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Las profecías de Lester Brown

El capitalismo se puede desbaratar por no confesar la “verdad ecológica”, el planeta colapsar y la civilización extinguirse. ¿Cuánto tiempo tenemos para corregir el rumbo? ¿Años? ¿Décadas? Nadie lo sabe.

Pablo Correa
22 de noviembre de 2008 - 02:10 a. m.

La serenidad en la voz de Lester Brown cuando dice que nuestra civilización corre el riesgo de extinguirse resulta perturbadora. No es la voz de un fanático. Tampoco la de un excéntrico. Es la voz del analista que hace ya casi tres décadas predijo gran parte de los problemas ambientales que hoy son noticia.

El Washington Post lo considera uno de los pensadores más influyentes del mundo y el martes pasado estuvo en Colombia. En el Club El Nogal de Bogotá, ante un reducido auditorio de estudiantes, investigadores y políticos dibujó dos posibles escenarios que nos esperan en el futuro. Uno, pesimista, es el resultado de continuar con el modelo económico actual. El otro, optimista, nace de dar un timonazo y hacer un esfuerzo por poner freno a un modelo de desarrollo a todas luces insostenible.

Panorama desolador

Brown, en entrevista exclusiva con El Espectador, dijo que cuando los historiadores escriban sobre esta época tendrán que hacer la distinción entre antes y después de la era del petróleo. Haber confiado el desarrollo de nuestras economías a la explotación de los hidrocarburos nos condujo a un acelerado progreso, pero a un deterioro igualmente rápido de los recursos naturales.

“No sabemos dónde está el punto de no retorno”, explica Brown. Dice que puede comenzar con el deshielo de la capa que cubre Groenlandia provocando un aumento en el nivel del mar de hasta ocho metros que arrase con ciudades costeras en todo el mundo y provoque el desplazamiento de millones de personas. O, puede comenzar cuando la tala de árboles en el Amazonas llegue a un punto crítico en el que la selva sucumba ante los incendios forestales.


Lo cierto es que hemos “acelerado el reloj de la extinción” y “todo depende del punto de quiebre. Pero no será un proceso agradable. La gente desesperada hace cosas desesperadas”.

Con unas cuantas cifras Brown convence a su interlocutor de la realidad del barranco que le espera a la humanidad por este camino: se estima que la demanda global en 1999 excedió la capacidad de regeneración del planeta en un 20%; con la escasez del petróleo y el repunte de los biocombustibles, 800 millones de vehículos competirán por los recursos alimentarios con 1.200 millones de personas que viven con menos de un dólar al día; si el papel usado por los chinos en 2031 alcanza el consumo actual de los norteamericanos, serán consumidas 305 millones de toneladas de papel, en pocas palabras, ¡adiós bosques!; las especies están desapareciendo a una velocidad mil veces más rápida que aquella a la que las especies evolucionan.

En el libro Plan B 2.0, cuya traducción al español fue presentada esta semana (Editorial Universidad El Rosario), hace un inventario detallado del mundo que la generación actual le heredará a la siguiente: poca agua, pocos bosques, casi ningún nevado, millones de hectáreas de desierto, tormentas más fuertes, escasez de peces.

Brown cree que, por primera vez en la historia, se está provocando una fractura generacional de la misma manera que se han producido fragmentaciones religiosas, étnicas o políticas: “La próxima generación preguntará por qué no hicieron nada, por qué no trataron de estabilizar el clima. Sería algo doloroso para la sociedad”.

Síntomas de optimismo

Pero los que conocieron el pesimismo de Brown hoy dicen que se está convirtiendo en alguien optimista. Él dice que su meta es ser “realista”. Desde la presidencia del Earth Policy Institute, una organización sin ánimo de lucro dedicada a la investigación, promueve la idea de una nueva economía (“Plan B”) que apunta a la estabilización de la población del planeta, la erradicación de la pobreza y un presupuesto anual para restaurar el planeta.

La idea de dar vuelta a la economía del mundo parece lejana a muchos. Una tarea de varias décadas. Pero Brown contradice esa hipótesis recordando cómo el presidente Franklin D. Roosevelt, tras el ataque de los japoneses a Pearl Harbor, llamó a todos los líderes de la industria automotriz para pedirles que dedicaran todos sus esfuerzos en la fabricación de armas.


Roosevelt quería 45.000 tanques, 7.000 barcos y 20.000 baterías de artillería. Cifras que nadie había escuchado antes. Los industriales no creyeron que eso fuera posible, pero Roosevelt les dijo que no habían entendido, que fabricarían esas armas porque no harían más vehículos. En unos pocos meses las metas se habían sobrepasado.

“Lo excitante es que estamos comenzando a ver cómo podemos reducir las emisiones de carbono y la concentración atmosférica de CO2”, comenta Brown. “Hace apenas unos pocos años comenzaron a aparecer alternativas tremendas de energías renovables, en una escala que no habíamos visto”. En su conferencia mencionó el caso del estado de Texas, que por décadas ha sido el líder de producción de petróleo y ahora tiene en operación, en construcción o en etapa de plan, granjas de energía eólica para producir 4.500 megavatios. Cuando estos proyectos se concreten, Texas podrá suministrar electricidad a 24 millones de personas.

Los ejemplos en otros campos son abundantes. Corea del Sur reforestó 65% de sus tierras áridas, Estados Unidos redujo la erosión del suelo en un 40%, el 35% de los viajes dentro de una ciudad como Amsterdam se hacen en bicicleta. La tecnología actual permite resolver casi cualquiera de los problemas que enfrentamos.

“El desafío es construir una nueva economía y hacerlo a una velocidad de tiempos de guerra, antes de que perdamos los plazos dados por la naturaleza”, escribió Brown en su libro.

Por Pablo Correa

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