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Un padre de capa y sombrero

El sacerdote es director del programa de juventudes de Pastoral Social y la magia es una estrategia para atraerlas. El cura también es artesano y quiere estudiar comunicación social para llevar la palabra de Dios.

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Andrea Forero Aguirre
08 de noviembre de 2008 - 10:00 p. m.
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Aldemar Augusto Ramírez es un padre que no celebra misa, tampoco se sube a un altar y menos usa sotana. Su especialidad son los trucos de magia, los escenarios y su atuendo —una capa bordeada con lentejuelas—. Claro, hay un detalle a la vista que lo delata al empezar el show. En el cuello, detrás del cordón que sostiene su capa, hay un minúsculo cleriman que revela su verdadera profesión: sacerdote.

Se presenta como Aldemago, su nombre artístico. Y saluda a su joven público con el sombrero de copa hecho de material de fomi en una mano y la varita mágica que cambia de rojo a verde en la otra. Al verlo, los espectadores de menos de 25 años se ríen con complicidad y sus rostros lucen incrédulos.

La primera impresión que deja el padre de baja estatura, tez trigueña y mirada intensa, es de un hombre serio de 35 años, pero la verdad es que es un tomador de pelo que le arrebata una carcajada a cualquiera. Una vez roto el hielo comienza a dar instrucciones: “Quiero que piensen en un número, pero por favor muy concentrados”. Y en un complicado acto pide que sumen, resten, lo relacionen con una letra del alfabeto, un animal y luego en un país. Y concluye, “no estarán pensando en las iguanas verdes de Dinamarca”. El público se impresiona al comprobar que el resultado de todos coincide y quedan en un pronunciado silencio.

“La última vez que hice este truco fui muy aplaudido”, cuenta en tono de petición entrelazando las manos. Para entonces los asistentes han olvidado que están frente a un sacerdote hasta cuando se sirve un vaso de agua que parece interminable, todo para hacer la metáfora de que así es el amor de Dios… infinito.

Cada acto de ilusionismo, al principio, parece un mal chiste, pero es cuestión de minutos para que el auditorio quede literalmente con la boca abierta. Con una moneda en la mano derecha y la mano izquierda vacía, seguido de un par de rápidos movimientos, Aldemago dice: “Voy a pasar estos 200 pesos a mi otra mano”, y remata: “Pero lo más increíble es que la voy a regresar a la mano donde estuvo inicialmente”. Cuando abre la mano el público se desilusiona al ver que el dinero nunca se movió. En ese momento el religioso sorprende con la verdadera demostración y traspasa la moneda mágicamente. Los jóvenes recuperan la emoción.

 Luego de numerosos trucos hace la representación de la cuerda partida en tres pedazos, que por encantamiento une, con el argumento de que lo mismo pasa en la confesión, “nos deja intactos de los pecados”. El telón cierra y los muchachos se acercan a Aldemago con afán de saber el secreto de la función, pero mago que se respete no revela su misterio.

La única vez que hizo un show privado fue en la primera comunión de una pequeña que le pidió animar su fiesta.

Resulta difícil pensar que la religión y la magia van de la mano. Pero este padre tiene el respaldo de la Iglesia y de San Juan Bosco, el patrono de los magos. En la Conferencia Episcopal lo describen como el religioso que se sale de lo usual a la hora de evangelizar, por eso, tiene talento para llevarles a Dios a las juventudes.


Su vocación

Aldemar Augusto Ramírez descubrió su vocación a los 9 años, cuando le dio por ser acólito de la iglesia San Antonio de Padua en Támesis, Antioquia, su pueblo natal. No fue un antojo pasajero, insistió por años hasta lograrlo.

Robaba y comía hostias sin consagrar, tomaba vino dulce sin alcohol y hasta hacía pasar sustos a más de un creyente escondiéndose en la sacristía detrás de las imágenes de los santos, para moverlos al paso de algún despistado.

En plena adolescencia el antioqueño asumió restricciones para ir a discotecas o hacer los mismos planes de sus compañeros de colegio. Su hermana, Claudia Luz Ramírez, cuenta la ansiedad de Aldemar de celebrar una eucaristía dirigiendo a acólitos. Tanto así que a los 15 años le preguntó al sacerdote si ya podía ofrecer la eucaristía, porque sabía la misa de memoria. Entendió que se requiere más que eso y entró al seminario de Jericó (Antioquia) donde estudió tres años de filosofía, cuatro de teología y uno de pastoral.

Sufrió crisis como las de cualquier ser humano, sobre todo cuando murió su papá. Además, sus condiciones económicas no eran las mejores, pero con el apoyo de sus hermanos mayores y algunos sacerdotes se ordenó.

Ahora ni sus ocho hermanos, ni su mamá, residentes en Medellín lo ven con frecuencia, se conforman con visitas esporádicas y con llamadas telefónicas diarias. Al parecer sus pasos los quiere seguir Alejandro, el hijo de Nelson, hermano mayor de Aldemar, quien se muestra muy interesado en lo que hace su tío.

Curiosamente el sueño de este sacerdote nació en la celebración de eucaristías. Eso es precisamente lo que no ha podido hacer. Su camino lo llevó a formar jóvenes, en la Conferencia Episcopal Colombiana, entonces surgió la idea de hacer espectáculos con ilusionismo. Hace dos años descubrió sus habilidades de intuición, concentración y agilidad. “Cuando se hace magia no se piensa en lo que está pasando, sino en lo que viene”.

Sus presentaciones han traspasado fronteras. Pasó de trucos básicos a otros más complejos. Y está tan consagrado en lo que hace que aspira seguir estudiando magia para no repetir presentaciones. Lo alternará con su oficio de artesano y con la carrera de comunicación social y periodismo que alguna vez estudiará.

La responsabilidad de la vocación

El padre Aldemar Augusto Ramírez, como director de juventudes de la Conferencia Episcopal Colombiana, tiene como meta identificar las causas y consecuencias de la problemática juvenil y proponer desde el evangelio caminos de solución. Acaba de llegar de Australia, donde representó al país en la jornada mundial de la juventud.

Sabe que la responsabilidad de la Iglesia es muy grande y que la imagen de los sacerdotes está muy golpeada por los escándalos  relacionados con abusos sexuales; por eso es consciente de que debe haber cambios desde la academia, donde el aspirante a cura confirme que tiene verdadera vocación para evitar situaciones que pongan en riesgo la fe.

Por Andrea Forero Aguirre

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