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Los goles de Juan Manuel

Para el periodista, Germán Santamaría,  el candidato del Partido de la U es ante todo un gran ser humano con gran olfato para rodearse.

Germán Santamaría*
12 de junio de 2010 - 07:58 p. m.

Fue él quien consiguió la motobomba  aquel viernes de noviembre hace 25 años, para tratar de sacar del lodo a Omayra Sánchez, la niña de Armero. Otro día lo escuchamos  contar cuáles habían sido las dos mejores partidas de cartas que había ganado en su vida. Una, frente al empresario Julio Mario Santo Domingo. La otra, la que le ganó a su hermano Enrique Santos Calderón, para establecer quién se quedaba  con el dinero completo del Premio Rey de España de periodismo que se habían ganado en conjunto. Cuando lo derrotó, se paró y le regaló todo el premio a Mónica Martínez, la fiel empleada de la casa, para que comprara su vivienda.

Tiene una  especial  capacidad para detectar a los honrados, a los leales y a los competentes. Huele quién es honesto y eficiente y aparta con desdén a los otros. “Ese es una rata”, señala con desprecio. Lo vimos en el lobby de un hotel de Hong Kong expulsar como a un perro a un personaje siniestro que llegó para colarse en una gira de empresarios por Asia.

En un país como Colombia donde los hijos de la clase media y alta no prestan el servicio militar, se le iluminaron los ojos cuando su hijo menor, Esteban, le dijo hace poco que quería irse  para el Ejército apenas terminara el bachillerato. Lo mismo que se le iluminaron a su padre, el gran periodista don Enrique Santos Castillo, cuando Juan Manuel le dijo a los dieciséis años que se iba para la Escuela Naval de Cartagena.

Como ministro de Hacienda impuso contra viento y marea las reformas y los ajustes que blindaron a Colombia durante la crisis del año 2000. Estuvimos con él aquella tarde en que frente a la Plaza de Bolívar repleta de maestros se asomó por una ventana del Congreso para ver la multitud. Era la primera vez que un ministro no caía a los pies de Fecode…

Lo escuchamos reconstruir ese episodio reciente que ya es historia mítica: la Operación Jaque. A las 11 y 55 minutos de ese día sólo hizo dos llamadas. Una para comunicarle al presidente Álvaro Uribe que los helicópteros acababan de levantar vuelo y que en veinte minutos estarían a orillas del río Vaupés, junto a Íngrid Betancourt y los tres gringos y entre más de doscientos guerrilleros uniformados como perros de presa. Ya no había vuelta atrás. Por eso levantó el teléfono e hizo la otra llamada, a su esposa María Clemencia, la gran compañera de su vida, y sin decirle qué operación estaba en marcha le pidió que se arrodillara a rezarle a la Virgen La Milagrosa porque en sus manos estaba algo muy importante que pasaría en minutos…

Juan Manuel Santos es como un personaje de Sándor Marái: un burgués culto, refinado, exigente y competente. También capaz siempre de “pensar lo impensable”. Siempre que viaja a Cartagena va al kiosco de Bonny, el viejo boxeador, a comerse una “arepa ’ehuevo”.

No es un hombre que venga de la tierra, del pasado feudal del país, del conflicto rural con raíces atávicas. Es hombre urbano, moderno, educado en la disciplina de la escuela naval, y en el rigor académico de Kansas, Londres y Boston. Como si fuera la anatomía de un cuerpo, conoce órgano por órgano todas las variables de los temas sociales y económicos de Colombia, Latinoamérica y el mundo.

 * Periodista director de Diners

Por Germán Santamaría*

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