Cuando las aguas del sur comienzan a enfriarse más de lo acostumbrado, las ballenas reconocen la hora de partir en busca de mares más acogedores. Los krill, pequeños crustáceos, y los peces comienzan a escasear. Para cientos de ellas, entre 1.200 y 2.200, el Pacífico colombiano es el lugar ideal para vacacionar. Algunas se hospedan más al sur. Otras más al norte.
A las que viajan a Colombia, las espera, desde hace 22 años, Lilian Flórez. Durante los cinco meses de su estadía las acompaña día tras día, desde las nueve de la mañana hasta las 5 o 6 de la tarde. Mientras ellas se solazan, saltan, dan a luz a sus ballenatos, se reproducen, y llenan las profundidades marítimas con sus cantos, Lilian se sumerge en sus investigaciones. Debe tomar fotos, grabar sus cantos, recoger muestras de piel que quedan sobre el agua cuando saltan para luego realizar pruebas genéticas.
El catálogo de fotoidentificación de la Fundación Yubarta, que ella fundó en 1991, ha relacionado unos 1.200 animales diferentes. El catálogo, que expertos en el mundo consultan, constituye la mejor prueba de la perseverancia de esta bióloga marina. En 1986, cuando por primera vez se interesó en el estudio de grandes cetáceos, pocas personas creían que en Colombia existían ballenas. “¿Ballenas en Colombia?”, era la expresión de casi todos.
Lilian nació en Pereira pero siendo adolescente se trasladó a Bogotá. Estudió Biología Marina en la U. Jorge Tadeo Lozano. Luego realizó una maestría en la Universidad Nacional. Trabajó inicialmente con arrecifes coralinos, pero la invitación de Roger Paine, experto norteamericano en ballenas, en 1986, cambió para siempre el rumbo de su vida. “Estoy casada con 1.200 ballenas y 500 delfines”, responde Lilian cuando se le pregunta por su familia.
Su amor por la investigación a las ballenas la ha llevado hasta playas de Argentina, donde anida la ballena franca, a México donde se puede observar la ballena azul, a Venezuela en busca de delfines. También a Perú. Con cada viaje, al final de cada temporada en las playas del Pacífico, confirma lo que por más de dos décadas ha creído: “Son animales muy inteligentes. Me sorprende que puedan crear una canción, memorizarla y también modificarla”. Es frecuente que mientras navega, ellas se acerquen a curiosear. Es un comportamiento que los biólogos llaman espionaje.
Cada año, Lilian y su equipo graban el canto de las ballenas. La Fonoteca de ballenas ya suma más de 400 casetes. Confían en que con el avance de la ciencia, y mejores recursos, esas canciones puedan estudiarse para entender un poco mejor el comportamiento de esta especie. “Es un tema muy complejo. Lo que se cree es que son los machos los que cantan para cortejar a las hembras. Los cantos se dan principalmente en los sitios de reproducción. Durante una temporada cantan la misma canción si provienen de una misma región”, explica Lilian.
Sin embargo, la investigación es apenas una de las tareas de la Fundación Yubarta. Reconocen la importancia de educar a la gente en el cuidado de la especie. Gracias a su ardua labor en educación ambiental con los pobladores de los pueblos del Pacífico, especialmente con pescadores y conductores de embarcaciones, han ido tejiendo una conciencia ambiental. Así, el turismo de observación comienza a ser visto como una importante fuente de recursos.
“Diría que ha habido un avance –reconoce Lilian– pero no estoy segura de que se haya llegado al tope en los esfuerzos que deben hacerse”. El hombre sigue siendo la mayor amenaza para estos gigantescos cetáceos.