Publicidad

El arte de las cicatrices

El ‘branding’: una técnica para plasmar imágenes en la piel utilizando metales calientes. ¿Placer en el dolor?

Diego Alejandro Alarcón/ dalarcon@elespectador.com
21 de mayo de 2008 - 11:28 p. m.

La cita era a las seis de la tarde en  Storetattoo, un local en el barrio Chapinero de Bogotá donde trabajan Julio César Díaz y Diego Castiblanco. El primero es experto en tatuajes. El segundo, en cambio, se ha especializado en la práctica del piercing.

 Ambos son  aficionados a las modificaciones corporales. Los lóbulos de las  orejas de Diego están atravesados por un aro de casi tres centímetros de diámetro. Su nariz y sus labios tienen perforaciones adornadas con joyas. En la  mano derecha lleva incrustada una herradura pequeña debajo de la piel, cabalgando sobre los tendones. En el pecho, entre costillas y dermis, se implantó cuatro esferas metálicas para darle  relieve a dos de los 15 tatuajes distribuidos en todo su cuerpo.

 Julio no se queda atrás. Hace  algunos años decidió someterse a dos procedimientos estéticos, uno para bifurcar su lengua y otro para modificar los cartílagos de sus orejas y dejarlas puntudas como las de los elfos de  El señor de los anillos.  En ambas manos se incrustó, debajo de la piel, una herradura. También se expandió los lóbulos de las orejas.

La ocasión es especial. Hoy, Diego ha decidido ponerse en manos de su socio. Recostado sobre la silla para tatuar y sin camisa, lanza una pregunta al aire: “¿Será que me da la pálida?”.

Julio César, quien viste una  bata roja, pide a uno de los ayudantes del local ir por el soplete, un pequeño tanque lleno de gas propano con una boquilla en la parte superior. La llama que emite es casi invisible. Julio la utilizará para hacerle una quemadura a Diego justo en el esternón, un brand (marca) en forma de estrella.

Diego está ansioso, será la primera vez que queme su cuerpo con fines estéticos. Es un dolor que desconoce pero que lo reta a experimentar. Ha comenzado la cuenta regresiva y sus nervios ya no parecen estar hechos del mismo material de la lámina de acero que Julio calienta a la llama del soplete. Su rostro comienza a empañarse de sudor.

Luego de desinfectar el pecho de su compañero con alcohol e isodine, Julio desliza una barra de desodorante sobre la zona en la que dibujará la imagen escogida. Coloca encima un papel con la estrella diseñada en tinta azul. El desodorante absorbe la tinta al instante. Diego respira hondo.

La lámina de acero es diminuta. Del tamaño de una caja de chicles. Julio la sostiene con  unas pinzas metálicas. Ha llegado el momento. Diego cierra los ojos y frunce el ceño. Su mano aprieta con fuerza el brazo de  la silla. La lámina de acero, ardiente, va abriendo un surco en la piel. Huele a metal quemado. A piel chamuscada. Entre largas bocanadas de aire y cortos y tenues gemidos, finalmente una estrella de cinco puntas aparece en el pecho de Diego. La obra estará completamente lista, y de por vida, en unos 15 días, cuando la herida sane y cicatrice.

Una técnica extrema

Julio César Díaz es el director de la Asociación de Tatuadores y Perforadores de Bogotá. Lleva 14, de sus 33 años, en el negocio de la modificación corporal. Todo lo que sabe lo aprendió por su cuenta. Antes de ofrecer sus servicios al público, Julio no tuvo más camino que convertirse en su propio conejillo de indias. Su cuerpo guarda memoria de ese aprendizaje. En su torso, brazos y piernas se notan decenas de cicatrices. Muchas de ellas ya cubiertas por el manto colorido de otros tatuajes.

“Conocí el branding hace nueve años mientras leía una revista estadounidense especializada en modificaciones corporales”, recuerda Julio. Cuando creyó dominar con suficiencia la técnica, se animó a ofrecer este servicio a otras personas.

El objetivo del branding es crear imágenes sobre la piel provocando cicatrices. Julio siempre advierte a sus clientes que deben mantener la zona aseada pero sin recurrir a tratamientos médicos. Con su voz y sus gestos locuaces, asegura: “La idea es que se forme una cicatriz, por esto no debe tratarse la herida con cremas o concha de nácar.  No tiene sentido”.

Mientras lava con agua y jabón quirúrgico su más reciente obra, Diego parece satisfecho: “La práctica va mejorando el aguante al dolor”.

Las quemaduras producidas en el branding varían según el resultado deseado. Diego no ha querido arriesgar tanto, pero algunos de los más osados buscan quemaduras de tercer grado, es decir, una lesión que atraviese la epidermis y atrofie la dermis. Lo hacen para que al sanar la herida se forme un queloide, una cicatriz protuberante y voluminosa. Lograr esa textura no es fácil. La cicatrización es un proceso  variable en cada persona.


Por esto, algunos optan por remover el tejido cicatrizante, frotando con un cepillo de dientes y aplicando sustancias abrasivas como vinagre, sal y limón. Reabrir la herida una y otra vez asegura una cicatriz más vistosa.

Otro cliente

No son muchas las personas que se acercan preguntando por esta técnica a Storetatoo. No más de uno o dos por semana se someten a este procedimiento. Mientras esperamos al segundo cliente del día, Julio afirma que es precavido con la seguridad médica de su negocio. Un doctor amigo lo aconseja constantemente y su local cumple con todos los requisitos que exige la Secretaría de Salud para procedimientos invasivos: el sitio está pintado con pintura epóxica, la misma de las salas de cirugía; nunca reutiliza material (para el caso del branding desecha las placas de acero, el cautín  y los alambres), esteriliza el instrumental constantemente y clasifica los desechos patógenos y cortopunzantes.

Al fin entra al local un hombre totalmente vestido de negro. Lo acompaña una mujer que parece ser su novia. Julio nos presenta, pero él pide que no revele su nombre. Tampoco acepta que su rostro aparezca en las fotografías. Quiere una letra G entre el hombro izquierdo y el pectoral, es un homenaje a la mujer que lo acompaña.

No es novato. En su espalda se ve un brand en forma de estrella de cinco puntas encerrada en un círculo de más de diez centímetros de diámetro. El autor de la estrella es Julio. En aquella ocasión, utilizó un cautín eléctrico, el mismo que se usa para fundir soldadura de plomo y estaño.

“Hace ocho meses me la mandé a hacer, pero no se imagina el problema. Se demoró mucho en cicatrizar, la ropa se me pegaba a la herida y las sábanas amanecían ensangrentadas. Mis amigos me decían que olía a feo, hasta que por fin, después de un mes de echarme alcohol todos los días, la herida comenzó a sanar”, confiesa el hombre de negro. Otro amante del dolor.

Julio toma un alambre de cobre que corta y dobla hasta moldearlo en forma de G. Su cliente aprieta un amuleto que recibió de manos de la cultura Tanimuca, un grupo indígena que puebla el bajo Caquetá colombiano. Son dos dientes de jaguar amarrados con un hilo para colgar en el cuello. Se supone que es contra  las malas energías.

Sosteniendo el alambre con las pinzas, Julio lo acerca a la boquilla del soplete. En unos pocos segundos, el cobre se torna plateado. Está listo para estamparlo sobre la piel del cliente que apenas hace un gesto discreto y aprieta la mandíbula.

Dentro del local, al otro lado de  la vitrina que forma un pasillo con la pared de fondo, un buen número de personas se agolpan para ver el procedimiento. Algunos toman fotos con sus celulares.

Julio César reconoce que en el país la técnica del branding no ha salido de la clandestinidad. Con aire pedagógico explica que es una técnica nueva que comenzó a ser practicada por los amantes del género Metal de música y por otras tribus urbanas como harcoreros y punkeros.

“El branding, la mayoría de las veces, se lo hago a gente joven vinculada a una tendencia musical. Ellos siguen un proceso creativo para verse diferentes a los demás. Pero también lo he hecho a personas comunes y corrientes que vienen con la curiosidad de experimentar el dolor. Así como no juzgo a nadie, nadie tiene por qué juzgarme, cada cual hace con su cuerpo lo que quiere”, son las palabras de Díaz.

Cuando las quemaduras de la G estuvieron listas, Julio inició la segunda etapa atendiendo las exigencias del cliente. El paso a seguir fue cortar con un bisturí quirúrgico el contorno de la letra. El método recibe el nombre de escarificación y apuesta, de igual manera, por una cicatriz artística.

El branding es un método mucho menos dispendioso que el del tatuaje. La diferencia se halla en que las quemaduras son figuras sencillas e incoloras que no requieren mayor detalle.

La tarea culmina. Julio arquea la espalda en señal de cansancio. Su cliente ha soportado media hora de dolor. Lo despide con amabilidad, sabe que un cliente satisfecho es la mejor publicidad para su negocio.

Por Diego Alejandro Alarcón/ dalarcon@elespectador.com

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar