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Celebración sin púas

Miles de jóvenes que no han alcanzado la mayoría de edad podrán desatarse el cilicio por unas horas.

Fernando Quiroz/ Especial para El Espectador
27 de septiembre de 2008 - 12:44 a. m.

El próximo jueves será un día de júbilo para los miembros del Opus Dei. Y no tanto por los festejos con motivo de los 80 años de la fundación de su orden, sino porque ese día podrán abstenerse de usar el cilicio. El cilicio es una especie de collar de castigo como los que emplean para adiestrar a los perros de los militares, una faja de metal llena de afiladas púas que los numerarios de esa congregación deben ceñirse en los muslos durante dos horas todos los días, con excepción de los domingos y de aquellas fechas de especial significado para ellos. Lo aprietan hasta que el dolor se hace insoportable. Con frecuencia, al retirarlo, la sangre asoma a través de las hendiduras que han quedado talladas en la piel.

Es una práctica de mortificación que realizan para pedir perdón por los pecados propios y ajenos, y tratar de liberar al mundo de la hecatombe: así se lo hacen creer a los jóvenes que inician su recorrido. Lo cierto es que el uso del cilicio tiene un propósito menos altruista. Con base en principios similares a los del sadomasoquismo, se usa para reemplazar el placer con dolor. Y como a los numerarios les han lavado el cerebro para que se olviden de formar una familia y renuncien al sexo, de alguna manera tienen que tratar de controlar ese impulso natural que los miembros del Opus Dei ven como pecaminoso.

Por eso, también, a los numerarios les prohíben bailar o ir a cine. Al periódico que llega a las casas de la congregación les arrancan las páginas de espectáculos. A las mujeres las obligan a usar faldones con la idea de que los pantalones muestran las formas del cuerpo. Llega a tal grado su obsesión por impedir que los hombres entren en contacto con las mujeres, que hay psicólogas a las que les han prohibido atender pacientes del género masculino.

Las únicas mujeres que entran a una sede masculina del Opus Dei son las que preparan la comida y lavan los baños. Pero a la hora de pasar los alimentos al comedor lo hacen a través de un torno, como en los conventos de clausura. Y, cuando van a realizar el aseo, tocan un timbre para que los numerarios se escondan en el oratorio o la biblioteca, mientras ellas se instalan en el piso contrario.

Parece mentira. Pero, como en el poema de Marroquín, “no piensen, no, que es mentira, que lo cuenta quien lo vio”. Y puedo sostenerlo y demostrarlo donde quieran y cuando digan. Porque sé que no demoran en asegurar que cuanto digo es una


calumnia. Ya lo han dicho. Ya me han acusado. Cuando apareció Justos por pecadores, mi más reciente novela, en la que revelo parte de las prácticas que el Opus Dei ha tratado de mantener en secreto, lo dijeron. Estoy curtido. Y tengo más para decir.

En todo caso, no sé por qué siempre se preocupan cuando alguien que pasó por allí habla del cilicio y de otras mortificaciones corporales que obligan a realizar a sus miembros. Lo peor no es lo que hacen con el cuerpo, sino la manera como destruyen familias, engañan niños para acercarlos a la orden, amenazan y castigan a los que llegan a dudar de esa decisión que se vieron forzados a tomar: “Fíjate en ese que abandonó la obra y ahora sufre de cáncer”. Oí decir a uno de los jerarcas del Opus en Colombia. De eso también puedo dar fe.

Como puedo dar fe de que persiguen jóvenes de familias adineradas, pues al fin y al cabo los numerarios firman un testamento a nombre del Opus. Ah, porque el gusto por el dinero y la ambición son características de esta congregación. No en vano su fundador, José María Escrivá, adornó su nombre para que resultará más sonoro: Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás. Y dicen que negoció el título de marqués de Peralta con Francisco Franco, a cuya disposición puso el Opus Dei.

Franco tuvo una docena de ministros de la congregación. Y su ejemplo se convirtió en modelo: en los últimos años, en América Latina la orden ha contado con candidatos presidenciales, ministros y diplomáticos. Para no hablar de asesores de alto rango de gobiernos de extrema derecha que se reúnen en secreto con emisarios de los paramilitares.

Escrivá fue canonizado en un proceso con el que El Vaticano le pagó a sus seguidores favores recibidos: averigüen por la crisis del Banco Ambrosiano. Escrivá, ese sacerdote español que aseguraba que “es preciso que el sacrificio sea holocausto”, fundó el Opus Dei el 2 de octubre de 1928. Gracias a esa efemérides, este jueves miles de jóvenes que no han alcanzado la mayoría de edad, pero que cayeron en las redes de esta secta gracias al trabajo que realizan desde los colegios que han establecido como semilleros, podrán desatarse el cilicio unas horas. Y celebrar mientras repiten las palabras de ese hombre al que le rinden culto: “Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor. Glorificado sea el dolor”.

Por Fernando Quiroz/ Especial para El Espectador

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