Festival ballenato en el Pacífico

Un lector de El Espectador acompañó en su salida de campo a expertos de la organización ambiental WWF y la Fundación Yubarta.

William Castaño Arboleda*
26 de agosto de 2009 - 10:57 p. m.

La serenidad que flota sobre las aguas tranquilas del Pacífico, la ansiedad de la espera que desespera y el silencio de los cuerpos que respiran al compás del movimiento pendular del bote, es repentinamente interrumpida desde el agua por un fuerte resoplido lanzado al aire seguido de otro con menos intensidad: Es el océano Pacífico, es una madre con su cría, son ballenas, y lo mejor, están en Colombia.

El sol, que se despierta lento pero con fuerza luego de una intensa lluvia durante la noche, no se quiere perder esta pomposa función. Son las 10 de la mañana de un viernes de agosto de 2009 y el Festival Vallenato no tiene nada que envidiarle a esta mágica plaza. Coletazos, saltos, aletazos, resoplidos, muestras de cola, cabeza, aleta dorsal, giros, flotación. Bahía Málaga, Isla Gorgona y el Golfo de Tribugá son lugares anfitriones de las yubartas o “jorobadas” del Pacífico sudeste que nos visitan anualmente sin descanso.

Han viajado cerca de 8 mil kilómetros desde la Antártida para parir a sus crías en cercanías a costas colombianas, donde estarán cuatro meses, luego emprenderán de regreso su viaje al sur, se alimentarán, recuperarán grasa perdida bajo su piel en su larga migración y recobrarán su mejor físico para la próxima travesía.

Los Bajos de Negritos, cerca al islote que divide en dos la entrada a Bahía Málaga, a una hora en lancha desde Buenaventura rumbo al norte, es el lugar que ha escogido un pequeño grupo de ballenas para pasar su temporada vacacional. Algunas cuidarán a sus recién nacidos de más de 1 tonelada, otros en tanto, galantearán a sus hembras con sus mejores danzas buscando aparearse.

Sus más de 40 toneladas y sus más de 15 metros de longitud en los adultos son su mejor carta de presentación para demostrar su imponencia sobre estas aguas. La cola de estos mamíferos, de más de 3 metros de ancho, se ubica en posición horizontal y no vertical como los peces. La aleta de su lomo, al igual que sus aletas dorsales, de un tercio de su tamaño, son su señal de identificación entre una y otra. Su color varía entre gris y negro con abdomen generalmente blanco. Las protuberancias carnosas en su rostro, al igual que los surcos que poseen entre la mandíbula y el ombligo son otro de su distintivo. El krill es su alimento y su pasión el canto.

Ballena a las 3, aleta a las siete, cola a las 11 y resoplido a las 2 y 15. Nuestro reloj imaginario sobre el bote, donde las 12 están al frente, las 3 a nuestra derecha, las 9 a la izquierda y las 6 a la espalda, ubican ligeramente nuestras miradas ante una rápida aparición sobre la superficie del agua de alguno de estos cetáceos. Ah, una más a las 8.

A pesar de las amenazas ambientales latentes y la lenta extinción de nuestras riquezas ambientales, nos siguen brindando año tras año su majestuoso espectáculo sobre nuestras costas a cambio de nada. Un aleteo, un golpe de cola y sus sutiles melodías sólo indican una cosa: están de regreso las yubarta, tan colombianas como el mismo vallenato.

* Ganador del concurso “¿Qué sabe de ballenatos? organizado por WWF y El Espectador.

Por William Castaño Arboleda*

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