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La última oportunidad de Noemí Sanín

La vida de la mujer más votada de Colombia está llena de contrastes.

Laura Ardila Arrieta
12 de mayo de 2010 - 11:24 p. m.

Tuvo que devolverlo en público. La niñita le había recibido de regalo un lápiz a la secretaria de su padre, pero fue obligada por él a devolverlo frente a los empleados de la empresa. Era amarillo y rezaba en letras negras: Servicio Nacional de Aprendizaje SENA. Estuvo amarrado con un caucho a otros lápices de colores que la pequeña coleccionaba hasta el día en que llegó, insospechada, la pregunta del señor: “¿Mijita, de dónde sacaste ese?”. Después, la humillación y un sermón incomprensible sobre los recursos públicos y su carácter sagrado. Y el llanto. Mucho llanto, para que el hombre no despidiera a su empleada.

Marta Noemí del Espíritu Santo Sanín Posada tenía siete años cuando recibió la drástica lección de ética por parte de su padre, el intelectual, educador, escritor y humanista antioqueño Jaime Sanín Echeverri, entonces director del SENA en ese departamento. Era 1956 y así, de manera muy estricta, en el barrio El Poblado de Medellín, en un hogar de 15 hermanos, se criaba la muchacha que luego habría de convertirse en la mujer más votada de la historia de Colombia.

Ese talante recto de su padre, fallecido en 2008, tan conforme a lo que consideraba moral, ha sido precisamente una de las banderas constantes en la vida pública, de casi 30 años, de la candidata por el Partido Conservador a la Presidencia. El ejemplo del maestro, la instrucción de la madre, Noemí Posada Saldarriaga, ama de casa quien le enseñó a leer y a escribir, y la compañía del resto de la familia en almuerzos y comidas siempre compartidos, son el lugar común que ella expresa sin lugar a equívocos cada vez que habla de sus referentes personales.

Noemí Sanín, como la conoce el país, o Mimí, como la llaman sus seres queridos, cumplirá 61 años el próximo 6 de junio. A pesar de haber crecido en Bogotá —su familia se trasladó a la capital cuando ella tenía 13 años— es una paisa genuina que muere por la arepa, trabaja 16 horas al día y no ha perdido el acento. Sus amigos, y también aquellos que no la quieren mucho, coinciden en que es una mujer aplicada, ambiciosa, buena jefa, insobornable, imprudente, terca, incomparable amiga y esmerada enemiga.

De contrastes que la llevan un día cualquiera —sucedió en 1998, durante su primera campaña a la Presidencia— a llamar a una de sus asistentes a las 6 a.m. para que le lleve una pastilla a su casa porque tiene dolor de cabeza, y en una ocasión distinta —también en ese año— a brindar apoyo público a otra empleada suya que quedó embarazada. Una mujer capaz de desenvolverse con seguridad y gracia frente a reyes, primeros ministros y presidentes del mundo, y a quien de vez en cuando se le puede ver nerviosa y algo postiza en sus intervenciones públicas.

“En términos generales, no creo que haya muchas cosas malas que contar de ella. Sus contradictores la acusan de desleal, pero en realidad es la más fiel de todas. Es muy típico verla ayudando a las amigas que se separan, por ejemplo, asumiendo los gastos del hogar”, cuenta uno de sus amigos cercanos.

De la nobleza de Noemí Sanín da cuenta también la antropóloga y cineasta colombiana Gloria Triana, quien un día de 1991 recibió una sorpresiva propuesta por parte de la entonces embajadora en Venezuela. Apenas si se habían visto de lejos. No tenían ningún pariente o amigo en común. No había tráfico de influencias de por medio y, sin embargo, la alta funcionaria llamó a la artista para ofrecerle ser agregada cultural. “¡Imagínese mi sorpresa! Yo que me la pasaba montada en una chalupa por las selvas grabando documentales. Cuando me llamó, no sabía si decirle doctora, embajadora o simplemente Noemí”.

“Es una descubridora de talentos. Ahorita, por ejemplo, anda detrás de Sandra Suárez, la ex ministra de Uribe. Cuando cree que alguien es competente no le importa de qué sector político provenga”, relata un colaborador.

Al tiempo, la abogada de la Universidad Javeriana y especialista en derecho comercial y financiero, es exigente con el equipo del que se rodea. Muy exigente. Algunos de sus empleados narran que devuelve una camisa por una arruga y pide explicaciones cuando siente que no está saliendo lo suficiente en los medios de comunicación. Dicen también que es dulce y no duda en ofrecer excusas cuando cree que ha ofendido. De nuevo, el contraste.

Noemí, pionera de muchas maneras —primera mujer presidenta de una entidad financiera para América Latina, primera mujer canciller en el continente, primera mujer en obtener más de dos millones de votos en una elección popular en el país— le apuesta por tercera vez a la Presidencia de la República. 1998, 2002, 2010 y todavía recuerda el momento exacto en el que decidió que esa sería su empresa. “Me tocó hablar ante la Asamblea Nacional en Quito, Ecuador, y fue una muy buena tarde de toros. Hubo ovación, mucho éxito. Me referí a la integración latinoamericana. A la salida, un muchacho que parecía estudiante me preguntó si yo quería ser presidenta de Colombia. Le dije que claro. Al día siguiente salió en todos los titulares de prensa y empezó el problema”, y se ríe. La sonrisa dulce de una mujer hermosa. Rato después, agrega: “A la tercera va la vencida… Lo que sí le digo es que yo ya cumplí 60 años y esta vez es o es”.

Mimí rockera

Noemí Sanín llega sonriendo y con una hora y media de retraso al lugar de la entrevista. Un libro sobre un escritorio llama su atención: La elegancia del erizo, de la escritora francesa Muriel Barbery. “Ay, desde hace rato me quiero leer este libro. Es que este corre corre me tiene tan analfabeta”. Está bellamente maquillada, lleva vestido y medias moradas, y un gabán gris. Su cabello luce más claro que en el último debate por televisión.

La primera pregunta corre por cuenta de ella: “¿Cuándo sale el perfil?”.

—El próximo jueves.

— ¿Y cuándo salen los otros?

—Parece que el sábado sale el último.

—A mí me sacan el sábado o el domingo. Si no, mejor no me hagan nada.

En seguida llama por celular a alguien que le aclara que la circulación de los periódicos no suele variar entre jueves y sábado. Ofrece excusas y vuelve a ser dulce.


También vuelve a ser niña cuando recuerda el grupo de rock que fundó, junto con cinco o seis amigas, a los 17 años. La Muralla en Silencio, dice, porque muchos preferían que se quedaran calladas. Noemí rasgaba una guitarra y entonaba “bastante regular” canciones de los Beatles. Por aquella época, además, escribía cartas de amor para los enamorados de sus compañeras y poemas, pero esos, afirma entre risas, sería incapaz de mostrarlos.

Nora Sanín, una de sus siete hermanas —Noemí es la tercera— agrega un libreto de telenovela, extraviado por ahí, a la producción artística de la candidata.

Mimí baila muy bien, lee un poema todas las noches, escucha música clásica —“hace menos de un año escuché un réquiem de Verdi con más de 500 voces que me llevó al cielo”— y muere por el vallenato. Es amiga de todos los cantantes de ese género y siempre que puede asiste al Festival de la Leyenda Vallenata, en Valledupar. Cualquier reunión social con ella cambia de color si le ponen Elegía a Jaime Molina o Señora.

Más allá de la parranda, la mujer se refiere a las propuestas sociales y económicas con las que está dando la pelea por la primera magistratura de la Nación. Plantea una sociedad igualitaria porque “desde que nací tengo una actitud frentera con el poder. Me repugnan las oligarquías frívolas que, desde la arrogancia y desde su poder en los medios de comunicación, ningunean, como decía Octavio Paz”.

La desigualdad, asegura, es su enemiga. Y en esa categoría no menciona a nadie más. Sin embargo, algunos de sus allegados afirman que se ganó muchas enemistades cuando abandonó la embajada ante el Reino Unido, en pleno Proceso 8.000, durante el gobierno liberal de Ernesto Samper. “Perdió a su gran amigo Daniel Samper Pizano —hermano del mandatario—, quien al parecer no le perdonó que haya dudado de la honestidad del Presidente”.

Dicen también que las rencillas con Juan Manuel Santos, candidato del Partido de la U, trascienden el plano político y que “manda a freír espárragos a todo aquel que le plantea una alianza con él”. Ella, muy fina, sólo contesta: “Lo conozco muy bien. Incluso le quiero comentar que tuvimos un encuentro en Madrid, donde conversamos francamente sobre experiencias vividas de manera conjunta. Pensé que las cosas iban a ser distintas… Entre él y yo sólo hay dos formas distintas de hacer política y de ver los temas sociales”.

La última frase excluye, por supuesto, los postulados uribistas que dice seguir Noemí. En este punto —la fotógrafa se dispone a disparar su cámara. La candidata la ve de reojo y en seguida acomoda las palmas de sus manos en posición de oración— Sanín, muy seria, niega haber acusado al presidente Álvaro Uribe de ser paramilitar. “Espero mantener su amistad, sobre todo cuando no esté en el Gobierno”.

“En urnas como en el baño...”

Antes de que los Sanín Posada se mudaran a la capital, la tercera de la familia solía pasar algunos fines de semana en casa de María Correa, la empleada doméstica que vivía en el humilde barrio de La Toma en Medellín. Mientras en su vivienda era una más entre 15, donde María Correa —sin baño, sin aceras, sin televisor— Noemí era una reina. La consentida.

En 1962 salió para siempre de la casa de su empleada a asumir labores de segunda mamá de sus hermanos, en el barrio Quinta Camacho de Bogotá. Su madre se había quedado un tiempo más en Antioquia para atender a cuatro hijos recién operados de las amígdalas. Cuando llegó a la nueva residencia encontró el hogar levantado por Noemí.

La convivencia duró menos de lo esperado, pues Noemí Sanín se casó pronto con Diego Durán Cabal, padre de María Jimena, su única hija —quien le ha dado dos nietos: Julia y Joaquín—. Para entonces, la hoy candidata ya había pasado por su primer trabajo en un almacén llamado Dalia.

Su primer cargo público fue el de Ministra de Comunicaciones en 1982, desde donde aprobó la televisión por cable y los canales regionales. La Embajada de Venezuela, nueve años más tarde, significó una victoria internacional: joven, hermosa e inteligente, en el vecino país la bautizaron como “El arma secreta de Colombia”.

Doce meses después saltó de Venezuela al mundo como Canciller y durante su gestión consiguió la presidencia de los No Alineados, la del Grupo de los 77, la del Grupo de Río y la Secretaría General de la OEA, que ocupó César Gaviria.

En 1998, luego de ocupar la Embajada en el Reino Unido, se presentó por primera vez a la Presidencia con una campaña que defendía el derecho a la vida y el “no todo vale”. Su fórmula vicepresidencial entonces fue Antanas Mockus, de quien dicen “vive enamorada y llena de gratitud”. Al año falleció su madre.

Luego de otro intento fallido por ocupar el solio de Bolívar en 2002 y de haber pasado por las embajadas de España y de nuevo el Reino Unido, vuelve a intentarlo representando a un Partido Conservador que parece dividirse entre ella y Juan Manuel Santos, el ungido del Presidente. Las encuestas no le dan muchas esperanzas. Tampoco los amigos y contradictores que coinciden en asegurar que la ven desdibujada en esta ocasión. “Su discurso no se ha logrado sintonizar con lo que quiere el país”, dijo Marta Lucía Ramírez, con quien compitió por la postulación de la colectividad azul. Sanín, terca como la describen, repite una frase que ya ha dicho en otras ocasiones: “En las urnas, como en el baño, uno hace lo que quiera”.

Por Laura Ardila Arrieta

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