La vida al Extremo

Durante la II Guerra Mundial, Kurt Hahn, un educador judeo-alemán, creó en Inglaterra unos campamentos de formación para que los marinos experimentaran en tierra las situaciones que iban a vivir mar adentro, cuando tuvieran que enfrentar a su enemigo.

Mariana Suárez Rueda
12 de julio de 2008 - 03:28 a. m.

El entrenamiento que recibieron no sólo redujo significativamente las bajas sino que abrió una puerta para el desarrollo de la educación basada en la exposición a situaciones de alto riesgo, que permitieran a las personas enfrentar y superar sus más grandes temores, fortalecer la confianza en sí mismos, impulsar el pensamiento estratégico, controlar impulsos y adquirir habilidades para trabajar en grupo.

Este nuevo método de formación comenzó a ser implementado en diferentes países y en los años 50 se regó por Estados Unidos. Al principio, con el objetivo de fortalecer el desempeño de las fuerzas militares, pero luego se incluyó como fórmula para tratar a estudiantes con problemas de aprendizaje o rebeldía y a profesionales que sufrieran de alguna fobia y tuvieran dificultades en sus trabajos.

En Colombia se abrieron los primeros campos a principios de los años noventa y Germán Pilonieta, un reconocido educador miembro de la Academia Colombiana de Pedagogía, fue uno de los pioneros. Antes de abrir el Centro de Formación Cisne, ubicado en La Calera, Pilonieta viajó a Israel para estudiar sobre esta novedosa teoría.

Cuando regresó al país adecuó, en una enorme hacienda, un campamento llenó de pruebas físicas y mentales con diferentes grados de dificultad, al que asisten niños, adolescentes, adultos mayores, maestros, ingenieros que trabajan en campos petroleros, empresarios y equipos especializados en el desarrollo de la justicia, entre otros.

La gran aventura

Lo primero que reciben las personas que llegan al Campo de Formación Cisne es un huevo. Su misión durante el tiempo que vayan a permanecer en este lugar, entre uno y 15 días, es cuidarlo y evitar que se rompa. La única condición es que el huevo siempre permanezca en las manos de alguno de los integrantes del grupo. Por ello, se deben turnar para bañarse, dormir y comer con él.

Dependiendo de las necesidades de quienes asistan a este campo de formación se crean diferentes situaciones que los ponen al límite. Por ejemplo, si son niños o adultos que sufren de acrofobia (miedo a las alturas) deberán caminar sobre cuerdas a más de 15 metros del suelo —debajo de algunas hay lagos o precipicios—, sobre pedazos de troncos que se encuentran ubicados a esa misma altura o lanzarse cogidos de una cuerda para pasar de un árbol al otro, al mejor estilo de Tarzán. Pero si de lo que padecen es de claustrofobia, o de miedo a la oscuridad, entonces tendrán que internarse en un largo y oscuro túnel, que tiene partes muy estrechas y profundos charcos de agua y barro.

“Los miedos son vacíos que nos dominan y que solamente logramos controlar si nos exponemos a ellos”, explica Pilonieta. Sin embargo, como no es nada fácil tener que enfrentar estos temores, decidió imponer una regla de oro que por ninguna razón puede quebrantarse: no se deben escuchar las palabras no quiero o no puedo, pues inmediatamente, según Pilonieta, la mente se previene y la persona incluso puede paralizarse y ser incapaz de moverse para realizar la prueba.

Desarrollar la autoconfiaza, el pensamiento estratégico y la capacidad para trabajar en grupo son factores muy importantes para las empresas, los maestros e incluso para los adolescentes. Por eso, a este campo también han asistido empleados de


Alpina, Colsubsidio y Ecopetrol, además de estudiantes de colegios como el Gimnasio Los Andes, el Colombo Americano, la Universidad Politécnico Gran Colombiano, la Universidad de Los Andes y cerca de 900 docentes bogotanos.

Para ellos se crean situaciones como la del ‘ojo en uno’, que consiste en formar equipos y que cada integrante tenga que atravesar una llanta, que se encuentra colgada de un árbol de manera horizontal a más de cinco metros del suelo, sin tocarla (sólo el primero y el último pueden hacerlo). Lo que implica que diseñen una estrategia en la que establezcan el orden en el que deben pasar de acuerdo al peso y a la altura de cada persona y la manera como lo van a hacer, de tal forma que nadie toque la llanta.

Otra de las situaciones a las que se enfrenta este tipo de grupos es a que varios de los integrantes bajen de espaldas y con los ojos vendados por una montaña inclinada y llena de obstáculos, guiándose por la voz de otro compañero que sí está viendo y que tiene la misión de conducirlos sanos y salvos hasta el final del recorrido. También está ‘la balanza’, un tronco largo sobre el cual se deben parar los integrantes del equipo, pero distribuidos de tal forma que éste logre quedar en completo equilibrio y mantenerse en el aire por más de 15 segundos.

Para lograr enfrentar cada una de estas situaciones y resolverlas de manera correcta se necesita coordinación, destreza y motricidad. Pero no todas las personas han desarrollado estas habilidades y por esta razón, Pilonieta impuso una segunda regla: están prohibidos los apodos. Sin embargo, en repetidas oportunidades se han escuchado sobrenombres como oreja mocha, barrilito y cuatro dedos, especialmente por parte de los militares y los adolescentes, quienes son los que más se burlan de los defectos y limitaciones físicas de los demás.

En busca de recuerdos

Soprendentemente a los adultos mayores también les ha llamado la atención este campamento. En repetidas ocasiones grupos de hombres y mujeres mayores de 70 años se han animado ha viajar hasta La Calera con el objetivo de superar los miedos que les quedaron de la adolescencia, vivir experiencias que añoraron haber disfrutado cuando eran más jóvenes y sentirse renovados y mucho menos viejos.

Las situaciones a las que son expuestos no son tan arriesgadas. Sin embargo, durante varios días se embarcan en una aventura que les permite sentirse vitales y probarse a ellos mismos que aún son capaces de cumplir las metas que se propongan, aunque impliquen una alta exigencia física y mental. Así lo reconoce Pilonieta, quien además explica que el momento más importante de este campo de formación es cuando llega la hora de reflexionar con los grupos lo que aprendieron después de esta experiencia, pues “llevar la vivencia a la experiencia es lo único que garantiza que las personas desarrollen con el tiempo nuevos comportamientos y actitudes”.

Los resultados del Campo de Formación Cisne han cautivado la atención de varios colegios y universidades de Bogotá y de diferentes ciudades del país como Cúcuta y Medellín, desde donde vienen estudiantes y maestros a formarse en este lugar. Pilonieta advierte que la mayoría de personas que vienen una vez regresan, especialmente los niños, pues notan un cambio en su forma de comportarse y de enfrentar los problemas de la vida cotidiana. “Luego de vivir esta experiencia la gente se vuelve más comunicativa, menos agresiva y deja de actuar de manera impulsiva para hacerlo a partir de pensamientos estratégicos. Además, logran dominar sus miedos y superar fobias”.

Las pruebas más frecuentes

•Campo minado: la persona debe atravesar con los ojos vendados un camino lleno de obstáculos.

•Plataforma: los participantes se dividen en grupos de más de 10 personas y cada uno tiene que durar 15 segundos sobre una plataforma en la que sólo caben todos de pie si se ubican de una determinada manera. Este ejercicio desarrolla el pensamiento estratégico.


•La telaraña: consiste en una red de cuerdas y cada participante escoge un hueco por el que va a pasar; la condición es que no toque ninguna cuerda.

•Caída confiada: la persona se para en una tarima, ubicada a varios metros del suelo, y debe lanzarse de espaldas para que sus compañeros de grupo la reciban. Este ejercicio es fundamental para quienes trabajan en los pozos petroleros.

››Éste no es un campo de recreación sino un espacio de formación para niños, maestros y profesionales que quieran superar miedos y desarrollar el pensamiento estratégico.

Cómo ser más inteligentes

Reuven Feuerstein, educador y psicólogo rumano de ascendencia judía, sufrió por intermedio de algunos de familiares los traumas que significaron los campos de concentración implantados por el régimen nazi durante la II Guerra Mundial. 

Después de varios años de estudio, Feuerstein creó la Teoría de la Modificabilidad Estructural Cognitiva. Ésta consiste en potenciar las habilidades humanas, es decir, que la persona desarrolle la capacidad para aprender y ser más inteligente exponiéndose a situaciones de alto riesgo, que le proporcionen autonomía y la capacidad de solucionar los problemas que se le presenten.

Un método que permite que la persona sea capaz de crear nuevos modos de existencia, acciones, sensaciones, emociones, afectos, comportamientos y expresiones.

La Teoría de Feuerstein fue implementada en decenas de colegios alrededor del mundo. Los profesores tuvieron que asumir el papel de mediadores entre la mente de sus alumnos y el mundo exterior, para ayudarlos a superar las dificultades de aprendizaje y que lograrán niveles extraordinarios de inteligencia, desarrollo cognitivo y afectivo.

“Aquí no vienen papás”

El educador y académico Germán Pilonieta creó uno de los campos de educación experiencial más reconocidos del país. A este lugar asisten, entre otros, niños y jóvenes, con problemas de aprendizaje, miedos o un alto grado de hiperactividad y rebeldía.

Durante varios días deben trabajar en grupo y superar pruebas que los enfrentan a sus temores y que buscan desarrollar su autoconfianza, inteligencia y capacidad para resolver problemas. Atravesar cuerdas a 15 metros de altura, caminar de espaldas y con los ojos vendados por terrenos inhóspitos y colgarse de una cuerda al estilo de tarzán son algunas de las actividades que realizan.

Pilonieta explica que son los profesores quienes los acompañan, pues la entrada a los padres no está permitida. La razón es que las pruebas desarrolladas por los estudiantes son de alto riesgo, y aunque se cumplen estrictas normas de seguridad, los papás no estarían tranquilos y los niños tampoco se sentirían cómodos y libres de explorar sus habilidades y comprobar hasta dónde son capaces de llegar.

Por Mariana Suárez Rueda

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