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Una familia fragmentada por la guerra se reencuentra tras 40 años de búsquedas

En 1983, la guerra separó una familia que vivía en Cundinamarca. Cuatro décadas después, con la ayuda de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas volvieron a reunirse. Conozca los detalles.

Tomás Tarazona Ramírez
29 de noviembre de 2023 - 09:56 p. m.
La familia García, separada por la guerra desde 1983, pudo reunirse nuevamente gracias a los esfuerzos del Estado.
La familia García, separada por la guerra desde 1983, pudo reunirse nuevamente gracias a los esfuerzos del Estado.
Foto: Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas

Este miércoles 29 de noviembre, Colombia amaneció con un desaparecido menos. Tras 40 años de preguntas y ausencias, un padre se reencontró con sus dos hijas, quienes perdieron su rastro en Cundinamarca en la década de los 80 a causa de la guerra.

Este miércoles 29 de noviembre, Colombia amaneció con un desaparecido menos. Tras 40 años de preguntas y ausencias, un padre se reencontró con sus dos hijas, quienes perdieron su rastro en Cundinamarca en la década de los 80 a causa de la guerra.

En 1983, Édgar García vivía en un municipio de Cundinamarca con su familia: una esposa y dos hijas llamadas Omaira y Yecenia, menores de cinco años. Las amenazas por cuenta de actores armados ilegales obligaron a que Édgar tuviera que abandonar su hogar y su familia. Perdió todo el contacto con sus allegadas.

Dos meses después, mientras la familia aún aclaraba las dudas sobre la desaparición de Édgar, hubo una nueva ausencia. A causa de los armados, la madre de Omaira y Yecenia también fue desaparecida forzosamente. Esto obligó a que ambas niñas quedaran sin un papá y sin una mamá a los que acudir, por lo que quedaron en manos de su abuela materna.

El Espectador habló con Omaira para conocer detalles sobre lo que significa este proceso. La mayor de las hijas explicó que se mantuvo muy unida a su hermana durante las cuatro décadas que pasaron. Aunque no siempre se encontraban en el mismo lugar, ella cree que fue ese lazo de hermandad lo que las motivó a continuar la búsqueda.

“Los milagros se existen, no hay que perder la esperanza nunca”, aseguró Omaira a este diario.

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La desaparición de ambos padres pasó a ser, más allá de una incógnita, un crimen de lesa humanidad, como lo define el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU. Además, ambos padres entraron a nutrir los registros que la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y la Comisión de la Verdad han recogido sobre la guerra en Colombia. Sus datos demuestran que entre la década de los 80 y 2016 hay más de 120.000 personas desaparecidas forzosamente. Pero “el universo de víctimas puede que sea mucho más amplio de lo que se registra (...) Por medio de modelos estadísticos, que analizan el subregistro, se puede estimar que hay alrededor de 210.000 víctimas”, indica la Comisión.

Yecenia aseguró que “era muy niña (cuando sus padres desaparecieron). A partir de allí se fractura la familia: unos para un lado y otros para el otro”.

Pero el efecto dominó de desaparición no terminó con la ausencia de ambos padres. En 1985, los actores armados obligaron que Yecenia y Omaira tuvieran que abandonar su hogar.

“Las dos hermanas, que para la época tenían uno y tres años, crecieron con las imágenes y los relatos que les compartían sus tías y su abuela sobre sus padres”, aseguró la Unidad de Búsqueda dadas por Desaparecidas (UBPD).

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Cuatro décadas de búsqueda

Omaira y Yecenia fueron creciendo y empezaron a buscar pistas sobre sus padres. Por su lado, Édgar también intentó localizarlas, aunque sin resultado, durante 40 años. Omaira y Yecenia se vincularon a un grupo armado, y fue solo hasta 2016, cuando se firmó el Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc, que ellas pudieron dedicarse a la búsqueda de sus familiares perdidos.

Aunque no fue una tarea fácil: mientras militaban en las filas del grupo insurgente, llegaron noticias de que otros dos miembros de la familia, esta vez dos tíos de las mujeres, habían sido víctimas de desaparición forzada, repitiendo nuevamente ese oscuro capítulo. Cuando se reincorporaron a la vida civil, Omaira y Yecenia decidieron que harían todos los esfuerzos para lograr encontrar algún rastro sobre Édgar y dejar atrás el fantasma de la desaparición.

“Luego de la firma del Acuerdo de Paz, tomamos la decisión con mi hermana y empezamos a averiguar, ya que durante este tiempo no habíamos tenido la oportunidad de buscar. Entonces, se da la oportunidad de decir ‘estamos en un momento importante para nuestras vidas, vamos a buscar´. Es así como decidimos que íbamos a hacer todo el esfuerzo que estuviera a nuestro alcance para buscar a mi papá y saber si teníamos de pronto más hermanos o hermanas”, explicó Yecenia.

Pese a sus extendidos esfuerzos, ambas hermanas no encontraban rastro de su papá y durante cinco años tocaron varias puertas con la esperanza de dar con su paradero. Después de abandonar el universo de los fusiles y el uniforme militar, Omaira se dirigió a la UBPD, la entidad encargada de investigar y adelantar la búsqueda de más de 100.000 colombianos perdidos por la guerra.

La Unidad de Búsqueda inició el proceso habitual que hace cuando los familiares se dirigen a sus instalaciones. Contrastaron bases de datos, verificaron información de entidades estatales y pusieron en marcha los escalones del Plan Nacional de Búsqueda, la hoja de ruta que tiene la institución para “apoyar, asesorar y fortalecer a quienes buscan a sus seres queridos e implementar acciones necesarias para contribuir al alivio de su sufrimiento”, según explica este documento.

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Las pesquisas de la Unidad concluyeron que Édgar, cuarenta años después de su último rastro en Cundinamarca, ahora vivía en Caquetá, una zona que aún hoy es epicentro de conflicto y violencia armada. Cuando identificó el hogar de Édgar, la UBPD se dirigió hasta el territorio, que era una zona rural, y lo contactaron.

No fue fácil llegar hasta él. La entidad explicó que hubo “dificultades de acceso y comunicación en la zona donde residía (...) Pero se logró llegar hasta su vivienda, explicar el carácter humanitario de la búsqueda” e informarle que sus dos hijas estaban buscándolo desde hace años.

Además, Édgar no era el único desaparecido en esa zona, pues solo en el Plan Regional de Búsqueda de esa zona había más de 8.500 solicitudes para que la Unidad de Búsqueda ofreciera pistas.

Para asegurarse de que Édgar era la persona que Omaira y Yecenia buscaban desde niñas, la UBPD hizo un cotejo dactilar; es decir, una comparación entre sus huellas dactilares con las bases de datos oficiales. La Registraduría, por ejemplo, tiene un registro por cada persona que tiene un documento público, como la cédula de ciudadanía.

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El reencuentro

“Para llegar al reencuentro tuvimos muchas conversaciones con la familia para preparar cómo querían que ocurriera. La Unidad de Búsqueda no tiene una guía para que todos los reencuentros se realicen de la misma manera sino que son las necesidades y las particularidades de la familia las que determinan qué es lo que desean y necesitan poner en este escenario como un elemento reparador frente al sufrimiento que experimentaron durante muchísimos años”, explicó Diana Riveros, la coordinadora de la Unidad de Villavicencio.

Omaira le explicó a El Espectador que no puede “encontrar las palabras para describir la sensación de encontrar a su padre (...) y poder decir otra vez la palabra “papá”.

El reencuentro no consistió en unir a una familia, sino en reunir en un mismo espacio a varios protagonistas que tras 40 años ya habían aprendido a convivir con la realidad de un núcleo familiar incompleto y fragmentado.

El día del reencuentro, Édgar llegó a Villavicencio con dos ramos de flores para entregar a sus hijas. Cuando entraron al recinto, apoyadas por funcionarios de la Unidad de Búsqueda, las observó, lloró y las abrazó durante varios segundos. Luego les presentó a Omaira y Yecenia sus hermanastras, hijas que Édgar tuvo en los 40 años que pasaron cuando la guerra lo alejó de su familia.

Édgar agradeció a Teresa, la abuela materna de Omira y Yecenia, por haber sustituido la figura de padres durante tantos años. Y también tuvo la oportunidad de conocer a los esposos y nietos de sus hijas: nuevos integrantes de una familia que aunque formada hace cuatro décadas, empezaba a constituirse nuevamente.

“Me había sentido decaído porque no podía dormir pensando en este momento. Pasaban noches en que no dormía por aquella felicidad tan grande. Para mí fue muy bonito el reencuentro con ellas, también con mis otras hijas que me acompañaron”, aseguró Édgar tras reencontrarse con sus hijas, luego de años de expectativa y pensar que habían desaparecido para siempre.

Para Omaira, ahora es momento de cerrar los lazos como familia y aprovechar todo el tiempo que perdimos. Reencontrar a mi papá es como volver nacer”, tal como le aseguró a este diario.

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Tomás Tarazona Ramírez

Por Tomás Tarazona Ramírez

Periodista de investigación con énfasis en conflicto, memoria y paz.ttarazona@elespectador.com

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Carmela(39411)30 de noviembre de 2023 - 06:18 p. m.
Es un gran esfuerzo el q hace la UBPD. Los q no tenemos desaparecidos en la familia, no podemos imaginar el dolor y la desesperanza de las familias q sufren esta tragedia. Es diferente llorar a un muerto. Un desaparecido, debe ser un puñal clavado en el pecho q duele cada instante de la vida.....
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