro argumentar que el rumbo actual no es sostenible y así ganar un respaldo retrasado. El optimismo moderado de la campaña será reemplazado por un pesimismo absoluto.

* Periodista. Publica en 'The Guardian' y BBC

Por Henry Mance*

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