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Un gol en la oscuridad

El equipo nacional compite en los Juegos Parapanamericanos de Guadalajara por un cupo en los Juegos de Londres 2012. Hasta el jueves había obtenido dos victorias y había caído con Argentina. Hoy enfrentará a Brasil.

Laura Juliana Muñoz
18 de noviembre de 2011 - 02:09 a. m.

“Voy. Voooy. Voy”. Una simple palabra que es capaz de avisar la presencia del oponente o del aliado, evitar choques, revelar ubicaciones, abrir caminos, iluminar un partido que se libra en la completa oscuridad. Lo segundo que más se escucha es un balón que encierra cuatro o seis cascabeles. Gira, rebota, se deja llevar, resuena sin pausa. Así lo encuentran, lo dominan. El escenario es una cancha de fútbol sala rodeada de vallas que impiden la salida del balón y que permiten a los ocho jugadores invidentes ubicarse por cuenta propia.

“Cuando era pequeño yo no sabía que existía el fútbol para personas ciegas. Y pues el ser humano siempre busca adaptar las situaciones a su realidad, ¿no? Entonces con mis amigos del barrio lo metimos en una bolsa. Cada cinco, diez minutos, cambio de bolsa, je. Así aprendí”. Juan Pablo Parra aclara la voz antes de comenzar cada frase. No le gustan los silencios incómodos, el sonido es su forma de percibir el mundo. Parra, de 28 años, es uno de los delanteros más talentosos de la Selección Colombia de Fútbol Sala conformada por jugadores con limitación visual. Fue llamado a un equipo distrital, Los Pumas, antes de cumplir la mayoría de edad y en las primeras prácticas sus compañeros lo acusaban de no estar realmente ciego. En el Mundial de Río de Janeiro 2002 fue nombrado “jugador revelación” por su excelente remate.

Psicólogo recién graduado. Con razón suena tan reflexivo al hablar. “El ser humano esto, el ser humano aquello...”. No hay distinciones entre los que ven y los que no ven. No se dan méritos por hacer lo que se hace. Dice que no le da miedo jugar en la oscuridad, o lo que un vidente cree que es la ceguera. Simplemente se olvida de todo, menos del balón.

Cabello negro, ondulado, corto, con canas que hace dos años no tenía. Labios carnosos, manos bien cuidadas. Las manos, eso es en lo que más se fija de una mujer, porque demuestran, según dice, cuidado y feminidad. Como las manos de Mayerly, su esposa ante ninguna iglesia ni notaría, con quien vive en el sur de Bogotá. “¿Que cuánto llevamos? Ay, ustedes las mujeres no son histéricas, sino históricas. Siempre preguntan fechas. No estoy seguro. Bastante, tenemos muchos proyectos juntos. Esos son nuestros hijos”.

Los hijos de carne y hueso los tuvo hace 11 y 12 años con otra mujer. Los extraña en estas semanas de los Parapanamericanos de Guadalajara. El más duro contrincante será Brasil. Siempre Brasil. Ganar es también llegar a los Paralímpicos de Londres 2012. “Delante del portero tenemos al último hombre y de ahí armamos una línea de tres. Esto nos dará una muy buena defensa”. Se trata de un juego de fútbol sala como el que la mayoría de la gente conoce. Las mismas reglas, grandes exigencias, entretenido espectáculo. Claro, hay unas adaptaciones para que los invidentes puedan jugar con autonomía. Primero, la palabra técnica “voy”, que debe pronunciar cada deportista cuando tiene el balón en su poder o está dispuesto a atacar. Balones sonoros que por lo general se importan de Chile y México. Vendas en los ojos para cerciorarse de que quienes tienen algo de visión, así sean difusas sombras, no estén en ventaja.

El jugador de fútbol sala ciego debe tener una muy buena ubicación. De allí parte todo. “Sabes cómo cumplir un esquema, dónde corres, dónde frenas, a dónde tiran un pase. Si eres bueno ubicándote en la calle, también eres bueno jugando fútbol”.

Parra explica que la cancha está dividida en varios puntos y que cada quien sabe cuál es su posición. Los únicos que ven en la cancha son el árbitro, los arqueros y el guía de cada equipo, que les indica a los suyos hacia dónde patear para buscar un gol. William Correa, de 30 años, es uno de los arqueros de la selección: “Es más difícil taparles a los ciegos que a los videntes convencionales. Los segundos tienen un perfil cuando van a patear y uno se imagina por dónde van a llegar. Los primeros van corriendo con el balón y cuando menos piensas patean”.

“En un partido siempre hay algo de ansiedad, pero cuando estás en el campo de juego eso se olvida. Se mete uno en un mundo diferente durante 50 minutos”. Eso dice Duvián López, 27 años, apasionado futbolista invidente, otro de los delanteros destacados de la Selección Colombia. Rasgos indígenas. Cabello hasta la mitad de la espalda, liso, negro. Lo amarra con un caucho para que no le estorbe. Tiene una herida en la nariz algo inflamada. “Hace un par de semanas me fracturé la nariz jugando. Era una final que teníamos que ganar, estaba muy acelerado y me choqué contra una valla lateral”.

Las personas suelen anticiparse al dolor cuando ven llegar el suelo, el puño, el muro. Están, de cierta forma, preparadas. El que no ve llegar el golpe lo siente más seco, sorpresivo. Tal vez, como López, hay que estar preparados siempre. Como diría alguien en Ensayo sobre la ceguera, palabras más o menos, la ceguera no los hace ni buenos ni malos, sólo los hace ciegos. Asimismo, estos deportistas no quieren ser vistos como un caso de superación personal, como explica Duvián López:

“No me gusta cuando dicen ‘tan bonito que lo hacen, son unos verracos’. ¿Por qué somos uno verracos? ¿Porque no vemos?”. El director técnico del equipo, Augusto Acuña, también enfatiza en que este es un deporte de alto rendimiento: “No es un proceso de rehabilitación, sino de desarrollo deportivo en una categoría que les corresponde a ellos”. Juan Pablo Parra lo sabe. “Mi discurso se construye a través de mis vivencias en el fútbol. En mis prácticas como psicólogo me encontré con personas muy decaídas, con problemas, y siempre encontraba ejemplos en un partido de cómo recuperarse”.

No son como murciélagos. El eco es peor, es caos. Por eso la cancha en la que entrenaron la semana pasada no les gustó mucho. No se escuchaban sino a lo lejos, rebotando en las paredes. Hubo choques, algunos moretones. Además, el pasto sintético frenó un poco el balón. A ellos les gusta la agilidad, llegar al arco, hacer un gol inesperado, espectacular. Y saben cuándo lo es. No se limitan a vislumbrar la eternidad desde la frágil y perecedera carne, sino desde la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza, como escribió, palabras más o menos, Ernesto Sabato en Informe sobre ciegos.

Por Laura Juliana Muñoz

 

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